La Vanguardia

No habrá ni olvido ni perdón

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Enla nouvelle de John Cheever Esto parece el paraíso (traducida al español por Claudia Conde) hay una escena memorable en la que una pareja (Betsy y Henry) vuelve a casa después de haber pasado el día en la playa con sus hijos, Randy y el bebé Binxie, que llevan en una cunita portátil, eso que ahora llaman un moisés. Como Henry está muy cansado es Betsy quien conduce por una madeja interminab­le de autopistas que conectan unas con otras. Como después de un rato ella también se siente cansada, antes de llegar al tramo más complicado de autopistas aparca el coche en un arcén, despierta al marido, reubican las cosas que llevan y ella y él cambian de asiento. Cuando llegan a casa hablan de las ganas que tienen de meterse en la cama y dormir. Entonces ella pregunta a su marido: –¿Has llevado ya a Binxie a casa? De golpe el hombre se da cuenta: –Dios mío, lo habré dejado en el arcén de la 224. ¡Lo saqué del coche cuando cambiamos de asientos y lo habré dejado allí! Bravo. Ahora, en Italia, en Moncalvo d’Asti, en el Piamonte, a finales de la semana pasada un motorista se dio cuenta de repente de que su mujer, que creía que iba en el asiento trasero, no estaba. Aterrado llamó al teléfono de los carabinero­s: “He perdido a mi mujer; debe de haber caído de la moto mientras viajábamos”. Estaba en Chieri, a cosa de cuarenta kilómetros más allá de Moncalvo. “No puedo telefonear­la porque su móvil está aquí, en el baúl de la moto. ¡Por favor, ayúdenme!”. El hombre y los carabinero­s reconstruy­en el trayecto recorrido para poder empezar la búsqueda. Pero de golpe al hombre le suena el teléfono. Es un número desconocid­o, el de un móvil que la mujer ha conseguido que le dejaran para hacer aquella llamada:

–Te has ido sin mí. ¡Me has dejado en Moncalvo d’Asti! Bravo también. Olvidarse un moisés con un bebé dentro es grave, pero en la historia de John Cheever la pareja protagonis­ta se apoyan uno a otro, y todo acaba bien: consiguen recuperar al niño y el miedo y la angustia se instalan en el estante de las pesadillas vividas. Pero ¿y el caso del hombre que pone en marcha su moto sin darse cuenta de que su mujer no está en el asiento de atrás? No hay que ser Sigmund Freud para darse cuenta de que, si hurgas lo suficiente, puedes sacar mucha mierda acumulada, muchos reproches latentes, acusacione­s de un deseo inconscien­te de deshacerse de ella... Por poco que la mujer se esfuerce, ese olvido tendrá repercusio­nes de mucha más larga duración.

¿Cheever o el motorista del Piamonte? La realidad siempre copia a la ficción; que, a su vez, bebe de la realidad para poder estructura­rse.

Para ir al colegio hay algo tan imprescind­ible como la cartera: “¡Anda, los donuts!”

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