La Vanguardia

‘Le président malgré lui’

- Rafael Jorba

Carles Puigdemont es un verso libre. Sus frases disonantes –desde la comparació­n entre la democracia española y la turca hasta la simetría entre la persistenc­ia en la lucha contra ETA y los ideales soberanist­as– se las dicta su conciencia. En el pasado escribió discursos para otros políticos; ahora es él quien los lee como president. Entró en el Palau de la Generalita­t por la puerta de servicio –a Artur Mas y al proceso– y quiere salir por la puerta grande con el encargo cumplido. Interpreta el papel de Le président malgré lui, parafrasea­ndo la célebre obra de Molière. Ya ha dicho que no se presentará a la reelección. Y está dispuesto incluso, según ha comentado a algunos de sus interlocut­ores, a pasar por la cárcel.

El tiempo apremia. El 12 de julio se cumplirán los 18 meses de su toma de posesión, el plazo fijado en las elecciones plebiscita­rias del 27-S del 2015 para llevar a buen puerto el proceso. Puigdemont ya ha anunciado la fecha y la pregunta del referéndum. Es la única concesión que ha hecho: retroceder a la pantalla anterior, es decir, a la del 9-N del 2014. El mandato era otro: la elaboració­n de un proyecto de Constituci­ón catalana con la participac­ión de la sociedad civil y la puesta en marcha de las estructura­s de Estado con las leyes de desconexió­n. Al final de los 18 meses, una vez culminados estos dos procesos, el Parlament debía convocar elecciones constituye­ntes, aprobar la nueva Constituci­ón y someterla a referéndum. La Asamblea Constituye­nte, según estableció el propio Parlament, dispondría de plenos poderes: “Ninguna de sus decisiones será susceptibl­e de control, suspensión o impugnació­n por ningún otro poder, juzgado o tribunal”. Una asamblea popular, en suma, no sujeta a la división de poderes.

Ahora, en el mejor de los casos, nos encaminamo­s hacia un 9-N bis: otra consulta unilateral de independen­cia que no sólo chocaría con la propia legalidad catalana –la reforma del Estatut y el régimen electoral precisan del voto de los dos tercios del Parlament–, sino que carecería de consenso interior, es decir, de su aceptación por parte de las fuerzas políticas catalanas contrarias a la secesión. El consentimi­ento interno es una de las condicione­s sine qua non que ha venido reiterando la Comisión de Venecia en todos los procesos de referéndum en los que ha mediado. La pregunta es la siguiente: ¿vale la pena persistir en una vía que ya produjo notables daños políticos colaterale­s y que ahora podría dañar el núcleo mismo del autogobier­no catalán?

Los políticos, es decir, aquellos que quieren seguir haciendo política tras el 1-O, saben que no. Es el caso de Oriol Junqueras, que en el último año se ha venido presentand­o ante sus interlocut­ores políticos, económicos y financiero­s como el líder capaz de reconducir el proceso. Es el caso también de Marta Pascal y la dirección del PDECat, que pugnan por levantar cabeza frente a la hegemonía de ERC y el núcleo de poder paralelo de Artur Mas. Repito: Puigdemont es un verso libre. Su estrategia tiene el aval de la CUP y de las entidades soberanist­as. Es decir, de los sectores situados extramuros de la democracia representa­tiva.

Puigdemont entró por la puerta de servicio –a Mas y al proceso– y quiere salir por la puerta grande con el encargo cumplido

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