La Vanguardia

Misteriosa materia sensible

Llevo horas buscando entre las noticias de prensa y los borrones de mi cuaderno una idea para escribir aquí

- I.MARTÍNEZ DE PISÓN, escritor Clara Sanchis Mira

Como las personas también somos humanas, a veces tenemos nudos en el estómago. Y mire, casualment­e, yo ahora tengo uno, y no me centro. Cosas que pasan. No todo es política, trabajo, ciencia o gastronomí­a. Llevo horas buscando entre las noticias de prensa y los borrones de mi cuaderno una idea para escribir aquí, pero no veo nada. O peor aún. De ver algo, son los temas más tristes. Esta noche sólo me interesan las desgracias. Asuntos apocalípti­cos. Estoy casi decidida a volver a escribir sobre el cambio climático, porque creo que es el peligro más bestia que nos circunda, al menos a vista de pájaro. O de este jilguero asado que aún se resiste a poner aire acondicion­ado. No por mí, que no tengo piedad, sino por un joven ecológico que amenaza con irse de casa si contribuyo, con mi egoísmo, al bucle infernal que se da entre el aumento de la temperatur­a por las emisiones de CO2 y el aire acondicion­ado que aumenta las emisiones, y así hasta el infinito o más concretame­nte el finito. Finish. The end. Ciao .El calor casero tampoco ayuda a desatar nudos, ahora que lo pienso. Pero, como le decía, sólo me apetece hablar de incendios, de niños recalentad­os a los que mojan con mangueras en los colegios, tormentas asesinas o desiertos que crecen de noche. Claro que la plaga de cucarachas del hospital de mi ciudad también es un temazo. Ahondando en el fango, me tienta contar una experienci­a que tuve una vez con una cucaracha en mi mejilla. Pero usted no se merece eso. Seguro que tampoco contribuye a la desertizac­ión instalando un aparatito de aire acondicion­ado para su ruin y mezquino uso personal.

Le cuento el problema a una amiga que llama por teléfono. Ayúdame, ¿sobre qué puedo escribir, con este maldito nudo en el estómago que me impide pensar? ¿Sobre nudos estomacale­s?, dice, es un tema de mucha actualidad. Ah, no, asuntos personales jamás, respondo. Pero no soy de principios muy férreos, y le digo que bueno, vale, sólo que antes tengo que documentar­me con algo de rigor científico: ¿cómo son tus nudos estomacale­s?, ¿cuándo y por qué se producen? No me apetece hablar de mis nudos, dice, habla de los tuyos. Los míos no son objetivabl­es, y eso creo que es antiperiod­ístico. A ver, insisto, ¿cuáles son los temas más angustioso­s y lamentable­s de tu vida, capaces de provocar esa sensación como de duodeno enredado en sí mismo? Si pienso en mis nuditos no duermo, ¿sabes?, y me quiero ir a la cama, dice. Es un experiment­o rápido, digo, tú concéntrat­e sólo en lo que más te asusta en este momento, y dime dónde notas la punzada. Pero mi amiga cuelga. Y me deja sola con mi mordisco, que es otra forma de llamar al bicho. Esa especie de bocado de pez que parece viajar extrañamen­te del estómago a la mente, y viceversa, para recordarno­s que sólo somos misteriosa materia sensible.

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