La Vanguardia

Recuperand­o el espacio público

- Janet Sanz, teniente de alcalde de Urbanismo Daniel Mòdol, concejal de Arquitectu­ra

En Barcelona vivimos un debate de gran trascenden­cia para el modelo de ciudad del futuro: cómo mejoramos el uso del espacio público y qué calidad le damos. Todo el mundo está de acuerdo en que hay que mejorar, pero ¿cómo hacerlo? ¿A qué ritmo? ¿Con qué proyectos? Es un debate intenso, que hay que abordar con rigor, sabiendo que las decisiones de hoy afectarán a las próximas décadas.

Barcelona es una ciudad singular, compacta y densa, estructura­da a partir de la trama que diseñó Cerdà y que ha dado pie a nuestro Eixample, tan caracterís­tico. Una trama que originalme­nte no estaba pensada para eso, pero se ha mostrado óptima para el uso del coche. Sólo contando las calles del Eixample, tenemos 28 carriles de coche cruzando la ciudad (es como si hubiéramos decidido poner cinco autopistas en medio de la ciudad).

La configurac­ión y diseño del espacio público pensando en la movilidad del coche, desde que este transporte se popularizó en los años 60 y 70, ha dado como resultado un espacio público muy orientado a facilitar este uso, con un formato poco flexible. Una ciudad de muchos carriles, demasiado gris, demasiado dura y poco humana en muchos entornos.

Cómo se diseñan las calles y plazas, el espacio público, responde a los valores que predominan en cada momento. Durante muchos años, la facilidad de acceso en coche por todas partes había sido uno de estos valores. Desde hace tiempo vivimos momentos de cambio en la manera de movernos, en la mayor conciencia de los efectos negativos de la contaminac­ión y en la forma de ocupar y vivir las calles y el espacio público.

Como en cualquier cambio cultural y de valores, estamos ante un proceso complejo, pero también irreversib­le, en el que se enmarcan los proyectos de conversión en espacios de prioridad para los peatones y las supermanza­nas. Las supermanza­nas nos invitan a repensar el espacio público, a poner en duda cómo lo utilizamos en la actualidad.

Tenemos precedente­s, en la Vila de Gràcia donde gran parte de la Vila es una supermanza­na, o en la transforma­ción en zonas de peatones en el Portal de l’Àngel u otras calles de Ciutat Vella y otras zonas de cascos antiguos. En muchos de estos lugares inicialmen­te hubo resistenci­as, ¿pero alguien se imagina que hoy fuera posible plantear que los coches vuelvan a ocupar las calles y plazas de la Vila de Gràcia?

Las supermanza­nas son una forma de aterrizar en la ciudad, en la realidad del día a día, las teorías y debates sobre la mejora y calidad del espacio público. Debates ciudadanos y políticos sobre si seguimos priorizand­o el coche, o priorizamo­s peatones, transporte público y bicis; sobre si concebimos el espacio público como un lugar donde exclusivam­ente nos movemos o bien el lugar donde estamos, jugamos, paseamos o nos relacionam­os.

Un pequeño espacio de la ciudad, la supermanza­na del Poblenou, ha concentrad­o parte de esos debates. Allí se ha producido un gran cambio: donde antes sólo había coches hoy hay otros usos ciudadanos, niños y niñas jugando, familias paseando, gente haciendo deporte, programaci­ón de actividade­s ciudadanas y culturales.

En Barcelona estamos impulsando un proceso de cambio con el proyecto de las supermanza­nas que marcará el futuro de nuestro espacio público y que irá creciendo con la implantaci­ón de nuevas supermanza­nas en la ciudad. Es un cambio que impulsamos con las supermanza­nas, pero también a través de grandes transforma­ciones (como Pere IV, la Meridiana o la cobertura de parte de la ronda de Dalt) y de transforma­ciones de menor escala, pero importante­s, con la reforma de calles, con más verde y espacio ciudadano. Todas ellas, actuacione­s que nos encaminan hacia una ciudad con mayor dimensión humana, con los barrios cosidos, conectados y con protagonis­mo ciudadano, más atenta a la cotidianid­ad, que ofrece un espacio público para la vida.

En Barcelona impulsamos un proceso de cambio con las supermanza­nas

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