Una familia con niños vive en un banco sin agua ni luz
Barcelona cuenta hoy con un 41% menos de sucursales bancarias que antes de la crisis, pero pocas tienen un epílogo tan insólito
Una familia de nueve miembros –cinco adultos y cuatro menores– ocupa una antigua sucursal de Banesto en Barcelona sin agua ni luz. Son unos padres, sus hijos y sus nietos. Los mayores, que viven de la chatarra y reciben ayudas institucionales, tienen entre 22 y 44 años; los pequeños son un niño de un año, dos criaturas de dos y una menor de 14, que está escolarizada “para que aprenda y sepa escribir, no como yo”, dice Alexander, el paterfamilias.
Según un informe oficial, en el 2008 la provincia de Barcelona te- nía 5.866 oficinas bancarias. En el 2015 eran 3.439, un 41,4% menos. En el 2016 se cerraron seis cada día en España, dice CC.OO. Pocas han tenido un epílogo tan insólito. El Ayuntamiento afirma que viven aquí desde abril, cuando se fueron de otro local “tras recibir una indemnización del propietario”. Sin embargo, la propia familia asegura que se instalaron antes, hace cuatro meses.
Proceden de Buzau, en el sureste de Rumania. “La vida allí es dura; aquí también, pero menos”, dice Dante, de 22 años, uno de los hijos de Alexander. Ellos hablan y ellas callan, siempre en segundo plano, como Mirena, una de las jovencísimas madres del grupo. Su hijo estaba la tarde del reportaje –curiosamente, el día mundial de los Refugiados– muy elegante, pero horas antes correteaba por la oficina desnudo.
No saben que aporofobia significa aversión a la pobreza, pero sí que vivir en la calle es peligroso, lo que justifica callar la dirección. La Generalitat y el Ayuntamiento siguen de cerca este caso. El servicio de inserción social de familias rom (SISFArom, como se conoce esta institución municipal) les ayuda desde julio del 2016. El pueblo rom o romaní desciende de los egiptanos o gitanos que a partir del siglo XIV fueron importados y esclavizados por los principados
de Valaquia, Moldavia y Transilvania, como explica Isabel Fonseca en Enterradme de pie (Anagrama), un excelente ensayo sobre el
pueblo del camino.
Si lo desean, pueden cerrar la puerta de la oficina bancaria con una cadena y candado. Pero durante el día sólo una cortina translúcida evita el paso y procura algo de intimidad. En el interior, una barandilla de acero se ha convertido en un tendedero. Una cama individual y tres colchones presiden un despacho acristalado. En otras dependencias hay una cama de matrimonio, un sofá cama, un hornillo Orbegozo conectado a una bombona de butano, una mesa, varias sillas y tres cochecitos. Dos alfombras, cuatro crucifijos y un sinfín de cachivaches completan el inventario.
Una columna está decorada con tres fotos de Elena, que falleció a los siete años. Estos retratos son la pertenencia más preciada de Alexander. Las fotos, primero. Luego su reloj inteligente (capaz de interactuar con su móvil) y su bici, a la que ha acoplado un carro con el que puede arrastrar “hasta 300 kilos”. Penurias 2.0. Recorre decenas de kilómetros para vender la chatarra a unos subsaharianos en una nave de la plaza de las Glòries. ¿Es muy duro pedalear con tanto peso? “Para ti, quizá sí; para un chatarrero rumano, no”.
Hoy no ha habido suerte. Alexander sólo ha conseguido 10 euros. Dante, que no tiene bici, enseña su carro: una batidora rota y nada más. Pero si Dios cierra una puerta, abre una ventana. Dos mujeres de buen corazón les han hecho llegar diez sartenes y ollas de calidad y sin estrenar. Se abastecen de agua en una fuente. De vez en cuando, un marroquí les compra los tesoros que hallan en la basura: un euro por unos zapatos de niño, si están en buen estado, que luego revende en el mercadillo de la miseria que aparece y desaparece como un Guadiana junto a los puestos de los Encants.
Su presencia divide a los vecinos, pero incluso los más comprensivos se preguntan si esta situación se puede prolongar más (el hornillo, el butano, la acumulación de materiales inflamables en los bajos de un bloque de viviendas...). “¿Irnos? ¿Dónde podríamos vivir todos juntos, dónde guardar los carros, la bici, la chatarra?”. No es fácil. Un portavoz municipal explica el caso reciente de una familia galaicoportuguesa que aceptó decir adiós al camino y a un asentamiento irregular a cambio de un piso social en Sant Martí. “El resto de sus parientes han roto con ellos porque se consideran traicionados”.
El Ayuntamiento trata desde julio del 2016 a este grupo familiar, que antes de llegar aquí ocupó otro local