Asalto ‘tory’ en la ciudad de ‘Braveheart’
Católicos y protestantes no se integran y viven en mundos separados
El muro de Berlín no lo querían ni los alemanes del Este ni los del Oeste; con el muro de Israel sólo están de acuerdo uno parte de los judíos, y con el de la frontera entre Estados Unidos y México, sólo una parte de los norteamericanos. Pero los más de cincuenta muros que hay en Belfast cuentan con el apoyo incondicional de todo el mundo, de católicos y de protestantes, de unionistas y de republicanos. Proporcionan una sensación de seguridad en una sociedad violenta donde, según en qué barrios, la gente cree que el vecino le quiere matar. De hecho, el deseo ciudadano sería que fueran más altos todavía.
A punto de cumplirse veinte años de los Acuerdos de Viernes Santo, con las instituciones autonómicas suspendidas y los ultraconservadores del DUP negociando un pacto de gobierno para sostener a Theresa May, en unas cosas Belfast es una ciudad completamente distinta a la de 1998, en general mejor, y en otras parece sacada de una postal color sepia de la década de los setenta, en pleno fragor de los Troubles.
El terrorismo que se cobró 3.200 víctimas ha sido reducido a una versión light, en la que de vez en cuando grupos paramilitares que son escisiones del IRA hieren a un policía o matan a un chivato, o sus equivalentes lealistas ajustan cuentas entre sí. La xenofobia y el racismo siguen a la orden del día, dirigidos –lo mismo en barrios católicos que protestantes– contra las familias mixtas, los inmigrantes africanos y asiáticos, o los homosexuales. En las barriadas más conflictivas la policía no entra, y deja que impere una justicia sumaria a cargo de quienes los controlan. Es una sociedad dividida, tribal y sectaria. Las comunidades sólo se mezclan en las zonas prósperas de clase media alta como Lisburn y Castlereagh. En las de clase obrera, todo es igual que antes.
“Los antiguos terroristas se han reciclado en contrabandistas y mafiosos, y hacen todo lo posible por impedir la normalidad a fin de mantener su poder y tener amedrentada a la gente. Viven de los sobornos, los chantajes, las extorsiones, los robos, la droga... –explica el sociólogo Martin Robertson–. Antes, los sospechosos de dar un soplo a la policía recibían un tiro en la nuca, o si no en la columna vertebral, lo que se llamaba un fifty fifty, porque había la mitad de posibilidades de quedarse paralítico. A las chicas que tenían un novio de la religión equivocada se les cubría el pelo de cola, para que no tuvieran más remedio que cortárselo. Uno fácilmente se podía encontrar colgado de un puente por los piquetes de castigo, con la cabeza hacia abajo y los tobillos atados al pretil, o con un balazo en la rodilla o el codo. Hoy sigue ocurriendo, pero menos”. El sectarismo sobrevive.
Las murallas de la paz más emblemáticas, lejos de haber sido derribadas, forman parte del circuito turístico que hacen los autobuses de dos pisos, junto con el parque de atracciones del Titanic en los antiguos astilleros de Harland and
Wolff, donde se construyó el desafortunado transatlántico, situado en un barrio protestante víctima de la desindustrialización, con un nivel de paro que llega al 74%. Los murales no son tan agresivos como en los ochenta, pero sí un testimonio de las barreras insuperables que siguen existiendo. “En nombre de Dios y del Ulster”, dicen los lealistas. Los matones son mártires. Una placa recuerda donde Bobby Sands (que murió en el 81 de una huelga de hambre), siendo niño, jugaba de portero con los chavales del barrio contra los soldados del Regimiento de Paracaidistas.
