Tres mociones de censura sin puerta grande
En la reciente historia democrática ha habido sólo tres mociones de censura contra el Gobierno, y ninguna de ellas ha supuesto para el candidato la salida a hombros por la puerta grande. Aunque la suerte de los diestros políticos ha sido dispar. Felipe González presentó la primera en 1980, contra Adolfo Suárez, y le sirvió para tomar la alternativa, como líder consolidado de la oposición y futuro presidente. Dos años y medio más tarde, en octubre de 1982, el PSOE ganaría las elecciones generales con 202 diputados. Una cifra con la que no ha vuelto a soñar ningún partido político, incluido el propio PSOE. La segunda llegó de la mano de un impaciente Antonio Hernández Mancha, quien al frente de la entonces llamada Alianza Popular, hoy PP, se lanzó incautamente al ruedo sin las suertes y los pases debidamente ensayados y aprendidos. El entonces vicepresidente del Gobierno, el socialista Alfonso Guerra, se lo pasó en grande en su escaño y en la tribuna de oradores, viendo cómo aquel abogado del Estado sucesor de Manuel Fraga intentaba en vano ofrecer una imagen de derecha renovada para su partido, y cómo en aquel trasteo con un Felipe González pletórico de fuerza parlamentaria perdía el aspirante literalmente los papeles, haciendo con sus apuntes piruetas imposibles, que derivaron en revolcón. Sin pretenderlo, Hernández Mancha reforzó al Gobierno y salió de la moción de censura con profundas heridas, que le llevaron a perder el liderazgo del PP. Ahora, a la tercera no ha ido la vencida. Pero el balance se aleja de los anteriores en que no ha sido triunfal ni catastrófico. Pablo Iglesias se quedó ayer tras la votación ovacionando a su público, vuelto hacia los tendidos de sus confluencias. Y el diestro recibió así, sonriente y puesto en pie, los aplausos de su peña, que la tiene, ardorosa, entregada y acrítica.