EE.UU. y Rusia entran en rumbo de colisión en la guerra de Siria
La fuerza aérea estadounidense derriba un dron de fabricación iraní
Australia ha decidido dejar en tierra sus ocho aviones de combate en Siria, tras la amenaza rusa de apuntar a todo lo que se mueva al oeste del Éufrates. También EE.UU. optaba el lunes por resituar sus efectivos aéreos, “por prudencia”, aunque ayer volvía a la ofensiva al derribar un dron iraní que sobrevolaba una base rebelde junto a Jordania.
La guerra en Siria ha entrado en territorio desconocido y de alto riesgo, después de que el pasado domingo se cruzaran dos líneas rojas. Por primera vez, un caza estadounidense (F-18) abatía un avión del ejército del Aire sirio (Sukhoi22). Algo tanto más significativo si se tiene en cuenta que la fuerza aérea estadounidense no había derribado ningún avión en lo que llevamos de siglo.
La otra línea roja la cruzó Irán el mismo día, al lanzar seis misiles contra objetivos del Estado Islámico (EI) en Siria, con el resultado, según Teherán “de sesenta y cinco terroristas muertos”. Hacía treinta años que la República Islámica no lanzaba un ataque de este tipo contra otro país. Sobre el papel, una respuesta a los recientes atentados reivindicados por el EI en el mausoleo de Jomeini y el Parlamento iraní. En la práctica, un recordatorio a su archienemigo saudí y sus adláteres de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), así como a las propias bases estadounidenses en la península Arábiga de que están al alcance de sus misiles.
La ira de Moscú también ha cruzado una línea roja, al advertir a Washington de un enfrentamiento directo y no por persona interpuesta. Mientras que Washington sostiene que el avión sirio derribado atacaba a sus socios kurdos, Damasco –que ha podido rescatar al piloto– asegura que su objetivo era el EI y acusa a los estadounidenses de crear un corredor para que los combatientes islamistas refuercen el asedio a las fuerzas gubernamentales en Deir Ezzor, en vigor desde el 2014.
Tras recuperar las cinco ciudades más pobladas de Siria, Damasco sueña con allanar el camino hasta Deir Ezzor, rica en gas y cabeza de puente a Irak.
Aunque la salvaguarda de un régimen inhumano como el sirio es una pésima excusa para los rusos desde el punto de vista moral, la legalidad internacional tampoco está del lado de la intervención de EE.UU y sus aliados, que ni han sido invitados por el Gobierno sirio, ni cuentan con mandato de la ONU. El secretario general de esta, António Guterres, rogó ayer a rusos y estadounidenses que detuvieran la escalada, ante la complejidad y peligrosidad de la situación.
Aunque ostensiblemente tanto la Federación Rusa como Estados Unidos tengan como prioridad
acabar con el EI, ahí terminan las coincidencias. No sólo Rusia, sino también Turquía –a la postre miembro de la OTAN– están convencidos de que el premio de consolación para EE.UU. –y para Israel– en esta calamitosa guerra con cientos de miles de muertos y millones de desplazados, es el desmembramiento de Siria. El premio gordo, claro está, era el desmoronamiento de la dictadura del clan de los Asad, apuntalada con éxito por Rusia, Irán y milicianos chiíes de Líbano e Irak.
Pero la creación de un Kurdistán independiente a ambos lados de la frontera sirio-iraquí es también un campo minado. La UE ya ha pedido a la autonomía kurda de Irak que renuncie al referéndum anunciado para septiembre. Aunque para ello EE.UU. parece decidido a tragarse no pocos sapos, en pago por la ofensiva terrestre contra la capital del EI en Raqa –ralentizada tras los sucesos del domingo– cuya punta de lanza es la franquicia siria del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Una organización considerada terrorista no sólo por Ankara –que aplasta la insurgencia en el sudeste kurdo de Turquía con artillería pesada– sino también por Washington –aunque no por Moscú–. También tiene su ironía que quien tenga que salvarle la papeleta al “mundo libre” sea una guerrilla marxista. Y que para tal contorsionismo, Washington no tenga ningún reparo en enfurecer a Turquía, el segundo ejército de la OTAN. Ciertamente, el secretario de Defensa, James Mattis, ha intentado tranquilizar estos días a Ankara –por escrito, tal como le pedían– asegurando que el armamento pesado que están entregando a los guerrilleros kurdos lleva geolocalizadores y deberá ser devuelto al final de la misión. Como para no pegar ojo, un mes después de la revelación de que el ejército estadounidense ha perdido el rastro de mil millones de dólares en armas en Irak. País en el que en su día entregaron casi un millón de fusiles de asalto –al ejército iraquí y a varias milicias como las kurdas– abriendo las puertas al marasmo del que surgiría el Estado Islámico en Irak, que se expandiría después a Siria. Esta misma semana, Ankara exhibía un misil antitanque hallado en un zulo del PKK en Turquía.
Nadie desea que la escalada vaya a más, porque ambas partes cuentan con poderosas armas de disuasión –en el caso ruso, el avanzado sistema de misiles tierra-aire S-400–. Nadie lo desea, pero el descuartizamiento del cadáver de Siria ya ha empezado y todas las partes toman posiciones para sacar tajada tras desalojar a los no menos extranjeros milicianos del Estado Islámico.
Sin embargo, bajo la polvareda de la guerra hay signos de restablecimiento del orden. Naciones Unidas ha logrado enviar un convoy de ayuda desde Alepo a la localidad de Qamishli, en el noreste, por primera vez desde el 2015. No obstante, en el sur, en Deraa, donde empezó la rebelión, se derrumbaba el alto el fuego que duraba tres días.
Y como esta es también una guerra informativa, EE.UU. se anotaba ayer un tanto al confirmar la eliminación en un bombardeo de hace tres semanas del “gran muftí” del Estado Islámico, Turki al Binali, mientras Rusia reconocía no poder hacer lo propio con la anunciada muerte del líder del EI, Abu Bakar al Bagdadi.
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