Los temas del día
La condena a Rusia del Tribunal de Estrasburgo por su legislación homófoba, y el registro de la sede de la SGAE por parte de la Policía Nacional.
EL Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, y el Kremlin, con sede en Moscú, llevan camino de ser la pareja peor avenida de Europa: de los 228 casos “procedentes” de Rusia sobre posibles infracciones de la Convención Europea sobre Derechos Humanos, el tribunal ha fallado en contra del Estado ruso en todos salvo en seis. El último episodio sucedió ayer cuando el citado órgano judicial condenó a Rusia por la ley que prohíbe “la propaganda de las relaciones sexuales no tradicionales entre menores de edad” y la obliga a pagar indemnizaciones a tres activistas de la causa LGTB detenidos y multados en varias ocasiones por sus protestas contra la citada ley.
La sociedad rusa no es precisamente gay friendly .No lo era durante el comunismo y no lo es ahora en la era de Vladímir Putin. La homosexualidad fue delito hasta 1993 y formó parte de la lista en enfermedades mentales hasta 1999. La dimensión puritana y represiva del comunismo bajo la Unión Soviética dejó paso a una sociedad desorientada en los primeros años de Rusia, un vacío cubierto paulatinamente por la Iglesia ortodoxa y un presidente paternalista como Putin que ha tratado de reforzar todo aquello que hace singular a Rusia y la distingue del resto del mundo.
Mientras la comunidad LGTB ha ganado respetabilidad tras años de escarnio, desprecios y abusos en Europa, Rusia ha optado por hacer bandera de la homofobia, a la que atribuye un factor corruptor de las sociedades desproporcionado. De esta forma, el mensaje que se envía a la población acaba por alimentar prejuicios y episodios de brutalidad, palizas y discriminaciones, mientras se niega oficialmente el derecho a la sexualidad “no tradicional”, por seguir el argot oficial ruso.
La sentencia condenatoria de Estrasburgo no va en la dirección de amparar abusos sexuales contra los menores, como sugiere la indignada reacción de Moscú, muy propenso a presentar una corrupción moral exterior frente a los valores “eternos” de la Madre Rusia. La sentencia tiene otros argumentos. Bajo la coartada de defender los derechos de los menores, la ley tiene unos límites difusos y “su aplicación ha sido arbitraria”. La aplicación del texto ha amparado, por ejemplo, la prohibición de manifestaciones y desfiles gais, la detención de homosexuales y lesbianas en locales públicos o cualquier demostración en las calles de afecto o amor entre personas del mismo sexo. Una suerte de ley del embudo muy propicia para que las autoridades rusas actúen con discrecionalidad.
El otro argumento legal de la sentencia emitida por el TEDH considera que la ley rusa “estimula la homofobia”, un atizar “incompatible con los valores de una sociedad democrática”. Los países europeos que, como España, hicieron hasta hace pocos años de la homofobia asunto de chistes, burlas o afrentas saben perfectamente lo que piensa y hace Rusia. Basta volver la vista atrás unos años y caer en la cuenta de los sufrimientos en silencio de muchos gais que hoy se nos revelan crueles y gratuitos.
Rusia enarbola la homofobia como un asunto de identidad y orgullo nacional. Mal asunto. Y, sobre todo, una forma manipuladora de ocultar el trasfondo autoritario y orwelliano de leyes que tratan, en el fondo, de erradicar y castigar conductas que sólo corresponde ejercer a los individuos en uso de sus derechos y libertades. Aunque sean minorías.