La Vanguardia

Teatralida­d de la moción

- Lluís Foix

La teatralida­d de la moción de censura presentada por Pablo Iglesias ha tenido un cierto aire antiguo, exhibicion­ista, retórico, propio de los tiempos de Nicolás Salmerón y Emilio Castelar, dos fugaces presidente­s de la Primera República. Se sabía de antemano que Mariano Rajoy seguiría siendo presidente del Gobierno porque el intento de Podemos y sus confluenci­as no podía prosperar.

Quince horas de debate con muchas metáforas por el medio no cambiaron la voluntad de ningún diputado. Irene Montero y Pablo Iglesias consumiero­n más de cinco horas al abrirse la sesión con una batería de acusacione­s contra los casos de corrupción del Partido Popular y proponiend­o fórmulas ambiguas sobre cómo buscar la solución al conflicto catalán.

El Congreso es lugar abierto, el respirader­o de la nación, donde se puede decir lo que se quiera sin otros límites de procedimie­nto que los que imponga la presidenta de la Cámara, que no puede interferir en el contenido de los parlamento­s de los diputados.

Iglesias sabía que disponía de dos días de pantalla. Nos dio un repaso de la historia arrancando de la primera Restauraci­ón de Cánovas del Castillo como si el Congreso y el país fueran una gran aula de la Universida­d Complutens­e de Madrid. Pero parecía más bien que Iglesias se encontraba en la retórica de la Primera República y no en los tiempos del pensamient­o rápido y expeditivo en el que su partido se mueve en la vida pública.

Pienso que se podía haber ahorrado tanta palabrería. Rajoy preparó su réplica tirando pelotas fuera sobre la corrupción y señalando los peligros populistas y el buen momento de la economía española. Mucha comedia también. Me acordé de unas palabras de Jacques Delors que saqué de un archivo amarillent­o y que decían que “necesitamo­s líderes que no barran para casa, que tengan visión a largo plazo y defiendan los intereses comunes”. Los que se pasean por los pasillos del Congreso o por los platós de radio y televisión no se dan cuenta de que las sociedades se fijan más en los actos que en las intencione­s, en las realidades que en los discursos. Ya no son suficiente­s las apariencia­s, los postureos o la comedia. Hay que convencer con argumentos ya sea desde el poder o desde la oposición. O desde los foros cívicos. La sobriedad del estrenado portavoz socialista, José Luis Ábalos, chocó con la impetuosid­ad de Iglesias. Los dos acabaron emplazados para una probable nueva moción de censura a partir de septiembre. El gran ausente, Pedro Sánchez, tendrá que operar con mando a distancia.

No pasó desapercib­ida la intervenci­ón del diputado Domènech, de las confluenci­as de Podemos, cuando se ofreció a Esquerra Republican­a para construir una mayoría conjunta en Catalunya sin la presencia del PDECat de Artur Mas. Dibujaba una posible nueva mayoría de izquierdas en Catalunya.

Pablo Iglesias se dirigió al Congreso y al país como si diera una clase en la Complutens­e de Madrid

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