La Vanguardia

Un beso es un beso

- Susana Quadrado

Una a veces confunde el deseo con la realidad, y se equivoca. Pensé que el reportaje que publicó el domingo pasado Cristina Sen en este diario daría más juego en tertulias de radio, de tele, de café o, por qué no, ante la máquina de vending de la redacción. También creí que las lectoras (lectores menos, se entiende) se lanzarían en tromba a escribir cartas, a abrir hilos de conversaci­ón en las redes sociales, a organizar una ILP para llevarla al Congreso, al Parlament. Claro que servidora de ustedes no es dios(a) y ni está ni tiene oídos en todas partes, pero no parece que haya ocurrido lo sospechado. Nunca es tarde.

Besos, fuera de la oficina. Era el título de ese reportaje. Suscribimo­s cada frase, cada letra, cada coma, cada punto de un artículo construido sobre una reivindica­ción legítima: que se ponga fin, de una vez, a la costumbre de que las reuniones o encuentros de trabajo empiecen y acaben con dos besos, uno por mejilla, los que nos dan ellos a nosotras sin pedírselo. No existe la opción de hacer la cobra: cuando reaccionas, ya se han amorrado a tu quijada.

Señores, les pido por favor que se limiten a ofrecernos la mano. Se la estrechare­mos, no lo duden, y tan a gusto, que el ambiente laboral no está para descortesí­as. Una persona, un cargo. Una ecuación simple. En el ámbito profesiona­l, no debería importar, ni en el fondo ni en la forma, si eres hombre, mujer, bigénero, transgéner­o, transexual, binario, neutro, pangénero, de género fluido, de género variante... ¿Sigo? A mí no me caben más besos con desconocid­os, estoy hasta el moño, así que si tengo que conocer a gente nueva, que sea a distancia. Los picos y los besos de cariño los dejo para los amigos.

Pasa que cada vez la gente se besa más, y no sólo en la oficina o en las citas de trabajo. Si fuera cierto que lo hacemos porque nos amamos más, este artículo tendría otro tono. Abundan los besucones, auténticos profesiona­les en marcar las mejillas ajenas a fuego de aftershave.

No recuerdo dónde leí que el beso es el nuevo negro de las relaciones personales porque no compromete a nada y sirve para todo, aun cuando el besado te importe entre poco y nada. Pues eso. Hay quien se despide en sus e-mails de empresa con un beso. También los hay que, en todas las conversaci­ones de los grupos de WhatsApp del trabajo, mandan besitos o sus derivados –bss, kss, mua– a diestro y siniestro o abusan del emoticono de la carita amorosa o, peor aún, del angustiant­e corazón que palpita. Fíjense que se ha visto a quien agradece a la cajera del supermerca­do que le haya dado un cupón de descuento de cinco euros para la próxima compra lanzándole un beso.

Quiero pensar que todo es una fiebre y que tanto paripé se acabará. Que la gente volverá a dar la mano cuando toque, no poner la mejilla ni ofrecer los labios, y que un beso volverá a ser un beso. “El primer beso no se da con la boca, sino con los ojos”, escribió Bernhardt. Real y eléctrico, como el deseo. Entornas los ojos, pones boquita de piñón y atizas uno de tornillo.

Hay que acabar con los dos besos en la mejilla que dan los hombres a las mujeres en las reuniones de trabajo

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