Demasiado parecidas
Lluís Amiguet lamenta que las élites españolas y catalanas se hayan dedicado a “repartirse no sólo suculentos porcentajes de la contrata pública, sino también los cargos e influencias que han permitido seguir siendo ricos e influyentes a muchos de quienes ya lo eran en el franquismo”, en lugar de apostar por unas instituciones públicas fuertes y transparentes, lo que según el autor explica que ahora mismo “el independentismo se convierte en un tren de la bruja lanzado a toda máquina contra el AVE acorazado de la élite extractiva española”.
Catalunya y España no tienen problemas de convivencia por ser diferentes, sino por ser demasiado parecidas. Y es que sus élites extractivas siempre han hecho lo mismo: utilizar las instituciones para apropiarse de las rentas de todos mientras hablaban en nombre de “España” o “Catalunya” cuando sólo pensaban en sí mismas.
En los últimos cuarenta años, el bipartidismo complementado por el pujolismo ha permitido a las dos élites repartirse no sólo suculentos porcentajes de la contrata pública, sino también los cargos e influencias que han permitido seguir siendo ricos e influyentes a muchos de quienes ya lo eran en el franquismo.
La élite extractiva catalana tiene frontera con Francia en vez de con Navalcarnero y se reclama más laboriosa, democrática y culta, pero eso no le ha impedido competir en avaricia con la española y pactar repartos cuando era necesario. Al cabo, las dos han sido siempre igual de europeístas, empezando por Andorra y Suiza.
Y es que el éxito de los países no depende de su situación geográfica –Botsuana es tan próspera como muchos estados europeos– ni de su moral, cultura o lengua. Depende de la calidad de las instituciones que hacen prosperar a un país cuando son inclusivas e impiden a sus élites convertirlo en patrimonio familiar para dar oportunidades a todos –con apellidos o sin ellos– de innovar, generar riqueza y disfrutarla.
Me lo explica el padre del institucionalismo económico, Daron Acemoglu, mientras repasamos la historia de las historias de Catalunya y España. Si, en estos cuarenta años de democracia, la élite extractiva catalana, en vez de imitar en lo peor a la española, hubiera construido instituciones catalanas modélicas para un proyecto inclusivo, la independencia –o cualquier otro plan que propusieran– tendría apoyos hasta en los barrios donde sigue sin interesar, como tampoco interesaba el pujolismo.
Pero nuestra élite extractiva hizo como la de Madrid y hoy los jueces – “demasiado lentos para ser justos”, critica Acemoglu con razón– destapan trama tras trama. Y el independentismo se convierte en un tren de la bruja lanzado a toda máquina contra el AVE acorazado de la élite extractiva española con un estruendo tan poco creíble como ideal para disimular vergüenzas.
Mientras, queda pendiente el aburrido, prolijo y esencial debate de cómo reformar nuestras instituciones para lograr que sean cada día más inclusivas.