Depurar la verdad
La política va tan llena de imposturas y miserias que cuando surge un momento de verdad sin estridencias parece que todo se detiene. Aunque muchos medios tienden a descuidar esta reconciliación de los hechos y la representación, vale la pena que esto sea subrayado. Por dos motivos: para constatar que no estamos muertos y para celebrar que los malnacidos no siempre se salen con la suya. Uno de estos momentos memorables tuvo lugar el martes, cuando Xavier Trias compareció en el Parlament, ante la comisión de investigación de la operación Catalunya, que es el conjunto de maniobras (generalmente torpes) realizadas desde las cloacas estatales para destruir a algunos políticos catalanes al modo que lo hacen los mafiosos.
Con una gran elegancia, dolido pero sin afán de revancha ni acritud, Trias repasó los detalles del ataque infamante del cual fue víctima desde El Mundo y los entornos más tóxicos de la Administración central. Su testimonio describió un submundo putrefacto dedicado a fabricar todo tipo de cuentos, rumores y pruebas falsas para reventar la credibilidad y el buen nombre de ciertas personas. El exalcalde de Barcelona ilustró hasta qué punto es fácil verter porquería sobre alguien, y cuán indefensos podemos estar si somos objetivo de estos delincuentes. Afortunadamente, Trias demostró de manera contundente que no tenía nada que esconder.
Uno de los instantes más reveladores de la comparecencia de Trias fue cuando el diputado del Partido Popular encargado de la cuestión –olvidemos su nombre– tomó la palabra. No fue la verborrea inconexa lo que me llamó más la atención, ni la poca gracia soltando cortinas de humo, ni la indignación hueca que escenificó al quedarse sin réplica. Todo eso era quincalla. La joya surgió cuando habló de “depurar la verdad”. Fue lo que poetas, místicos y vendedores de motos denominan “una epifanía”. Depurar la verdad, claro. ¿En cuál de las acepciones de la palabra, señoría? ¿Limpiar la verdad de impurezas o expulsar los elementos considerados peligrosos o desafectos de la verdad? Las depuraciones políticas remiten a episodios siniestros, regidos por el sectarismo más atroz. ¿Qué verdad hay que depurar una vez hemos escuchado la pesadilla vivida por Trias? No hay que depurar nada. Lo que hace falta –en una democracia seria– es que los responsables de esta operación sean llevados ante los tribunales.
Los que más se abonan a la falsedad más lecciones pretenden dar sobre la verdad, depurada o no. Algunos incluso son desmentidos de manera espectacular y póstuma por Juan Goytisolo, que dejó escrito en el suplemento Cultura/s de este periódico, sobre la gran novela Incerta glòria, todo lo contrario de lo que contó Morán el sábado pasado. A todo esto ahora se le llama posverdad. Quizás porque llamarlo como siempre podría ofender.
Los que más se abonan a la falsedad más lecciones pretenden dar sobre la verdad, depurada o no