Literatura
Un futuro sin literatura en la enseñanza media no es la mayor inquietud de la mayoría de los padres. La progresiva imposición de un modelo educativo cada vez más adverso a las humanidades y más enfocado a los resultados cortoplacistas está hecho para complacerlos: es fácil triunfar entre los votantes cuando se proclama que la escuela “debe preparar a los alumnos para la realidad social que les espera”. Pocos se plantean la cruda verdad que subyace tras la frase: si “la realidad que les espera” es mema (posibilidad que no podemos descartar alegremente), habrá que prepararlos para la memez. Si es, como sucede actualmente, de un utilitarismo feroz, hay que prepararlos para el utilitarismo feroz. Esa es la idea. Y como la mayoría teme que sus hijos se queden descolgados de “los tiempos que corren”, prefieren que la escuela les proporcione la formación adecuada para encajar en el molde (en ciertos aspectos, la paternidad nos vuelve estrechos de miras, qué le vamos a hacer...). Así pues, nunca una mayoría reclamará que asignaturas como la literatura dispongan de más recursos. Y, por tanto, tampoco habrá consellers ni diseñadores de currículos que se presten a ello.
Sin consellers ni padres que nos asistan, ¿qué nos queda a quienes preferimos una enseñanza media más proclive a la lectura de los clásicos? Nos quedan los profesores de lengua y literatura, el elemento más importante en esta cadena. Desde hace tiempo, el Col·lectiu Pere Quart (ahora asociación), compuesto por profesores de enseñanza media y superior, reclama que la literatura recupere en el bachillerato el horario que merece.
La revista Núvol acaba de publicar Lletres de batalla, libro en el que miembros del colectivo y otros escritores exponemos un sinfín de argumentos en favor de la causa. Casi todos apelamos al enriquecimiento intelectual que la asignatura proporciona para construirse una visión de la realidad matizada, un espíritu crítico sólido y otros valores intangibles...
Pero tal vez deberíamos ser más astutos y apostar por ese utilitarismo que convence a la mayoría. En este sentido, algunos (Antoni Puigverd en especial) ponemos el dedo en la llaga al destacar el papel de muchos profesores de lengua y literatura en el arrinconamiento de la segunda en favor de la primera. Un error grave que ha perjudicado a la literatura, pero aún mucho más a la lengua... (… y ninguna mayoría discute la utilidad de la lengua). La consigna debería ser “salvar la literatura para salvar el dominio de la lengua”. ¿Por qué gran parte de los profesores se han acomodado tan bien a hacer justo lo contrario? Puigverd apunta algunas razones y se extraña de lo poco que se ha hablado de ello. Quizá sea una verdad incómoda. Pero conviene seguir explorándola.
Parte del profesorado ha contribuido a arrinconar la literatura en favor de la lengua