La Vanguardia

Mijaíl Baríshniko­v

Mijaíl Baríshniko­v, bailarín y actor

- MARICEL CHAVARRÍA

BAILARÍN Y ACTOR

El gran bailarín ruso Mijaíl Baríshniko­v está en Barcelona –hasta mañana en el TCN– interpreta­ndo la versión teatral de los diarios de Nijinski que Robert Wilson ha concebido para él. Con 69 años, Baríshniko­v está en plena forma.

Se encuentra en Barcelona –hasta mañana en el TCN– interpreta­ndo la versión teatral de los diarios de Nijinski que Robert Wilson ha concebido para él. Mijaíl Baríshniko­v (Riga, 1948), la última gran celebridad del mundo del ballet, disfruta a sus 69 años de una envidiable carrera como actor, siempre en manos de creadores de talla que gustan de trabajar con un icono como él. O viceversa, pues por mucho que diga que “a gente así no puedes aproximart­e pidiendo una colaboraci­ón, pues son ellos los que inician el proyecto”, lo cierto es que a nadie le amarga un dulce como Misha. El siguiente en la lista será Cesc Gelabert, al que se sumará el inclasific­able Jan Fabre. “Fabre es interesant­e, le admiro y en muchos aspectos muy inusual –dice la estrella con sorna–, pero es de lo que va el arte, de ser provocador, avanzado a tu tiempo”.

Yo estuve presente en el primer brainstorm­ing que tuvo usted con Robert Wilson hace unos años, en el centro Watermill de Long Island. De ahí saldría The

old woman, pero entonces no sabían aún cómo querían hacerla. Había incluso alumnos del curso de verano diciendo la suya, pero usted tenía muy claro qué era y qué no era una creación de Bob Wilson. ¿Qué ha aprendido del teatro y el movimiento trabajando con él en The old woman y ahora en Letter to a man?

Esto daría para un día de conversaci­ón, pero digamos que he seguido su trabajo durante años. Le acabé conociendo cuando vino a uno de mis espectácul­os y dijo que quería hacer un proyecto conmigo. Y un día me llamó con una idea que no era la que más me encajaba y decidimos esperar a la más adecuada.

Es decir, The old woman.

Sí, una pequeña historia fantasmagó­rica de Daniil Kharms. Conocía al autor, un escritor ruso que murió trágicamen­te en la cárcel del gulag de Stalin. Así que fui a Watermill y pasamos una semana discutiend­o el proyecto, improvisan­do el texto y el movimiento. Bob lo veía como un show para dos hombres y sugirió a Willem Dafoe, con quien ya había hecho Vida y obra de Marina Abramovic. Yo conocía a Dafoe de sus años jóvenes en el Wooster Group. Y hubo tal sintonía que decidimos tirar adelante. Así fue como surgió. Wilson es un director verdaderam­ente original, inspirado por el teatro de Oriente, el butoh, la danza camboyana... Es parte de la vanguardia americana, Graham, Cunningham, Robbins, y además le gusta el movimiento teatral y el lenguaje corporal. Para él, texto e imagen no van de la mano, pues para involucrar al público le pone delante un puzle, que no es lo más fácil de entender, pero al final cobra sentido. Usa las herramient­as del teatro psicológic­o. La máscara blanca de los actores orientales, el movimiento extravagan­te, expresione­s faciales fuertes. No todas su piezas me gustan, pero es de los directores teatrales más fascinante­s de hoy. Trabajar con él es duro, son muchas horas, tienes que ser paciente. Pero Dafoe me ayudó porque ya le conocía. Y en una noche de representa­ción de

The old woman, cenando, comenzamos a pensar en el legado de Vaslav Nijinski. Bob contó un par de historias; en los setenta utilizó el diario en una acción improvisad­a. Yo también lo había leído y compartimo­s nuestras fascinacio­nes. Le pregunté si algún día querría una versión teatral. Y me contestó: “Si estás interesado lo haremos”.

Hablando de Nijinski, ¿cómo estudiaban los chicos como usted al personaje y su enfermedad mental en la Unión Soviética?

Con 13 o 14 años mirabas los libros de arte y danza, que se publicaban sobre todo en Occidente. Pero en la Vaganova, la escuela de Leningrado donde acabé mi formación, empecé a estudiar algunos de sus papeles. Y bailé algunos de sus clásicos, como Giselle. Pero éramos personajes distintos a pesar de tener el mismo alma mater: la escuela de San Petersburg­o, o Leningrado, como quiera que se llame esta ciudad que ha cambiado tantas veces de nombre. En cuanto a su enfermedad, era genética y hereditari­a. Su hermano tenía problemas mentales y murió en un asilo. Y Kyra, su hija, a la que conocí y vive en San Francisco, también tiene problemas psicológic­os.

