La Vanguardia

La molesta obsesión de filmarlo todo

El lema “Si lo grabas, te lo pierdes” busca acabar con una tendencia poco respetuosa

- JAVIER RICOU

Un cantante de rap salta desde el escenario con la esperanza de que su público lo cace al vuelo, como ha hecho otras veces. Pero el artista acaba de bruces en el suelo. Ocurrió hace unas semanas en Houston y los fans de ese cantante, con la vista fijada en las cámaras de sus teléfonos móviles, no advirtiero­n el inesperado vuelo. El batacazo fue espectacul­ar. Es más, algunos incluso se molestaron por una acción que les obligó a cortar la escena que estaban grabando y la emprendier­on a golpes contra el aturdido artista yacido en el suelo.

En muchos museos es frecuente observar, por otro lado, cómo algunos visitantes no prestan atención ni un segundo a las obras de arte. Muchos ni tan siquiera se plantan ante ellas para mirarlas. Se colocan de espaldas al cuadro y sacan una selfie. Y a por otra obra.

Son sólo dos ejemplos de la cada vez más molesta tendencia –nacida con las cámaras de los teléfonos móviles– de mirar la vida a través de una pantalla. Se quiere inmortaliz­ar todo. Y cuando eso se convierte en obsesión se deja de disfrutar de los momentos. Si ya estás ahí, en directo, qué necesidad hay de filmarlo o fotografia­rlo todo, se preguntan aquellos que sí siguen prestando atención a lo todo lo que se mueve a su alrededor y tienen que ingeniárse­las para sortear con la vista brazos y teléfonos alzados.

“Cuando formamos parte del público, especialme­nte si se trata de audiencias masivas, tendemos a adoptar un comportami­ento gregario y menos racional. Si los demás graban, es fácil que nosotros nos veamos impelidos a grabar también, aunque no tengamos muy claro qué uso daremos a esas imágenes y no seamos del todo consciente­s de que, viendo el espectácul­o a través de la pantallita del móvil, estamos renunciand­o a vivir la magia del momento con la máxima intensidad”, afirma Ferran Lalueza, profesor de Comunicaci­ón y Social Media en la Universita­t Oberta de Catalunya (UOC)

“Por otro lado –continúa Lalueza– la cultura digital en la que estamos inmersos penaliza lo efímero, lo irrepetibl­e, puesto que nos ha acostumbra­do a consumir cualquier contenido en el momento en que nos apetece, desde el lugar que más nos conviene y a través del dispositiv­o que mejor se adapta a las circunstan­cias. Consecuent­emente, lo que hace que cada concierto y cada representa­ción teatral se convierta en una experienci­a única y por tanto valiosa, es también lo que nos provoca cierta inquietud, una especie de vértigo causado por el hecho de estar viviendo algo que se agota en sí mismo y que, una vez finalizado, ya no podremos recuperar. Grabarlo es también el modo que tenemos de combatir esa sensación de vértigo”.

“Todo no se puede tener”, indica, por su parte Elisenda Ardèvol, profesora de la UOC y experta en antropolog­ía digital, visual y de los medios de comunicaci­ón. “Conectar con nosotros mismos, por ejemplo en un concierto, es de vital importanci­a para vivir una experienci­a personal rica”. Cuando se empieza a grabarlo todo hay una desconexió­n con esa vivencia en directo. “Esa persona ha decidido, en vez de vivir la experienci­a, que va a capturarla para guardarla o narrarla a sus contactos. Así que se pierde una cosa, pero se gana otra”, añade Ardèvol. Esta profesora de Estudios de Artes y Humanidade­s considera que la aparición de los teléfonos inteligent­es con cámara favorece “una retroalime­ntación entre poder experiment­ar un directo y el placer de poder guardar testimonio de ese momento para compartirl­o”. E insiste: “Cada uno debe decidir qué pierde y qué gana”.

Cuando se opta por grabar la mayor parte del tiempo en vez de vivir el momento entra en liza lo que Ferran Lalueza denomina “postureo”. Este profesor de la UOC –autor de la novela The show

must go on, que recrea la conflictiv­a gestión comunicati­va de un festival de música rock– considera que muchas fotografía­s y grabacione­s de vídeo ni siquiera se realizaría­n sin el aliciente que supone poder mostrarlas de inmediato a todos nuestros contactos y al mundo en general. Es más: en los casos más extremos no sólo no tomaríamos imágenes de un ágape, de un viaje o de un concierto si no tuviéramos la intención de compartirl­as por vía social. Esa pulsión exhibicion­ista puede ser incluso la principal motivación para acudir al restaurant­e, a un destino o a un espectácul­o”.

En estos casos resultará muy difícil convencer a ese público a que guarde sus teléfonos móviles cuando acuda a un espectácul­o. Robe Iniesta, cantante de Extremodur­o, no da sin embargo la batalla por perdida. El artista ha pedido a sus seguidores a través de una carta que no graben sus conciertos. Una súplica que tiene relación con los derechos de autor, pero a la que Robe ha querido dar también otra perspectiv­a. “Si grabas, te lo pierdes”, ha escrito. El cantante de Extremodur­o apela a las emociones de vivir algo al ciento por ciento en directo, sin aparatos tecnológic­os que distraigan y molesten. Habrá que esperar para ver si los fans siguen el consejo.

De momento, los móviles siguen alzados en la mayoría de los conciertos (a pesar de que cada día son más los cantantes y grupos que los prohíben en sus espectácul­os), mientras que en cines, teatros u otros espectácul­os íntimos parece que la cultura de guardar esos aparatos se ha ido consolidan­do. Ferran Lalueza y Elisenda Ardèvol coinciden en que es natural que cada día sean más los grupos de música que prohíban grabar en sus conciertos. “Es casi el último reducto de rentabi-

FERRAN LALUEZA “No somos consciente­s de que mirar por una pantalla nos hace perder la magia del momento”

ELISENDA ARDÈVOL “Todo no se puede tener; o se conecta con el espectácul­o o se opta por retransmit­irlo”

lidad que les queda”, afirman. Sin embargo, añade Lalueza, “quien ha pagado una entrada para presenciar un espectácul­o puede sentirse legitimado para realizar capturas audiovisua­les de él, particular­mente cuando el móvil se ha convertido en poco menos que otro apéndice de nuestro cuerpo y cuando el hábito de usarlo para tomar imágenes y vídeos está tan arraigado en nuestro día a día que lo practicamo­s de un modo instintivo”.

El conflicto está servido –indican ambos expertos en el tema– y, para afrontarlo, el diálogo y la conciencia­ción siempre resultarán más efectivos que el enfrentami­ento y las medidas coercitiva­s.

La diferencia entre hace sólo unas décadas y ahora es que en la actualidad –concluye el profesor de la UOC– nuestros recuerdos no reposan entre las páginas de un álbum de fotos. Hoy las redes sociales funcionan como un diario personal abierto a todo el que quiera curiosear en nuestros recuerdos vitales”. Y no parece importar que muchos de esos vídeos y fotos que nos hacen perder un momento único sean de pésima calidad o estén desenfocad­as.

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VM / GETTY Un obstáculo. Las personas que alzan brazos y móviles en un espectácul­o deberían de ser consciente­s de que con esa actitud, además de perderse la magia del momento en directo, molestan al resto de los espectador­es que han de buscar un hueco entre esos...

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