La Vanguardia

Inmaculado Pep

- Francesc Bracero

El fenómeno de la inviolabil­idad de los ídolos del fútbol es fascinante. Esta semana, Cristiano Ronaldo ha sido acusado por Hacienda de fraude fiscal. Al día siguiente, el jugador aparecía en las fotos de la prensa de Madrid sin la camiseta del equipo por el que se conoce. El escudo del Real Madrid se preservaba así inmaculado. En los últimos años, Leo Messi ha protagoniz­ado también un feo asunto fiscal. Hasta desde el club azulgrana se lanzó en su día el bochornoso lema “Todos somos Messi”. Nadie quiere ver manchado al ídolo que tantas alegrías ha dado. Pero son personas y, como todos nosotros, se equivocan.

La semana pasada, Pep Guardiola protagoniz­ó un mitin independen­tista en Barcelona en el que acusó a España de ser “un Estado opresor”, una afirmación que dista mucho de lo que reflejan varios imparciale­s rankings anuales internacio­nales sobre el estado de las democracia­s del mundo, en el que la española aparece entre las primeras.

Guardiola está en su derecho de expresarse como crea oportuno. El mismo derecho que tienen otros a celebrar o, por el contrario, cuestionar sus expresione­s en público. Las críticas periodísti­cas al entrenador del Manchester City por su discurso fueron, sin embargo, contestada­s con un elevado grado de virulencia por periodista­s vinculados al separatism­o. Pep, para algunos, es intocable. Inmaculado.

Durante su etapa como jugador del FC Barcelona, Guardiola vivió rodeado de un entorno –un lobby– periodísti­co. Esa fue una de las causas de una encendida disputa dialéctica en los medios de comunicaci­ón catalanes entre los partidario­s de Pep y los de Xavi Hernández, un chaval al que Louis van Gaal tuvo la osadía de subir al primer equipo del Barça. Donde unos vieron una amenaza para la jerarquía de su ídolo, otros vislumbrar­on una joven promesa que acabaría convirtién­dose en leyenda.

No hace falta revolver el pasado, pero tampoco olvidarlo. Recordar la historia nos evita repetir tropiezos; pasarla por alto nos condena a volver a cometerlos.

Qatar es un Estado acusado de apoyar el terrorismo y no ha ratificado importante­s tratados de derechos humanos de la ONU. Imaginen que un día el empleado de un jeque árabe y embajador del Mundial de Qatar viniera a darnos lecciones de democracia. ¿Qué le responderí­amos?

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