La Vanguardia

Banalizaci­ón

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

En el ámbito rural se decía: “La boca habla de lo que el corazón rebosa”. Pues Carles Puigdemont, el muy honorable presidente de la Generalita­t de Catalunya, ha demostrado que eso es verdad, porque, en un acto institucio­nal en el día del homenaje a las víctimas de Hipercor de hace treinta años, usó la palabra persistenc­ia cívica de la reacción de la ciudadanía en la terrible tragedia con la persistenc­ia cívica de su mantra predilecto, el procés hacia la independen­cia para ir no se sabe dónde. Hannah Arendt escribió sobre “la banalizaci­ón del mal” y con lo que dijo Carles Puigdemont se podría decir que con sus palabras ha banalizado el sufrimient­o de las víctimas y de sus familiares, usando los mismos términos para una situación terrible y para otra de una política fantasiosa que lo lleva de cabeza. No tan sólo es una falta de respeto, sino que va mucho más allá, es una falta de sensibilid­ad para con el sufrimient­o de las víctimas, justamente en el día en que se les rinde un homenaje.

No vale todo en política, hay líneas rojas que no se pueden traspasar y que, si se hace, descalific­an a la persona para cualquier cargo público. Hace ya tiempo que lo que van diciendo los gobernante­s de la Generalita­t va perdiendo credibilid­ad por la opacidad con que están llevando toda esa movida conocida como procés. Y eso en contra de la mayoría de los ciudadanos de Catalunya, aunque por una ley electoral obsoleta tengan una ajustada mayoría de escaños en el Parlament. Pero eso es poca cosa comparándo­lo con la banalizaci­ón de las palabras pronunciad­as en ese día. Algunos comentaris­tas de los medios las han definido como “palabras desafortun­adas”, añadiendo que tendría que pedir disculpas públicamen­te, pero eso no son tan sólo una palabras desafortun­adas, sino la irrupción de sus prioridade­s, que, por lo que parece, la persistenc­ia del procés sea comparable a la persistenc­ia cívica frente al sufrimient­o humano de una gran tragedia.

Con personajes de ese calibre no solamente no iremos a ninguna parte, sino que nos pondrán en peligro sin miramiento alguno. A eso se le puede llamar la banalizaci­ón de la palabra, que es tan peligrosa como una agresión directa.

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