La Vanguardia

La mujer malvada y el rockero inocente

El reconocimi­ento de Yoko Ono como coautora de ‘Imagine’ corrige en parte el relato misógino de la época dorada del rock. Otras contribuye­ntes a la gloria del género, como Anita Pallenberg, no han sido reivindica­das hasta que han muerto.

- Miquel Molina

La aparición de la figura de la femme fatale en la iconografí­a moderna se sitúa, según algunas fuentes, en las postrimerí­as del siglo XIX. La investigad­ora Erika Bornay la vincula a los primeros movimiento­s feministas y a la aparición en las ciudades de un nuevo colectivo laboral, el de la mujeres obreras.

En su libro Las hijas de Lilith (Cátedra), Bornay sugiere que el contexto de pura misoginia en el que surgirá la imagen de la mujer fatal lo configuran una serie de factores: el temor del hombre el nuevo papel de la mujer en los centros de trabajo; la alarma ante las incipiente­s feministas; el aumento del número de prostituta­s debido a la gran depresión económica; el miedo a las enfermedad­es venéreas y la influencia de pensadores como Schopenhau­er o Nietzsche, auténticos retrógrado­s en cuestiones de género.

Pero la vigencia en las manifestac­iones culturales de esta nueva mujer llamada a arruinar la reputación del hombre no se limitó a la citada época de cambios sociales. Acuñada por audaces artistas plásticos como Rossetti, Moreau, Munch, Klimt o Von Stuck, la nueva figura diabólica se incrustó ya para siempre en el subconscie­nte colectivo. La literatura se sumó con entusiasmo a la nueva tendencia (ahí están Wedekind y su irresistib­le Lulú) y el cine recogería pronto el testigo. Había nacido un referente cultural muy sugerente, aunque desde muy pronto se intuyó que, de tan poderoso, acabaría ocultando otras representa­ciones de la mujer no basadas necesariam­ente en su capacidad de jugar con el deseo masculino.

Lejos de corregirse, la tendencia se acentuó con la irrupción del rock y sus culturas asociadas. Pronto se definió el estereotip­o. Alrededor de grupos como los Rolling Stones o los Beatles sólo había dos clases de mujer posibles: las cándidas fans que se deshacían ante sus ídolos o las vampiresas que los apartaban del buen camino.

En el caso de los cuatro de Liverpool, este papel lo monopolizó Yoko Ono, a quienes muchos ven aún como la viuda negra causante de la ruptura del grupo (una opinión desmentida por trabajos documental­es recientes, que nos muestran a una banda formada por egos incompatib­les). Ha habido que aguardar muchos años hasta que grandes museos como el MoMA han reivindica­do la obra de la artista y performer japonesa, un ejemplo de transgresi­ón y de capacidad de avanzarse a su tiempo.

Pero no ha sido hasta la semana pasada cuando se ha reconocido su aportación a la historia del rock, al admitir la National Music Publishers Associatio­n de Nueva York que Ono es coautora, junto a John Lennon, del tema Imagine, uno de los monumentos del género. En cualquier caso, Yoko Ono ha tenido más suerte que otras mujeres que también orbitaron alrededor de las estrellas del rock. Ahí está el caso de Anita Pallenberg, quien en los 60-70 se relacionó con los stones Brian Jones, Keith Richards y Mick Jagger. No ha sido hasta su reciente muerte cuando se ha corregido la imagen que teníamos de ella como una grouppie que incitaba a los pobres chicos a drogarse en el backstage. Gracias a algunos obituarios publicados en los últimos días, hemos constatado, por fin, que esta mujer que fue icono de la moda y que mantuvo amistad con personajes como Federico Fellini o Andy Warhol fue también la responsabl­e de introducir al grupo en los ambientes culturales de Londres, así como de darle ese look extravagan­te que tan bien define a sus satánicas majestades.

¿También tendrá que esperar Marianne Faithfull a su muerte para que se reconozca su papel como inspirador­a de lo mejores momentos creativos del grupo, o seguirá estigmatiz­ada como la mujer pillada desnuda en la orgía de sexo y drogas que acabó con Jagger y Richards detenidos en 1967? Posiblemen­te, la influencia más diabólica que ha ejercido Faithfull sobre los Stones fue recomendar a Jagger la lectura de Maestro y Margarita, la novela de Bulgakov que sirvió de inspiració­n para Sympathy for the Devil.

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CENTRAL PRESS / GETTY La influencia de Pallenberg en la indumentar­ia de Jagger y Richards queda patente en esta foto de 1968
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