Dos mujeres, dos mundos
Las sesiones de la pionera electrónica Suzanne Ciani y de la catalana Bad Gyal, icono del trap, simbolizan la oferta del festival
Una de las posibles maneras de disfrutar de la música, los sonidos y las experiencias directamente relacionadas con ellas que ofrece el Sónar es comprobar cómo dentro de su a menudo antitética programación hay sitio para todo. Que aunque no se quiera, el choque de opuestos siempre acaba produciéndose y que, aunque no entren en el planning inicial, los hallazgos son inevitables.
Ese choque que se pudo establecer en la curva generacional y temática, con Suzanne Ciani y Bad Gyal en cada uno de sus extremos. Por un lado, la legendaria pionera estadounidense de los sintetizadores, que tras diversos vaivenes desde su eclosión en los años setenta ha vuelto a ponerse delante de un flamante sintetizador Buchla, con el que recorre medio mundo revisitando aquellos sonidos y aquellas atmósferas.
Precisamente, su mirada a ese pasado electrónico en los tiempos actuales puede chocar con los gustos y oídos del aficionado de hoy, y algo de eso pudo percibirse durante la correcta, expositiva, sesión que ofreció la septuagenaria pianista y manipuladora de sonidos en el espacioso SonarDôme. Arriba, en el escenario con una pantalla detrás de Ciani que únicamente mostraba en tiempo real como manipulaba cables, botones y secuenciadores, la verdad es no llevaba al éxtasis. Su sonoridad, electrónica atmosférica muy de los setenta, pilló a más de un asistente fuera de lugar produciendo un creciente goteo de deserciones.
En el otro extremo de ese hipotético cordel estaría Bad Gyal, en términos civiles Alba Farelo, vecina de Vilassar, hija del actor Eduard y entregada cantante de trap y dancehall, de éxito desbordante. Y todo en menos de un año. Con una calidad de sonido ínfima, ataviada en plan batalladora (unos pantalones con la zona erógena delante y trasera recortada, que mostraba tanga mínimo), y en actitud global decididamente choni, Gyal satisfizo a sus numerosos asistentes. Canta y recitó sus referenciales banderines de enganche, como Pai (su particular versión del Work de Rihanna) o Despacio (en la que pide “despacio, despacio, despacio házmelo lento házmelo despacio dale hasta abajo”). Evidentemente tuvo
un par de ¿bailarinas? a su vera, que agitaban brazos y caderas, perreaban, ayudaban a autentificar el ambiente. En fin, una sesión viva y que ilustra el auge de una escena que engancha con generación, gustos y vocabulario: al acabar la primera canción, con aquello a reventar, a Alba Farelo le salió de dentro “esto es muy
heavy, nen. ¿Qué pasa, peña?, esto está petao”.
La escuadra alemana también dejó huella. Si el jueves ya fue fascinante el concierto ofrecido por el batería Daniel Brandt con su actual propuesta Eternal Something, capaz de cubrir un arco estilístico inimaginable, ayer hubo choque que reflejó la riqueza de la actual escena alemana: por una parte, la dj Lena Willikens, gloriosa mezcladora de heterogéneas sonoridades y beats, desde el techno a la new wave, que debutó en el Sónar por la puerta grande. Y en el otro, Roosevelt, es decir la actual propuesta musical de Marius Lauber, nítidamente alejada de su época de dj. Ofreció concierto de pop, bien compuesto y mejor interpretado (hasta un
Teardrops en elegante versión sintética) para placer de un público que disfrutó efusivamente con una sesión más o menos convencional, en términos rítmicos y melódicos.
Sonidos naturales con elaboraciones tecnológicas casi artesanales fue el campo de operaciones sobre el que trabajó LCC, espléndido dúo integrado por Ana Quiroga y Uge Pañeda, que volvían con su sobresaliente Bastet e impecable apoyo visual. El insólito francés Jacques también trabajó sobre la manipulación y creación de sonidos desde su esencia para acabar componiendo pequeñas joyas donde cohabitan pop, electrónica, melodías sintetizadas y house. Cuando esto último sonaba, el respetable le vitoreaba.
El alemán Roosevelt ofreció un espléndido concierto, de una convencionalidad algo insólita en el Sónar