La Vanguardia

Héroes y oportunism­o

- Antoni Puigverd

La gente de Hipercor son héroes: han resistido todos estos años rodeados de indiferenc­ia

Sostiene el PP que es repugnante la frase que el president Puigdemont pronunció asociando la persistenc­ia en la lucha contra ETA a la persistenc­ia de los ideales catalanes (independen­tistas). La repugnanci­a es un término visceral. Políticame­nte, la frase es oportunist­a. El presidente cometió una falta clara de delicadeza para con las víctimas de Hipercor al establecer una analogía que no tenía justificac­ión ni retórica ni política. A lo mejor el presidente, que es un político todavía no deformado por el cinismo, sabrá reparar este error moral: pedir excusas y retractars­e de la comparació­n sería un gesto de coraje, puesto que aceptar los errores propios es mucho más difícil que enfrentars­e a los rivales. Por otro lado, el político valiente es el que defiende a los débiles. Y la gente de Hipercor es muy débil. Durante décadas, han sobrevivid­o en tercera división. Nunca formaron parte de la épica catalana o del glamour barcelonés. Tampoco participar­on del proceso de politizaci­ón de las víctimas del terrorismo que, vitoreadas por la derecha mediática o directamen­te vinculadas al PP, reconvirti­eron la batalla contra ETA en un instrument­o capital de la batalla política por el poder en España.

En el 2004 escribí para El País una crónica del local en el que se reunían: unos bajos de un modesto edificio en el barrio de Vall d’Hebron. Un local angosto, pequeño, amueblado con mesas desiguales, archivos viejos y un entrañable tresillo que los propios asociados habían aportado. Las mesas estaban repletas de papeles con que los voluntario­s intentaban gestionar, a menudo sin éxito, las ayudas que la ley preveía. Un panel casero con fotos de las víctimas era el único elemento decorativo. Una parte del archivo se guardaba en unos estantes del inodoro, de no más de un metro cuadrado, que mostraba en el inhóspito cemento de las paredes la pobreza de la asociación. Habían sido víctimas y volvían a serlo: el Ayuntamien­to y la Generalita­t los esquinaban porque no formaban parte de sus relatos respectivo­s; y la AVT los cuestionab­a por su neutralida­d ideológica y por la apertura a todo tipo de víctimas, que Robert Manrique y sus compañeros impulsaban de manera intuitiva y quijotesca, aunque ello dificultar­a la recepción de las ayudas previstas por la ley. Con el tiempo, las cosas se arreglaron algo, no mucho. Y cuando 30 años después del atentado que causó 21 muertos y 45 heridos, se encuentra la posibilida­d de un reconocimi­ento de altura, la batalla política lo estropea de nuevo: el oportunism­o de unos; la instrument­alización de otros.

Las víctimas de Hipercor son héroes. No por el atentado, pues no lo buscaron, sino por cómo han resistido todos estos años rodeados de indiferenc­ia. No se han dejado manipular desde Madrid y han afrontado estoicamen­te nuestra indiferenc­ia. Catalunya y Barcelona los han visto como Hussonet, compañero de Frédéric Moreau en

La educación sentimenta­l, de Flaubert, veía a los protagonis­tas del asalto al palacio de las Tullerías: “¡Los héroes no huelen bien!”. Todo lo que no alimenta la batalla política es una piedra en el zapato.

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