El paisaje urbano es inconfundible. Belfast Este, unionista, está lle-
COMUNIDADES SEPARADAS Unos son nacionalistas irlandeses románticos, otros los defensores del imperio británico
no de iglesias presbiterianas y evangélicas de centenares de denominaciones, y pancartas de “Jesús vive” como si fuera el Mississippi de los años sesenta. Banderas de la Union Jack (y alguna de Israel) por todas partes. Los bordillos de las aceras están pintados de rojo, azul y blanco. Es una sociedad de moral calvinista, que cree en la creación y no en Darwin, y considera la Reforma como la última gran aportación a la humanidad. “Los protestantes fueron enviados hace cuatro siglos por Londres a territorio hostil para llevar la civilización británica, y todavía tienen mentalidad de colonos, como los granjeros del Medio Oeste americano o los afrikaners de Sudáfrica –explica el profesor Thomas Spencer–. Se consideran los defensores del imperio. Celebran la batalla del Somme, donde decenas de miles de ellos dieron su vida por el país, y la del Boyne, en la que Guillermo de Orange derrotó a Jacobo II. Se oponen al aborto y los derechos homosexuales. Puede decirse que la religión frenó su modernización. Viven en estado de sitio, en una burbuja, con un miedo constante a que los católicos, que tienen más hijos, se conviertan en mayoría. Piensan que han salido perdiendo con los acuerdos de Viernes Santo, que la prohibición de algunas de las marchas de la orden de Orange diluye su identidad, que es cierto el dicho de que mejor ser enemigo que amigo de Inglaterra”.
En Belfast Oeste, republicano, ondean las tricolores irlandesas y banderas palestinas, hay imágenes de vírgenes en las esquinas y los niños llevan la camiseta verdiblanca del Celtic de Glasgow. En los descampados no se juega al rugby sino al fútbol gaélico. Es una de las comunidades más pobres de la Unión Europea, con un 43% de personas dependientes de los subsidios del Estado. Un 54% vota al Sinn Fein, y el resto a los socialdemócratas del SDLP o a independientes. Es el territorio de Gerry Adams. Hay costumbres que han quedado marcadas por el conflicto, como la de no sentarse nunca en los locales de espaldas a la puerta. Muchos pubs tienen todavía paredes de cemento reforzado, pequeñas ventanucos cubiertos de rejas y un centinela.
“Mis hijos van a la escuela católica –dice Cieran Fitzpatrick, un habitual del Shamrock de Andersontown–. Cuando estamos enfermos, acudimos al hospital católico. Compramos en el supermercado católico. Usamos los taxis católicos. De los protestantes no queremos saber nada, se sienten superiores. El pacto entre Theresa May y el DUP no va a hacer más que complicar las cosas, porque significa que el Gobierno británico abandona cualquier pretensión de neutralidad en el conflicto”. Las instituciones autonómicas llevan suspendidas desde el pasado marzo, y si no hay acuerdo antes de final de mes Londres volverá a dirigir la provincia.
El tercer elemento del paisaje son los barrios fronterizos de Belfast Norte como Ardoyne y Glenbyrne, Tiger Bay y Newington. Calles como Bombay Street y Cupar Way, la Kashmir y la Springfield Road, Alexandra Park y Atlantic Avenue, el “triángulo de la muerte” (se registraron 14 asesinatos durante los Troubles) y el valle de las cenizas”(por las iglesias y halls de la Orden de Orange quemados), donde guetos católicos están a tiro de piedra (o de cóctel molotov) de los protestantes, separados por los muros de la paz. Algunos recuerdan al de Berlín. Otros son de diseño y tienen plantas para disimular. La mayoría, monstruosidades de acero, hormigón y alambre de púas, que impiden ver del otro lado. Símbolo de una sociedad dividida.
“Con los unionistas sólo hablo de fútbol, y apenas –cuenta Michael Murphy, que vive desde hace treinta años al lado de la iglesia de la Sagrada Cruz, famosa en los noventa porque las niñas tenían que ser escoltadas por la policía, porque para ir a clase habían de atravesar una calle protestante–. Los políticos hablan de integración, pero siempre hemos sido enemigos, lo somos y lo seguiremos siendo. Unos nos sentimos irlandeses, otros súbditos del imperio británico. Es lo que hay”.
En Downpatrick, junto a una fotografía de Martin Luther King y rodeados de papeles, los voluntarios de la Asociación contra la Intimidación y el Terror (FAIT) buscan cobijo para personas desplazadas, víctimas del racismo, la xenofobia, el sectarismo, la limpieza étnica, la violencia. No les falta trabajo. Muchas cosas han cambiado en los últimos veinte años, para mejor. Pero sigue siendo una sociedad partida en dos, que ni perdona ni olvida.
BARRIOS FRONTERIZOS Medio centenar de ‘muros de la paz’ separan a los católicos de los protestante
PAISAJE URBANO Tricolores irlandesas y vírgenes en un lado, la Union Jack e iglesias presbiterianas en el otro