Misteriosa materia sensible
Llevo horas buscando entre las noticias de prensa y los borrones de mi cuaderno una idea para escribir aquí
Como las personas también somos humanas, a veces tenemos nudos en el estómago. Y mire, casualmente, yo ahora tengo uno, y no me centro. Cosas que pasan. No todo es política, trabajo, ciencia o gastronomía. Llevo horas buscando entre las noticias de prensa y los borrones de mi cuaderno una idea para escribir aquí, pero no veo nada. O peor aún. De ver algo, son los temas más tristes. Esta noche sólo me interesan las desgracias. Asuntos apocalípticos. Estoy casi decidida a volver a escribir sobre el cambio climático, porque creo que es el peligro más bestia que nos circunda, al menos a vista de pájaro. O de este jilguero asado que aún se resiste a poner aire acondicionado. No por mí, que no tengo piedad, sino por un joven ecológico que amenaza con irse de casa si contribuyo, con mi egoísmo, al bucle infernal que se da entre el aumento de la temperatura por las emisiones de CO2 y el aire acondicionado que aumenta las emisiones, y así hasta el infinito o más concretamente el finito. Finish. The end. Ciao .El calor casero tampoco ayuda a desatar nudos, ahora que lo pienso. Pero, como le decía, sólo me apetece hablar de incendios, de niños recalentados a los que mojan con mangueras en los colegios, tormentas asesinas o desiertos que crecen de noche. Claro que la plaga de cucarachas del hospital de mi ciudad también es un temazo. Ahondando en el fango, me tienta contar una experiencia que tuve una vez con una cucaracha en mi mejilla. Pero usted no se merece eso. Seguro que tampoco contribuye a la desertización instalando un aparatito de aire acondicionado para su ruin y mezquino uso personal.
Le cuento el problema a una amiga que llama por teléfono. Ayúdame, ¿sobre qué puedo escribir, con este maldito nudo en el estómago que me impide pensar? ¿Sobre nudos estomacales?, dice, es un tema de mucha actualidad. Ah, no, asuntos personales jamás, respondo. Pero no soy de principios muy férreos, y le digo que bueno, vale, sólo que antes tengo que documentarme con algo de rigor científico: ¿cómo son tus nudos estomacales?, ¿cuándo y por qué se producen? No me apetece hablar de mis nudos, dice, habla de los tuyos. Los míos no son objetivables, y eso creo que es antiperiodístico. A ver, insisto, ¿cuáles son los temas más angustiosos y lamentables de tu vida, capaces de provocar esa sensación como de duodeno enredado en sí mismo? Si pienso en mis nuditos no duermo, ¿sabes?, y me quiero ir a la cama, dice. Es un experimento rápido, digo, tú concéntrate sólo en lo que más te asusta en este momento, y dime dónde notas la punzada. Pero mi amiga cuelga. Y me deja sola con mi mordisco, que es otra forma de llamar al bicho. Esa especie de bocado de pez que parece viajar extrañamente del estómago a la mente, y viceversa, para recordarnos que sólo somos misteriosa materia sensible.