Banalización
En el ámbito rural se decía: “La boca habla de lo que el corazón rebosa”. Pues Carles Puigdemont, el muy honorable presidente de la Generalitat de Catalunya, ha demostrado que eso es verdad, porque, en un acto institucional en el día del homenaje a las víctimas de Hipercor de hace treinta años, usó la palabra persistencia cívica de la reacción de la ciudadanía en la terrible tragedia con la persistencia cívica de su mantra predilecto, el procés hacia la independencia para ir no se sabe dónde. Hannah Arendt escribió sobre “la banalización del mal” y con lo que dijo Carles Puigdemont se podría decir que con sus palabras ha banalizado el sufrimiento de las víctimas y de sus familiares, usando los mismos términos para una situación terrible y para otra de una política fantasiosa que lo lleva de cabeza. No tan sólo es una falta de respeto, sino que va mucho más allá, es una falta de sensibilidad para con el sufrimiento de las víctimas, justamente en el día en que se les rinde un homenaje.
No vale todo en política, hay líneas rojas que no se pueden traspasar y que, si se hace, descalifican a la persona para cualquier cargo público. Hace ya tiempo que lo que van diciendo los gobernantes de la Generalitat va perdiendo credibilidad por la opacidad con que están llevando toda esa movida conocida como procés. Y eso en contra de la mayoría de los ciudadanos de Catalunya, aunque por una ley electoral obsoleta tengan una ajustada mayoría de escaños en el Parlament. Pero eso es poca cosa comparándolo con la banalización de las palabras pronunciadas en ese día. Algunos comentaristas de los medios las han definido como “palabras desafortunadas”, añadiendo que tendría que pedir disculpas públicamente, pero eso no son tan sólo una palabras desafortunadas, sino la irrupción de sus prioridades, que, por lo que parece, la persistencia del procés sea comparable a la persistencia cívica frente al sufrimiento humano de una gran tragedia.
Con personajes de ese calibre no solamente no iremos a ninguna parte, sino que nos pondrán en peligro sin miramiento alguno. A eso se le puede llamar la banalización de la palabra, que es tan peligrosa como una agresión directa.