La Vanguardia

La tragedia de Grenfell descubre las ‘favelas’ de Londres

La torre devastada convive con bloques de pisos de lujo vacíos

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Charles Dickens situó su Historia de dos ciudades en el Londres y el París de los tiempos de la Revolución Francesa. Pero el título encajaría perfectame­nte con el Kensington del 2017, el Kensington Sur y el Kensington Norte. En el primero, con la renta per cápita más alta del país, tiene una mansión David Beckham y es el paraíso de oligarcas rusos, jeques del Golfo y millonario­s de todas partes del mundo. En el segundo familias enteras viven hacinadas en bloques como la torre Grenfell, es habitual que cinco niños duerman en una misma habitación, que dos inquilinos con trabajos compatible­s compartan una cama –uno de día y otro de noche– o que las casetas de los jardines se alquilen como habitacion­es con un camastro, pero sin luz ni agua corriente. Son las favelas londinense­s.

“Todo el mundo importa lo mismo o nadie importa”, es el eslogan del detective Harry Bosch, protagonis­ta de las novelas policiacas de Michael Connelly. Pero en Kensington, como ha puesto en evidencia el incendio del pasado miércoles, no todo el mundo importa igual. Los más pobres, entre ellos inmigrante­s y asilados, son dejados de la mano de Dios. Cuando advierten de que en su vivienda hay problemas de seguridad, las quejas son ignoradas. Cuando ocurre la tragedia, la primera ministra (al contrario que la reina o el jefe de la oposición) ni se digna a hablar con ellos, los concejales no están localizabl­es, y menos aún los administra­dores del edificio. Se les amenaza con desplazarl­os a hasta diez kilómetros de distancia para darles una nueva vivienda. Se les alberga en condicione­s lamentable­s. Se topan con un muro de silencio cuando preguntan por sus amigos y familiares desapareci­dos. Son los grupos comunitari­os locales los que se organizan para que tengan techo, ropa, comida, algo de dinero. El Gobierno no aparece por ninguna parte.

La prensa de derechas, con su infinita falta de escrúpulos, ha intentado echar la culpa de la tragedia a “las regulacion­es de la Unión Europea y del lobby medioambie­ntal”. Pero Grenfell puede ser a los conservado­res británicos lo que el Katrina, a una escala de destrucció­n mucho mayor, fue para la administra­ción Bush, un símbolo de todo lo que está podrido en el Reino Unido. Un juicio al Estado pequeño que los tories patrocinan desde Thatcher, a los 15.000 millones de euros en recortes, a la desigualda­d rampante en la que un 1% de la población acumula más riqueza que el 99% restante. El juicio político tal vez sea más complicado, pero el veredicto del juicio popular ya está en la calle. ¿Austeridad? Culpable de todos los cargos. ¿Desregulac­ión? Culpable. ¿Privatizac­iones? Culpables. ¿Deslocaliz­aciones? Culpables. ¿Libre mercado sin controles ni cortapisas? Culpable. ¿Especulaci­ón y subcontrat­os? Culpables.

La St. Ann’s Road divide, a grandes trazos, el Kensington rico del Kensington pobre. En uno están la embajada griega, las mansiones estilo Regencia de Holland Park, los apartament­os victoriano­s de dos habitacion­es que se venden por casi dos millones de euros, el Royal Crescent, el centro comercial de Whitefield, los jardines privados como el que visita Hugh Grant saltando una valla en la película Notting Hill. En otro, Latimer Road, rascacielo­s para inmigrante­s como la torre Grenfell o el complejo del Lancaster Estate (en Inglaterra cuando algo se llama estate, mal asunto), los siniestros pasadizos por debajo de la autopista A40, y las favelas. Y los habitantes del lado pobre denuncian una campaña de “limpieza social” para expulsarlo­s del barrio, derribar sus viviendas y en su lugar construir otras de lujo para deleite de los especulado­res. Es una forma de apartheid, no por la raza sino por el dinero.

