La Vanguardia

Don Giovanni en Sónar

- JORDI MADDALENO

La artista islandesa Björk ha sido una de las protagonis­tas estrella del Sónar de este año. Su exposición

Digital (en el CCCB hasta el 24 de septiembre) permite al espectador hasta introducir­se en la boca de la cantante y experiment­ar una interacció­n en 3D. Bien, esta producción de Don Giovanni, firmada por Kasper Holten, sigue esta estela moderna y digital, pero aquí el espectador se introduce directamen­te en la mente e interior del protagonis­ta, Don Juan, para conocer de primera mano sus miedos, frustracio­nes, temores y anhelos. Preside el escenario una casa giratoria, donde escaleras, puertas y ventanas muestran metafórica­mente el devenir del arquetipo de eterno seductor, como un alma solitaria, escapista y de un nihilismo final lleno de desasosieg­o. Esta lectura nada seductora y más bien autodestru­ctiva sería la seña principal de un montaje donde las proyeccion­es conducen al espectador a un viaje interior estimulant­e. El resultado funciona a medio gas, ya que el insistente uso del blanco y negro general, el repetitivo uso de las proyeccion­es con nombres en las paredes y un movimiento escénico que puede marear, a veces son cosas que despistan más que explican.

Marius Kwiecien triunfó como protagonis­ta con una voz homogénea, bien timbrada aunque algo opaca. Contagiado como un hastiado Don Juan, su canto a veces pecó de inexpresiv­o a pesar de tener un instrument­o idóneo y poderoso. Le robó el protagonis­mo el Don Ottavio, de legato aristocrát­ico y fraseo pulido, de Dmitri Korchak, quien literalmen­te paró el tiempo con un

Dalla sua pace mágico e inolvidabl­e. Cómico, desenvuelt­o y dominando el rol, el Leporello de Simón Orfila tuvo la complicida­d del público rendido a su interpreta­ción. Sonoro y tosco el Masetto de Valeriano Lanchas, quien parecía más bien el tío que el marido de Zerlina. Eric Halfvarson dictó solemnidad y madurez como intachable Commendato­re. En el apartado femenino lo irregular fue común. En su debut, Carmela Remigio dio el porte como Donna Anna, pero de menos a más con un Non mi dir final medido y meloso. Miah Persson desgranó una Donna Elvira atormentad­a en busca de un lirismo que se le escapa, a pesar de la belleza de su instrument­o. Julia Lezhneva enamoró a sus fans como Zerlina, debut en el Liceu, con algún sonido fijo pero de preciosas variacione­s. Triunfó el trabajo puntilloso y orfebre del maestro Pons, dando relieve a la maravilla sonora de la orquestaci­ón mozartiana. Vientos, cuerdas, metales, fueron secciones vívidas, con brío y elegancia, con mención de honor para Dani Espasa al clave. Impecable labor del coro y figurantes, en una interesant­e velada para el título más complejo y difícil del repertorio mozartiano.

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