TIEMPOS DE VIOLENCIA
Una joyería de la madrileña calle de Bravo Murillo, un escaparate roto y una huida precipitada. Ese era el plan, nada sofisticado, con el que tres modestos quinquis necesitados de dinero pretendían dar un buen golpe el 5 de mayo de 1965 y salir de pobres. Uno de ellos era Eleuterio Sánchez que, involuntariamente, iba a adquirir una fama que le convirtió en el delincuente más temido de la época. Él y sus dos compinches se llevaron 120.000 pesetas, pero en su fuga mataron a un guardia de seguridad y a partir de ahí la policía no les concedió respiro. El Lute, apodo por el que pronto se le conocería en toda España, fue condenado a muerte aunque luego la pena sería conmutada por una larga condena. Sin embargo, el Lute, que había comenzado robando gallinas, no se iba a resignar a su suerte y sus continuos intentos de fuga de prisión le convertirían en un mito, alimentado por la prensa de sucesos de la época, que encontró en él un filón singular.
La España de la clase media veía con temor el auge de la delincuencia de los mercheros y en cierta forma esto contribuía a dar argumentos a los fieles a una dictadura que, en cambio, empezaba a ser repudiada de forma manifiesta por las nuevas generaciones, como demostraron las manifestaciones de estudiantes en varias universidades. Impactantes crímenes ocurrieron también más allá de nuestras latitudes. En Estados Unidos, el líder negro Malcolm X caía abatido por dos asesinos de su propia raza al comienzo de un mitin en una sala del barrio neoyorquino de Harlem. Pionero de la unidad afroamericana y temido por sus mensajes de odio hacia los blancos, no concitaba tampoco la unanimidad entre los suyos. Su abandono del movimiento Nación del Islam, que los integrantes de esta organización nunca le perdonaron, parece estar en la raíz de un crimen que, como muchos otros en la América de los sesenta, nunca ha sido suficientemente aclarado, tiñendo con una sombra de violencia la que aparentemente era la democracia más perfecta del mundo.
Lo cierto es que eran malos tiempos para el Tío Sam y los suyos. La guerra de Vietnam empezó a complicarse para ellos: el régimen comunista de Vietnam del Norte, dirigido por Ho Chi Minh, estaba inclinando a su favor el conflicto que mantenía contra sus homónimos del sur, a pesar de la protección que estos recibían de Estados Unidos, gracias a la labor del Vietcong (nombre con el que se conocían a los guerrilleros comunistas que luchaban clandestinamente en el sur). Estos eran cada vez más atrevidos, incluso para atacar objetivos militares yanquis. Parecía que habían empezado a creerse aquello que dijo Mao Zedong de que Estados Unidos era un “tigre de papel” y lo malo de creerse algo es que muchas veces el propio convencimiento acaba haciéndolo realidad. Así que el presidente Lyndon B. Johnson autorizó una durísima campaña de bombardeos contra el norte, la operación Trueno Arrollador (Rolling Thunder) que, según el mandatario, acabaría en un mes con la mayor parte de la capacidad bélica norvietnamita. La realidad es que los bombardeos duraron tres años. Y la guerra, ya sabemos cómo acabó.