Bill Viola
El Guggenheim Bilbao dedica una gran retrospectiva al maestro del videoarte
VIDEOARTISTA
El Guggenheim Bilbao dedica una retrospectiva al creador estadounidense Bill Viola, uno de los grandes maestros del videoarte. La exposición, que se enmarca dentro del veinte aniversario del museo, recorre 40 años de trayectoria.
Las imágenes son visualmente fascinantes y desarman tanto en su capacidad de interrogarnos que provocan en el espectador un efecto hipnótico. Un hombre y una mujer desnudos exploran sus envejecidos cuerpos con la ayuda de unas diminutas linternas. Un ritual cotidiano en el que parecen buscar evidencias de enfermedad o decadencia. Agradecidos de estar vivos, apagan las luces y se desvanecen. El díptico, proyectado sobre unas monumentales losas de granito, se titula Hombre buscando la inmortalidad/Mujer buscando la eternidad (2013) y forma parte de la retrospectiva que el Guggenheim Bilbao dedica a Bill Viola, uno de los grandes maestros del videoarte que estos días pasea por las salas diseñadas por Frank Gehry transmutado en un espectador más, como si también él mismo se preguntara por el significado profundo de una obra que desde hace cuarenta años se involucra en cuestiones fundamentales de la experiencia humana, el nacimiento y la muerte, el sufrimiento, la soledad, los procesos de cambio, el renacimiento y la transfiguración.
Viola, de 66 años, se encuentra afectado por un problema de salud y en su nueva visita a Bilbao cede la palabra a Kira Perov, su esposa y más estrecha colaboradora desde finales de los años setenta. Él tiene las visiones, es el soñador, ella es la partera, la que le ayuda a sacarlos al mundo. Juntos forman un tándem perfecto. El artista pasea acompañado de uno de sus hijos por las inmensas y oscurecidas salas del museo, que de pronto adquiere la cualidad de una catedral. Sentado en un banco contempla absorto la imagen de su joven cuerpo desnudo, congelado en un salto en el aire, un tiempo detenido que paraliza toda la acción pero no las aguas ondulantes sobre las que el artista iba a zambullirse. Se trata de El estanque reflejante, uno de sus primeros trabajos, de 1977, donde a modo de manifiesto condensa ya algunos de los temas que desarrollará en sus obras posteriores, como los límites de la percepción y la relación del hombre con el mundo que le rodea.
Bill Viola es el único videoartista mainstream, que conecta con grandes audiencias. La de Bilbao, comisariada por Lucia Aguirre y patrocinada por Iberdrola, es su mayor exposición desde la retrospectiva que en el 2014 le dedicó el Grand Palais de París, visitada por cerca de 300.000 personas. Se han reunido 27 proyectos, desde sus primeras obras experimentales al impactante Nacimiento invertido (2014) que se proyecta en una pantalla de cinco metros de altura fijada en el suelo: un hombre de pie, sobre un escenario vacío, es sometido a un atronador diluvio de líquidos que parecen surgir de la tierra (la película se proyecta al revés) y ruge en nuestros oídos con la fuerza de una inundación. El líquido va cambiando del negro al rojo, el blanco y finalmente el agua. El ciclo vital subvertido, la muerte como transformación, de la oscuridad surge la luz.
En 1991 se produce un hecho fundamental en la vida del artista, que repercute sobre su obra de manera inmediata: la muerte de su madre en febrero, el nacimiento de su segundo hijo nueve meses después. Cielo y Tierra (1992) presenta dos monitores despojados de sus carcasas y enfrentados a la altura de los ojos del espectador.
Uno transmite la imagen de un recién nacido, el otro la agonía de una anciana. La vida y la muerte proyectándose la una en la otra. Los inocentes (2007) muestra el paso de los jóvenes a la vida adulta a través de una cortina de agua y en Los soñadores (2013) recupera una experiencia vivida en la niñez, cuando con seis años se cayó a un lago y se sintió arrastrado hasta el fondo, sintiendo una extraña paz y tranquilidad.
Viola hace uso de la tecnología ultramoderna y la emplea de una forma muy compleja y sofisticada, con dominio pleno de sus posibilidades, pero a menudo sus obras se inspiran en la pintura clásica. No en vano ha sido llamado “el Caravaggio de la era vídeo”, por su permanente diálogo con los viejos maestros, como si reescribiera un texto antiguo y lo adaptara a nuestra sensibilidad contemporánea. La visitación de Potorno está detrás de El saludo (1995), donde ralentiza el movimiento al extremo, lo que permite seguir el desplazamiento de la emoción y las variaciones de intensidad en las expresiones. Y la pintura de Vermeer resuena en La habitación de Catalina (2001), donde muestra los rituales cotidianos de una mujer solitaria en la intimidad de su hogar.
La exposición incluye también sus trabajos para la ópera Tristán e Isolda, que dirigió Petar Sellars, y la monumental Avanzando cada día (2002), su producción de mayor envergadura, configurada por cinco obras que se proyectan simultáneamente sobre la pared como si fueran frescos renacentistas.
La exposición recorre cuatro décadas de trayectoria a través de una treintena de trabajos
Dialoga con los viejos maestros y los traduce a la nueva sensibilidad contemporánea