La Vanguardia

El gran ausente

- Mariángel Alcázar

Desde que abdicó, el rey Juan Carlos ha hecho todo lo posible por permanecer en la sombra, aun a riesgo de que las noticias sobre sus actividade­s acabaran reducidas a sus escapadas gastronómi­cas o sus excursione­s a destinos lejanos. Su último día como protagonis­ta de la historia fue el 18 de junio del 2014, fecha en la que firmó su renuncia en un acto solemne que tuvo lugar en el salón de Columnas del Palacio Real. Juan Carlos decidió desde ese momento que cuando el Rey intervinie­ra en una sesión solemne de las Cortes Generales, él no acudiría. Considerab­a que en la sede de la soberanía popular con un rey bastaba. No estuvo en el momento personal e institucio­nal más trascenden­te para él –la proclamaci­ón de su hijo– y tampoco ha estado en las demás ocasiones, como la última apertura solemne de la legislatur­a. Ayer, sin embargo, su ausencia en un acto que tenía por objetivo rendir homenaje a los protagonis­tas de la transición provocó la que podría calificars­e como su primera protesta por la indefinici­ón de su papel institucio­nal.

Siguiendo la voluntad expresada por el rey emérito de no interferir en los actos del Parlamento que presidiera el Rey, se planteó que el acto convocado para conmemorar el 40.º aniversari­o de las primeras elecciones democrátic­as tuviera lugar en el salón de los Pasos Perdidos y no en el hemiciclo, a fin de facilitar la presencia de los reyes Juan Carlos y Sofía. La conmemorac­ión, además, estaba prevista para el 15 de junio pero se retrasó cuando se fijó para esos días la moción de censura de Pablo Iglesias a Mariano Rajoy. Fue decisión de la presidenta del Congreso, Ana Pastor, tras los últimos rifirrafes políticos, pasar la celebració­n del 15-J al salón de plenos para enfatizar el papel de

El rey Juan Carlos, por primera vez desde su abdicación, expresa su descontent­o por la indefinici­ón de su papel

los actuales parlamenta­rios. Pero ese nuevo formato complicaba el protocolo si acudía el rey Juan Carlos. La Zarzuela, siguiendo estrictame­nte su posición de no intervenir, ni protestar, ni enmendar decisión alguna que venga del poder político, optó por no convocar al acto al anterior titular de la Corona, entendiend­o que de ese modo seguían sus instruccio­nes pero sin entender, quizá, la excepciona­lidad de la ocasión. Entre todos lo organizaro­n, pero él fue el único damnificad­o.

El rey Juan Carlos, a quien en los últimos años, antes y después de su abdicación, se le ha echado encima el peso de una sucesión de errores aceptados por él mismo, merece que se amplíe el alcance de su biografía y la de ayer era la ocasión propicia. Se celebraban los cuarenta años de las elecciones del 15 de junio de 1977 y, de acuerdo con la lógica conmemorat­iva, hasta dentro de diez años, cuando se cumplan 50, no habrá más efeméride.

En un primer momento, el rey Juan Carlos aceptó no estar presente justificán­dose a sí mismo también por su decisión de no coincidir con su hijo en el hemiciclo del Congreso, pero ayer, al ver el desarrollo de la ceremonia no pudo evitar, más que el enfado, la decepción. Algunas de las personas de su confianza, no dudaron, en esta ocasión, en saltarse la habitual confidenci­alidad para dar a conocer que al rey le hubiera gustado estar presente. Se habló de irritación, de enfado, pero la verdad es que le dolió no poder compartir ese momento. Más aún cuando en la tribuna de invitados del Congreso estaban presentes los hijos de Adolfo Suárez, de Santiago Carrillo, de Marcelino Camacho, y de Torcuato Fernández Miranda; los nietos de la Pasionaria y de Manuel Fraga, y la viuda de Leopoldo Calvo-Sotelo, que acudieron en representa­ción de sus familiares fallecidos. Felipe VI fue ayer protagonis­ta, pero su padre, el jefe del Estado en 1977, está vivo.

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