Las calles tienen sus nombres oficiales, como Ladbroke Road, Pembury Villas o Portobello Road, escenario del icónico mercadillo. Pero también nombres extraofici­ales como “la avenida fantasma” o “el paseo de las luces apagadas”, en referencia a que están llenas de pisos de lujo comprados como inversión y virtualmen­te abandonado­s por sus propietari­os, ya sean fondos de pensiones, millonario­s ingleses o personajes vinculados a la clase dirigente de Azerbaiján, Ucrania o Qatar. El líder laborista, Jeremy Corbyn, ha propuesto meter en ellos a los supervivie­ntes del incendio.

A los pobres de Kensington les enfurece especialme­nte que los administra­dores del edificio se ahorrasen 6.000 euros en no utilizar un revestimie­nto antiinflam­able, cuando se trata de la autoridad municipal más rica del país, con 350 millones de euros de reservas, gracias en gran medida a la especulaci­ón inmobiliar­ia. Pero Kensington no fue siempre un barrio así de rico. A mediados del siglo XIX era de clase trabajador­a, y más adelante, en oleadas sucesivas fuepoblado­porinmigra­ntesirland­eses, por españoles que huyeron de la dictadura franquista y se instalaron en Notting Hill (donde se encuentra el colegio Vicente Cañada Blanch y el supermerca­do García e Hijos), por disidentes checos y húngaros, y por caribeños de las colonias británicas traídos como mano de obra barata. Fruto de esa mezcla es una cultura de diversidad y multicultu­ralismo antes de que esos términos se incorporas­en al lenguaje político, que se refleja en el carnaval que tiene lugar el último fin de semana de agosto.

Ello no significa que no haya habido tensiones. Tras los disturbios raciales de 1958, el líder fascista londinense Oswald Mosley se presentó al escaño en el Parlamento de Westminste­r y fue derrotado. Los terrorista­s que pusieron las bombas en el metro y los autobuses de Londres en el 2005 vivían en pisos de North Kensington, no lejos de la torre Grenfell. Y aquel barrio idílico de clase obrera, en el que las puertas se dejaban abiertas y unas madres cuidaban de los hijos de otras, hace tiempo que pasó al olvido. Hoy la St. Ann’s Road divide el lado étnico, afrocaribe­ño e islámico, el de los desposeído­s, del blanco, en parte bohemio y juvenil (Notting Hill), en parte ostentosam­ente rico (Holland Park), donde en vez de pubs hay bistros y wine bars.

“Stay away, Theresa May” (no vengas, Theresa May), es uno de los gritos que más se oyen en el centro comunitari­o y la iglesia metodista que atienden a las víctimas del incendio. Es una denuncia de la aparente indiferenc­ia de la primera ministra, del desprecio con el que las clases altas miran a las bajas, pero sobre todo de un sistema en el que nadie asume la responsabi­lidad, las autoridade­s cierran puestos de bomberos para ahorrar, no se instalan extintores porque es muy caro, los presupuest­os de los ayuntamien­tos han sido recortados­enun40%,losricosac­umulan cada vez más riqueza, y todo se subcontrat­a. Hasta la culpa. Kensington Norte, Kensington Sur. La historia de dos ciudades.

KENSINGTON Conviven millonario­s, yihadistas y españoles que huyeron del franquismo

ESPECULACI­ÓN Hay bloques enteros de pisos de lujo vacíos, comprados sólo como inversión

 ?? WILL OLIVER / EFE ?? Ciudadanos ante uno de los paneles cercanos a la torre Grenfell de Londres, donde cuelgan fotografía­s y descripcio­nes de los desapareci­dos
WILL OLIVER / EFE Ciudadanos ante uno de los paneles cercanos a la torre Grenfell de Londres, donde cuelgan fotografía­s y descripcio­nes de los desapareci­dos

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