El regate más difícil
David Beckham ha comprado los terrenos para construir un estadio y tener su equipo de fútbol en Miami. No el Real, el United
David Beckham ha sufrido a lo largo de su carrera las entradas de defensas durísimos, ha padecido algunas derrotas sangrantes frente al Barça, ha recibido tarjetas rojas más o menos justas, ha sobrevivido a entrenadores zopencos, a la lluvia de Manchester, la caverna mediática de Madrid, a la política del Bernabeu… Pero nada le había preparado para lidiar con la burocracia del Ayuntamiento de Miami y el condado de Dale.
Su proyecto de tener un equipo en el sur de Florida ha dado sin embargo un paso muy importante con la adquisición de las parcelas que le faltaban para disponer del terreno donde construir un estadio con capacidad para 25.000 espectadores que, a pequeña escala –no será ningún Maracaná o Camp Nou–, pretende ser la envidia del mundo del fútbol. Y en el que, si Dios quiere, jugará su Miami United.
Becks ha dedicado muchísimo dinero y energía a un sueño que nació de la época en que pasaba con su esposa, Victoria, largas temporadas en la ciudad, comía
stone crabs (unos cangrejos de mar estilo centollo, con una enorme pinza que regeneran cuando les es arrancada), acudía a partidos de pelota vasca en el Jai Alai (un mítico frontón de la avenida 37 Norte) y a los de Miami Heat, salía de marcha con LeBron James, presenciaba el torneo de tenis de Cayo Vizcaíno, se bañaba en las piscinas del Soho Club y otros hoteles de lujo de Miami Beach, iba de compras a Coral Gables y tomaba mojitos en los bares cubanos de la Pequeña Habana.
Pero si la vida en Miami, y más aún con dinero, puede ser maravillosa, la lucha con la burocracia suele ser terrible. La corrupción está a la orden del día, la especulación lo mismo, los alijos de droga desbordan los almacenes de la policía, la maquinaria política es muy poderosa, y los narcotraficantes están muy bien conectados. Al fin y al cabo, estamos hablando del lugar donde las famosas papeletas mariposa dieron la victoria a Bush sobre el demócrata Al Gore en las elecciones norteamericanas del 2000. Si los votos se hubieran contado como corresponde, tal vez el mundo sería hoy diferente…
Y es en ese mundo en el que el bueno de Beckham se ve obligado a regatear para intentar tener su estadio y su equipo de fútbol, el juguete –aparte de otras inversiones– con el que espera entretenerse en la larga jubilación que le espera. Su proyecto lleva una etiqueta de 500 millones de dólares, en su totalidad fondos privados. Cualquier acceso a presupuestos públicos le ha resultado imposible después del escándalo del equipo de béisbol de los Marlins, cuyo campo iba a costar al erario público más o menos eso mismo, pero la factura acabó multiplicándose por cuatro. Y además está casi siempre medio vacío.
No es que el centrocampista tenga que lanzar él mismo las faltas en el contencioso con las autoridades, porque para eso están sus socios (el multimillonario boliviano de las telecomunicaciones Marcelo Claure, el empresario del espectáculo Simon Fuller y el copropietario de los Dodgers de Los Ángeles, Tedd Boehly), además de los abogados y administradores del consorcio. Son ellos quienes se encargan de negociar con el alcalde Tomás Regalado, de origen cubano, como buena parte del
establishment político de una ciudad llena de exilados que huyeron de Castro y adoran el capitalismo, no importa lo salvaje que sea. Son ellos quienes tiran los penaltis y se llevan las tarjetas amarillas.
El plan A, el plan B y el plan C de Beckham era construir un estadio en el downtown, en la zona del puerto, con vistas al océano y la brisa marina. Pero ninguno de sus intentos de comprar terrenos prosperó, y al final no le ha quedado más remedio que irse al oeste de la ciudad, cerca de la autopista 95 (que viene de Boston, pasando por Nueva York y Washington), una histórica barriada popular llamada Overtown, con casas de época y una comunidad de vecinos muy integrada y muy luchadora, que se opone a la gentrificación, tiene miedo de que el estadio aumente el precio de los alquileres, haga aún peores los atascos de tráfico y cree problemas de aparcamiento. Es como cuando Mourinho monta una especie de tela de araña en el centro del campo, no hay quien respire. Igual que en Barcelona, los vecinos están obsesionados con los horarios, y exigen garantías de que, aparte del fútbol, no habrá conciertos de rock que perturben su sueño.
Miami es uno de los mercados deportivos más difíciles de Estados Unidos, con una población fluctuante llena de jubilados, cuya lealtad a un equipo es difícil de conseguir. Pero Beckham quiere probar suerte.
El centrocampista se ha topado con la burocracia de una ciudad dominada por los exilados cubanos