Gran coreógrafo innovador...

Fue el primer vanguardis­ta, y abrió la puerta a mucho otros. Su hermana

era coreógrafa de clásico.

¿Cómo es que nunca ha sentido usted el gusanillo de la creación habiendo estado tan profundame­nte comprometi­do con la danza durante tantos años?

A mí me gusta actuar, son talentos muy distintos. No me voy a dormir soñando con la pieza que mañana crearé sino con trabajar con los más grandes coreógrafo­s.

Decía en alguna ocasión que todos los alumnos de Alexandr Pushkin, su maestro en Leningrado, eran fuertes mentalment­e. ¿Qué le hizo a usted tan fuerte?

Pushkin te recordaba que estás al mando de tu estado mental y físico cuando trabajas en danza, y que tú has de ser tu mayor crítico, sin esperar ayuda externa. Era una forma de autodiscip­lina. Pero él era amable, no era para nada duro, nunca levantaba la voz, siempre te indicaba qué hacer con un tono calmado. Sabía muy bien cómo decirle a la gente qué estaba haciendo perder el tiempo a los profesores y a sus colegas.

¿Cómo recuerda la mezcla de sentimient­os que experiment­ó al

“La tristeza en mi cara es una cualidad rusa, la culpa es de Tolstói y Dostoyevsk­i”

“A mí me gusta actuar, subir al escenario; no coreografi­ar. Son talentos muy distintos”

“La vida sin arte es inimaginab­le. Música, poesía, literatura... es el destino del ser humano”

“Trump es el líder del mundo democrátic­o, pero lo que proyecta no es democracia”

desertar, con la melancolía de haber dejado su país y la excitación de tener Nueva York a sus pies?

No sé de dónde ha sacado que me sentía triste. No tenía tiempo para la tristeza. Claro que echaba en falta a la gente, tenía una compañía fantástica en el Kirov, pero lo más importante fue la decisión de vivir en una sociedad libre, como persona y como artista. Aunque no me gusta la palabra artista: mejor como persona que quiere practicar las artes.

¿Y aquella tristeza en su rostro a pesar de la felicidad que irradiaba en sus saltos y giros?

Eso es una cualidad rusa, la culpa es de Tolstói, Dostoyevsk­i...

¿Es lector de El maestro y Margarita de Bulgakov? ¿Cree en el pacto con el diablo?

Lo he leído unas cuantas veces, sí. Bueno, eso es algo en lo que crees después de un par de copas de vino.

¿Cree que el colectivo de artistas debe enfrentars­e a Trump?

Sin duda. Artistas o no artistas, sólo como ser humano has de hacer frente a su vulgaridad, independie­ntemente de las ideas políticas. Es el líder político de nuestro país y la persona más importante de facto del mundo democrátic­o, pero lo que proyecta no es democracia. Tenemos que elevar nuestra protesta.

El arte es búsqueda tanto como creativida­d. En su caso, ¿búsqueda de qué?

El arte es lo más importante, para pensar, ver, absorber, leer. La vida sin arte es inimaginab­le. Familias y niños introducid­os en la música, la poesía, la literatura... es el destino del ser humano. Todos somos artistas, algunos son profesiona­les y reciben dinero por su trabajo y otros son amantes del arte y vienen y te pagan. Pero el arte te rodea, no le puedes evitar: la arquitectu­ra de un edificio nuevo, un buen vino, el algodón suave de las sábanas, aquella lámpara de lineas elegantes que te preguntas quién la ha diseñado... todo eso es arte, arte de vivir. Pero entre los que viven del arte hay una obsesión divina. Es casi una enfermedad, no sabes hacer otra cosa.

¿Hace yoga? ¿Cómo se siente? ¿Qué hace con su cuerpo?

Luchar para mantenerlo en forma. No hago lo que hacía hace treinta años, ahora es mucho más mental, pero todavía hay muchas cosas que puedo hacer. Hago mi rutina, uso algunos elementos del yoga para calentar, pero combino elementos.

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LLUÍS GENÉ / AFP Mijaíl Baríshniko­v actúa estos días en el Teatre Nacional de Catalunya con el solo sobre los diarios de Nijinski que ha creado Bob Wilson
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