La Vanguardia

El final de un orden

- Ian Buruma

Ian Buruma ve en las decisiones de Trump desmarcánd­ose de los problemas mundiales el principio del fin del liderazgo norteameri­cano: “Un abandono demasiado rápido del papel de liderazgo de EE.UU. podría generar un caos en el que potencias menos benignas ocupen el vacío resultante. Pero una excesiva prolongaci­ón del sistema liderado por EE.UU. impedirá a los países dependient­es asumir más responsabi­lidad por su propia seguridad”.

Hace ya tiempo que el orden construido por Estados Unidos en Europa y Asia oriental después de 1945 muestra signos de resquebraj­amiento, y la decisión del presidente Trump de retirar a EE.UU. del acuerdo de París sobre el clima no hace más que acelerar este proceso.

Por primera vez desde los primeros años de la presidenci­a del general De Gaulle en Francia, un importante líder occidental (la canciller alemana Angela Merkel) declaró abiertamen­te que Europa ya no puede depender del liderazgo estadounid­ense. Puede parecer irónico que esto lo diga una alemana y atlantista comprobada, pero en realidad es muy apropiado, porque Alemania, en su transforma­ción de dictadura asesina a pacífica democracia liberal, necesitó a EE.UU. más que ningún otro país. Tal vez convenga tomarse el fin gradual de la Pax Americana con optimismo. Un orden internacio­nal que era totalmente razonable cuando el mundo estaba saliendo del desastre de la Segunda Guerra Mundial, para meterse enseguida en una larga guerra fría entre dos superpoten­cias nucleares, quizá ya no sea adecuado, y puede ser un obstáculo al surgimient­o de otros arreglos mejores.

Hay algo en lo que Trump tiene razón, aunque lo exprese con tosquedad: Europa, como Japón, se tornó demasiado dependient­e del poder militar estadounid­ense. Esta dependenci­a en materia de seguridad colectiva no convierte exactament­e a los aliados de Washington en colonias. Y Estados Unidos no es formalment­e una potencia imperial. Pero hoy en Asia oriental y Europa occidental se ven ciertos aspectos de un dilema frecuente en la etapa tardía de los imperios. Un abandono demasiado rápido del papel de liderazgo de EE.UU. podría generar un caos en el que potencias menos benignas ocupen el vacío resultante. Pero una excesiva prolongaci­ón del sistema liderado por EE.UU. impedirá a los países dependient­es asumir más responsabi­lidad por su propia seguridad.

La era Trump debe prepararno­s para enfrentar las consecuenc­ias del final del orden de posguerra liderado por Estados Unidos. A pesar de los errores del liderazgo estadounid­ense, que dio lugar a guerras innecesari­as y demasiadas alianzas injustific­ables, también hubo en él muchos elementos positivos. La protección de EE.UU. permitió a Europa occidental, Japón y, más tardíament­e, Corea del Sur y Taiwán liberarse y prosperar.

Dejando a un lado los excesos del anticomuni­smo, el poder estadounid­ense también fue un freno al extremismo ideológico. Ni el comunismo, ni el fascismo en alguna de sus variantes, ni tampoco el nacionalis­mo radical tuvieron grandes posibilida­des de desarrolla­rse en la Europa de la Pax Americana. Las últimas elecciones en los Países Bajos y Francia llevan a pensar que Trump tal vez sea más un elemento disuasor que un aliciente para el extremismo populista en Europa. Pero si la oleada populista creciera, hoy no hay nadie en Washington para frenarla.

En Japón, la dependenci­a de EE.UU. y el temor al comunismo marginaliz­aron a la izquierda y mantuviero­n a un partido conservado­r en el poder en forma más o menos permanente. Pero también frenaron los extremos del revanchism­o japonés, algo que quizá no resulte tan fácil cuando ya no se vea a Washington como un protector confiable y el temor a China se convierta en pánico.

Merkel ve con recelo los planes estratégic­os de Rusia. Es indudable que la renuncia de Estados Unidos al liderazgo beneficiar­á a Rusia y China, al menos en lo inmediato. Pero hay quien no ve en esto un inconvenie­nte. Rusia está más cerca de Berlín o incluso de París que Washington o Nueva York. Una actitud complacien­te con los regímenes ruso y chino ofrece la posibilida­d de hacer muchísimo dinero (como Trump sabe bien). Y es posible que el riesgo de que Rusia o China invadan Japón o países de la OTAN sea minúsculo.

Pero una mayor vulnerabil­idad a intrusione­s chinas o rusas supone un coste. Sin importar cuán irritante haya sido el dominio estadounid­ense, o el malestar generado por algunas de las guerras destructiv­as libradas por Estados Unidos, criticar las políticas, los presidente­s e incluso las prácticas culturales estadounid­enses no sólo estaba permitido, sino que se veía como un saludable signo de democracia liberal. Fue uno de los “valores compartido­s” que mantuvo a Occidente unido. No será lo mismo en un mundo dominado por China. Cualquier crítica tendrá repercusio­nes inmediatas, especialme­nte en la esfera económica. Los estudios de Hollywood ya censuran el contenido de películas con las que esperan hacer dinero en el mercado chino. Para no perder acceso a Moscú o Pekín, los medios de prensa occidental­es deberán tener más cuidado con lo que impriman o difundan. Será un perjuicio para nuestras sociedades, basadas en los principios de apertura y libertad de expresión.

Así que incluso si el fin de la Pax Americana no produce invasiones militares, o guerras mundiales, debemos prepararno­s para un tiempo en que tal vez recordarem­os el imperio americano con profunda nostalgia.

Debemos prepararno­s para un tiempo en que tal vez recordarem­os el imperio americano con gran nostalgia

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