El Papa impone a Omella el birrete de cardenal dándole un gran protagonismo
El arzobispo de Barcelona lee el texto del inicio de la ceremonia y el juramento El nuevo purpurado dice que recibe el encargo como signo “de servicio y no de ostentación”
El arzobispo de Barcelona, Juan José Omella Omella, de 71 años, ostenta desde ayer la dignidad cardenalicia y podrá participar en un eventual cónclave para elegir papa. Francisco le entregó el birrete y el anillo en una ceremonia en la basílica de San Pedro a la que asistieron la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.
Omella asumió un destacado papel entre los cinco nuevos cardenales de este consistorio, el cuarto de la era Bergoglio. Fue él quien intervino primero, antes incluso que el Papa, para leer un texto –bastante largo, en italiano– en nombre de los nuevos purpurados. El arzobispo de Barcelona habló con voz fuerte y clara. Cometió algunos errores, pero los subsanó enseguida. Muy en la línea de Francisco, Omella insistió en que el cardenalato es un “título de servicio” y “no de ostentación”. “No queremos ser una Iglesia autorreferencial sino una Iglesia peregrina por los caminos del mundo”, enfatizó. El cardenal –nacido en Cretas (Teruel), en la franja aragonesa de habla catalana– hizo un guiño a la condición jesuita de Francisco, pues empezó su intervención con una referencia a la llegada de san Ignacio de Loyola a Roma, en noviembre de 1537, por la vía Cassia. En una pequeña iglesia a la altura de La Storta, conocida como la Capilla de la Visión, san Ignacio tuvo la revelación para crear la Compañía de Jesús.
Junto a Omella, fueron creados cardenales el arzobispo de Bamako (Mali), Jean Zerbo –cuya presencia estuvo en duda hasta el final–; el obispo de Estocolmo, Anders Arborelius –el primer escandinavo que obtiene la púrpura–; el obispo laosiano Louis-Marie Ling Mangkhanekhoun, y el salvadoreño Gregorio Rosa Chávez, estrecho colaborador del asesinado monseñor Óscar Arnulfo Romero. A Omella le correspondió también leer la fórmula de juramento, en latín.
Con los nuevos cardenales, son ya 49 (sobre un total de 121 con poder de elección en un cónclave) los creados durante el presente pontificado. Eso significa que Francisco está modelando con rapidez una jerarquía de la Iglesia según su talante y sus valores. Cada vez el colegio cardenalicio es más internacional, con más presencia de purpurados de las periferias del mundo católico, y con menos proporción de italianos, el grupo nacional que ejerció durante siglos una hegemonía aplastante.
Francisco llamó a los cardenales a “mirar la realidad, como Jesús” y “no dejaros distraer por otros intereses y por otras perspectivas”. Según el Papa, “la realidad es la cruz y el pecado en el mundo que él vino a asumir para sí y a erradicar de la tierra de los hombres y de las mujeres”. Francisco hizo hincapié en que “la realidad son los inocentes que sufren y mueren por las guerras y el terrorismo; son las esclavitudes que no cesan de negar la dignidad también en la época de los derechos humanos; la realidad es aquella de los campos de refugiados que a veces se parecen más a un infierno que a un purgatorio; la realidad es el descarte sistemático de todo aquello que ya no sirve, incluidas las personas”.
A los nuevos cardenales se les asignan títulos o diaconías para vincularlos para siempre a la diócesis de Roma. A Omella le ha correspondido la basílica de la Santa Cruz en Jerusalén. En caso de cónclave, los cardenales suelen decir misa, la víspera, en su iglesia en Roma.
Después de la ceremonia hubo las tradicionales visitas de cortesía, cuando los fieles van a saludar a los nuevos purpurados. Omella fue agasajado por muchos fieles llegados de Barcelona, de Logroño, donde fue obispo, y sobre todo de su pueblo, Cretas, algo que le hizo especial ilusión.