Atención apasionada
El fotógrafo se propuso reducir todo lo posible el marco. Evidencia que le importa captar sólo el paisaje humano, que, por la posición que este ha adoptado, favorece su intencionalidad. Es un grupo no demasiado numeroso y se muestra de lo más apiñado, aunque con naturalidad.
Al margen de lo dicho, la imagen no aporta el menor dato de ambientación ciudadana que incorpore una pista que facilite al observador el posible reconocimiento del lugar en el que sucede esta curiosa escena callejera.
Lo primero que sorprende es el grado de concentración que todos evidencian. Observan con diversos niveles de atención y hasta de sorpresa e incluso de alegría o satisfacción. La fotografía nada indica acerca del motivo que allí los arracima y que los mantiene tan alertados.
Casi todos fijan su mirada escrutadora en algo que tienen al frente y un poco elevado. Alguno que otro, pues son más bien pocos, han dirigido su curiosidad en dirección al fotógrafo. El muchacho de la izquierda y en primera línea, que viste una especie de blusa larga y clara, toda ella bien abrochada, es el que, pese a mantener la cabeza en la posición que encaja con la del conjunto, ha desviado sus ojos hacia la cámara.
La boca abierta es otro de los signos que merecen ser interpretados; alguna se limita a estar entreabierta. Lo que frente a ellos sucede bien vale esta expresión.
Hay que hacer hincapié en el grado de transversalidad social que impera en el grupo. Aparecen un niño y un adolescente, por cierto bien trajeados; y dos mujeres. La vestimenta revela que algunos estaban trabajando; el más evidente es el que acarrea ese cesto bastante grande. Sólo un sombrero y sólo una gorra, lo que no era habitual, pues era sólito entonces llevar la cabeza cubierta, con independencia de la clase social a la que se pertenecía.
Al igual que el fotógrafo centró el marcó, importa ahora centrar también la información para documentar esta escena ciudadana, que no era única ni original, sino todo lo contrario. Se repetía cada año y la mañana del mismo día. Corría 1935 y se estaba realizando el sorteo de Navidad de la Lotería Nacional.
Acaece en plena Rambla, ante el número 12 de la Rambla de Sant Josep y frente al mercado de la Boqueria. Es la administración que el lotero Valdés ha conseguido convertirla en la más popular y representativa.
La mejor forma de enterarse de si había favorecido la suerte era aguardar a las noticias escritas a mano que se sucedían en la fachada del establecimiento, con los números agraciados.
Bien entrada la postguerra era esta una escena que aún se mantenía en el mencionado paseo, según había perfilado a lo largo de tantos años una tradición rigurosa. La radio pero sobre todo la televisión acabaron con ella.
PÉREZ DE ROZAS / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA
La fotografía capta y transmite la emoción que domina este variado grupo