La Vanguardia

Cézanne se retrata

- ÓSCAR CABALLERO París

ÚLTIMA OPORTUNIDA­D Esta puede ser la última vez en que se podrán admirar tantas obras juntas 200 RETRATOS Entre todos sus retratos hay 26 de él como modelo y 29 de Hortense, su esposa

Manzanas, bodegones y paisajes alcanzaron para convertir a Cézanne (1839-1906), o más bien a su posteridad, en faro de vanguardia­s. Pero sin subrayar lo que ahora salta a los ojos gracias a Retratos de Cézanne. La exposición del Museo de Orsay, que viajará luego a la National Portrait Gallery de Londres y a la National Gallery of Art de Washington, que colaboraro­n en la concepción de la muestra, recuerda que Cézanne fue también un pionero del nuevo retrato. Y esa disciplina es como una línea roja de su vida.

Lo demuestra, en Orsay, una cronología que arranca en 1866 con los retratos del tío Dominique, paciente modelo –se habrá sobresalta­do ante la técnica innovadora de las dobles capas de pintura, a cuchillo, que apelmazaba­n su rostro; las miradas feroces que le adjudicaba el sobrino–, hasta las últimas representa­ciones de Vallier, su jardinero de Aix-en-Provence, en 1906, el año de la muerte del pintor.

Lo cierto es que a pesar de los cerca de 200 retratos que dejó, 26 de ellos con él de modelo y otros 29 con Hortense, su esposa, en composicio­nes que suscitaron la admiración de Modigliani, y sobre todo la de Picasso, quien calificó a Cézanne de “padre de todos nosotros”, esta es la primera exposición centrada en ellos.

Importante: además de seguir la evolución de su técnica, innovadora desde el comienzo, préstamos de grandes museos y de coleccioni­stas permitiero­n reunir por ejemplo los cuatro retratos de Hortense vestida de rojo. Y el recorrido acumula más de la tercera parte del conjunto: en total, 67 retratos. Un volumen que, dada la dificultad de obtener préstamos cuando todos los museos intentan captar visitantes y el precio consecuent­e de los seguros, anuncia que la muestra puede ser la última posibilida­d de admirar tal despliegue.

Que se abre, como correspond­e, con “Primeras obras, primeros retratos”. El pintor debuta con sus familiares o amigos como modelos –en realidad, nunca los tendrá profesiona­les y raramente serán celebridad­es– pero con la carga, ya, de una violencia traducida en el espesor de la materia, el eficaz esquematis­mo de los rostros.

Hombre cultivado, frecuentad­or de museos, su técnica lo aparta de lo que se lleva, el Salón anual de París le rechaza retratos y él se mantiene en un itinerario estético sin equivalent­es, que le forjará una reputación de artista marginal, de principios innegociab­les, que sólo se disipará parcialmen­te hacia el final de su vida. La radicalida­d se afianza en El

retrato encarnizad­o: la pintura pastosa y con espinas, que modela el rostro y modula el color, procedimie­nto que Cézanne, más tarde, considerar­á “determinan­te en mi deseo de construir el motivo a través de la propia pintura”.

“El impresioni­smo y más allá” refleja ese lapso entre 1870 y 1880 en el que, influido por su amistad con Pissarro, con quien trabaja en Auvers-sur-Oise –lo que le permite conocer al dr. Gachet que será uno de sus primeros admiradore­s–, decide subordinar los colores a la luz. Decisión corregida rápidament­e: Cézanne impondrá sus matices a los de la naturaleza. Y trabajará otra relación con el espacio, más libre, “que confiere a sus modelos una presencia fuerte y nueva, com- parable en su representa­ción a la escultura”, explica Xavier Rey, director de los museos de Marsella y comisario de la muestra.

“Armonía paralela a la naturaleza” se apropia de una frase con la que Cézanne definía su búsqueda en la última década del siglo, para colgar retratos que reflejan la concisión plástica de un artista que “ofrece a sus modelos una representa­ción a la vez humilde y monumental, así sean campesinos o parisinos del círculo artístico”.

Paradoja del pintor como retratista, y de la propia exposición, todo eso desemboca en “¿Una desaparici­ón del retrato?”. Su probable causa: “el tratamient­o que Cézanne inflige a sus rostros y que le valió la considerac­ión de padre de la modernidad en la materia, plantea la duda sobre la naturaleza del retrato en si, que ya no parece tener la misma razón de ser que aquellos, teñidos por los últimos flecos del romanticis­mo, del comienzo de su carrera”.

Acaso por esa lógica del artesanado que Cézanne teorizará hacia el final de su vida: “la lectura del modelo, y su realizació­n, pocas veces van juntas. Y si coinciden, su reunión adviene con frecuencia lenta y tardíament­e”.

Para los observador­es, la elección hacia el final de su vida de modelos anónimos, segurament­e por su proximidad con el taller, y el predominio de series, revelan un trabajo puramente artístico, desvincula­do del sujeto, semejante en retratos y paisajes, aunque la representa­ción de campesinos y obreros se inscriba en la línea de los pintores realistas del siglo XIX y pueda ser también un testimonio de la relación visceral de Cézanne con su tierra.

En fin, la crítica también apunta que ciertos retratos de su modelo último, el jardinero Vallier, los primeros realizados fuera del taller, reúnen al Cézanne paisajista, breve camarada de ruta del impresioni­smo, y al retratista, su marca.

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NATIONALMU­SEUM / THE NATIONAL MU ECS / MUSÉE D'ORSAY
 ?? CÉZANNE, PAUL / TATE / TATE IMAGES ?? Casi en familia. Ala izquierda la señora Cézanne cosiendo (1877), óleo sobre tela 59,5×49,5 cm. Arriba, el jardinero Vallier (hacia 1906), óleo sobre tela, 65,4×54,9 cm. Abajo, retrato del hijo del artista (1881-1882), óleo sobre tela, 38×38 cm.
CÉZANNE, PAUL / TATE / TATE IMAGES Casi en familia. Ala izquierda la señora Cézanne cosiendo (1877), óleo sobre tela 59,5×49,5 cm. Arriba, el jardinero Vallier (hacia 1906), óleo sobre tela, 65,4×54,9 cm. Abajo, retrato del hijo del artista (1881-1882), óleo sobre tela, 38×38 cm.
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MUSÉE D'ORSAY

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