‘Los vengadores’ con Diana Rigg
Comparto la satisfacción del hombre que el martes pasado se lanzó al puerto de Arenys en un Mercedes negro. Es mecánico y el coche es de un cliente suyo. Según explicaba ayer Fede Cedó, estaba harto de que el cliente en cuestión no le pagara el dinero que le debía. De forma que, cuando le pidió que le pasara la ITV, el mecánico se le pasó y, acto seguido, se fue al muelle de la cofradía de Pescadores. Según relata Cedó, tras dar vueltas por la zona y preguntar a los pescadores si la grúa que tienen podría sacar un Mercedes del fondo del mar, entró en el coche, dio quince metros marcha atrás, aceleró y el vehículo voló unos diez metros por el aire hasta que fue a parar al agua: “El puerto es una zona de trabajo y es habitual que haya accidentes, pero nunca un hecho tan impresionante como que un conductor, premeditadamente, se lance con el coche a gran velocidad”.
Desde una embarcación de arrastre le tiraron una cuerda, con la que lo sacaron del agua, segundos antes de que el coche se hundiera. Cuando la policía le dijo que lo que acababa de hacer no tenía ninguna gracia el hombre dijo: “Pues ya verás la gracia que le hará al propietario del coche, cuando lo sepa”.
Se tiene que estar muy cabreado (y un poco chalado) para llegar a una determinación como esa. Yo, que soy hijo de una señora que hizo de “quien la hace la paga” su divisa a lo largo de la vida, aprendí que el acto de volver un daño recibido con un daño igual o superior es un bálsamo que repara el sentimiento de injusticia de quien se ha sentido inmerecidamente maltratado. Hay un placer irrebatible cuando ves que un agresor sufre y, aunque la ética dice que vengarse es muy feo y lo que hay que hacer es perdonar, imagino el alivio del mecánico de Arenys tras haber hundido el Mercedes en el puerto, aunque después eso le comporte un montón de problemas.
Hace muchas décadas compré un libro de George Hayduke que lleva por título Don’t get mad, get even. Incluye docenas de consejos para vengarte de la gente que te atropella por la vida. Hace lustros utilicé alguno, pero el más fascinante de todos no lo he usado nunca, quizás porque no he tenido nunca conflictos con ninguna pediatra. Para no alargarme: se trata de imprimir etiquetas adhesivas con el nombre, la dirección y el número de teléfono del médico en cuestión y pegarlas en revistas pornográficas tipo
Private, Pirate, Hustler y cosas por el estilo (no sé si aún existen). Pones una en la contracubierta de cada uno de los ejemplares. A partir de ahí hay dos posibilidades. Una: meter las revistas dentro de un sobre y repartirlas a los niños a cierta distancia de la puerta de salida de las escuelas. Dos: ir a la consulta del pediatra y, en la sala de espera, mezclarlas con las otras revistas que hay, generalmente en una mesilla baja: ¡Hola!, Lecturas, Pronto, Diez Minutos... En cuestión de minutos, cuando los padres las vean, se montará el escándalo. El pediatra, lógicamente, dirá que él no tiene nada que ver. Pero el mal ya estará hecho. Siempre habrá alguien que dudará: “Pero ¿y si es verdad?”.
La venganza es un plato que se sirve entre 5 y 15 grados centígrados; y sin vinagre de Módena, por favor