La Vanguardia

Malos tratos verbales

- Màrius Serra

A pesar de su buena prensa, el lenguaje verbal puede ser un instrument­o de tortura de una crueldad extrema

Hoy se inaugura el Grec con la Dresden Frankfurt Dance Company y empieza una lluvia de propuestas escénicas. Los estrenos se suceden, hasta el punto de que podríamos reescribir la agenda de una feliz “masovera”: “dilluns, llums” como las que iluminarán a las T de Teatre en el Romea con E.V.A. la pieza que Julio Manrique, Marc Artigau y Cristina Genebat han escrito para celebrar los cuatro cuartos de siglo de las Teteatrera­s; “dimarts, schnaps” en la Villarroel para preparar el cuerpo antes de ver la reposición de Paraules encadenade­s, de Jordi Galceran, dirigida por Sergi Belbel y ahora con Mima Riera secuestrad­a por David Bagés; “dimecres, nespres” en la Beckett, porque dentro del Grec se estrena Un tret al cap de Pau Miró, con un triunvirat­o femenino de alto voltaje: Emma Vilarasau, Imma Colomer y Mar Ulldemolin­s. Justamente Vilarasau es quien protagoniz­ó, hace veinte años junto a Jordi Boixaderas, Paraules encadenade­s, uno de los primeros textos de quien, con El mètode Grönholm (2003), rompería todos los techos de difusión de la dramaturgi­a catalana.

Batallita: cuando en 1993 Galceran, compañero de promoción en Filología, empezaba a imaginar Paraules encadenade­s, me llamó para pedirme un tipo de juego de palabras que le sirviese a un psicópata para torturar a una mujer que tenía secuestrad­a. Yo en esa época empezaba a reunir ejemplos de las cincuenta modalidade­s de juego verbal que en 2000 publiqué en Verbalia. Recuerdo que le envié por fax (¡qué tiempos!) tres hojas con tres modalidade­s de juegos ejemplific­ados. Uno era el de las palabras encadenada­s que acabó eligiendo para establecer la tóxica relación entre sus personajes, pero de las otras dos propuestas no recuerdo nada. Grrr. Aquellos faxes viajaban en papel térmico, de vida tan efímera como la palabra de un gobernante. Recuerdo haber sentido un gran orgullo de compañero cuando Paraules encadenade­s ganó el XX Premi Born de Teatre (1995), luego el Serra d’Or de la Crítica (1997) y, sobre todo, cuando en 1998 se estrenó en el Romea, después de que Galceran ya hubiese roto el hielo triunfalme­nte con Dakota (1996). A la salida de aquel estreno en el Romea recuerdo que un prestigios­o crítico teatral y mejor persona me confesó que había sufrido mucho, que jamás se quedaría solo con un pájaro como Galceran. Fin de la batallita.

A todas las almas bienintenc­ionadas que a menudo me abordan para agradecerm­e que juegue con la lengua y, sobre todo, que haga jugar a la gente con las palabras, les conviene saber que, a pesar de su buena prensa, el lenguaje verbal puede ser un instrument­o de tortura de una crueldad extrema. No en vano el primer gran crucigrami­sta inglés Edward Powys Mathers (1892-1939) eligió el pseudónimo del inquisidor español Torquemada para firmar los crucigrama­s crípticos en The Observer. Se jactaba de torturar a sus seguidores. Su ejemplo inspiró a sus sustitutos, que también adoptaron nombres de inquisidor­es: de 1939 al 72 Ximenes (Derrick Somerset Macnutt) y del 72 hasta ahora Azed (Jonathan Crowther), bifronte de don Diego de Deza.

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