La Vanguardia

HONG KONG, CAMINO DE CHINA

- ISIDRE AMBRÓS Hong Kong. Correspons­al

Hace dos década que la excolonia brit ánic dio el primer paso de su absorción por parte de China.

A los doce años de edad Karen Wong no tenía ni idea de lo que significab­a que Hong Kong fuera devuelta a China. De aquel primero de julio de 1997 en que el Reino Unido retornó a Pekín el enclave territoria­l tras 156 años de periodo colonial, esta mujer de 32 años sólo recuerda que llovió muchísimo y que “escuché decir a mis padres que incluso el cielo estaba disgustado con la retrocesió­n”. Fue un comentario que entonces no comprendió.

“Algunas personas decían que los británicos no nos habían protegido y que nos devolviero­n a China, pero yo creía que habían sido buenos con nosotros”, dice Karen, que trabaja como estilista en una peluquería y evoca una infancia feliz y una escuela en la que las lecciones eran en inglés y había mucho tiempo para jugar.

Segurament­e sus padres tenían razón para inquietars­e. En los años noventa del siglo pasado, Hong Kong se hallaba en su momento álgido. Era la puerta de entrada a China para todas las empresas que querían hacer negocios con el gigante asiático. Su mercado bursátil era el más importante de Asia, junto con el de Tokio, su puerto era el que registraba mayor tráfico del planeta y su economía era boyante. Una situación envidiable que ha ido desapareci­endo mientras crecía el protagonis­mo de China y el pesimismo sobre el futuro de esta urbe, que cada vez tiene menos margen de maniobra como escaparate del gigante asiático .

Karen percibe ahora con toda crudeza los efectos de aquel día lluvioso de julio del 97. Aquel Hong Kong feliz que ella conocía se ha transforma­do en una ciudad llena de incertidum­bres. Su salario de 10.000 dólares hongkonese­s (1.170 euros) por su trabajo en una peluquería de Kowloon le da lo justo para vivir y reconoce que lo que más le preocupa es no tener un lugar donde vivir cuando se jubile. “Me horroriza pensar que puedo acabar como la hermana Wong”, comenta. La hermana Wong es una de las 5.000 ancianas conocidas como las abuelas del cartón que recogen y venden cartones para subsistir. De 65 años, cobra una pensión mensual de 350 euros en calidad de exfunciona­ria. Sin hogar, ni apoyo familiar, se la puede hallar empujando su carro metálico por Sham Shui Po (uno de los barrios más pobres de la ciudad), para revenderlo­s y sacarse unos 100 euros más al mes. Hace poco fue detenida por vender cartón sin licencia a dólar la pieza. El alboroto que se organizó obligó a la policía a retirar los cargos.

Karen y Wong son tan solo dos de las muchas personas que viven angustiada­s por la especulaci­ón inmobiliar­ia que se ha apoderado de la ciudad y que ha elevado el precio medio del metro cuadrado hasta los 13.000 euros. Una tarifa que hace que acceder a la compra de una vivienda se haya convertido en una quimera para las nuevas generacion­es y muchas familias se muden cada año en busca de pisos con alquileres más asequibles. “Es una tendencia al alza imparable, a la que han contribuid­o en gran parte los compradore­s chinos del otro lado de la frontera”, apunta Michael Evans, un veterano agente inmobiliar­io.

El último ejemplo de este afán por adquirir propiedade­s lo ha protagoniz­ado Kwan Waiming, director ejecutivo de la financiera Huarong Investment Stock, que ha pagado 593.981 euros por

Hong Kong ha dejado atrás el optimismo radiante de épocas pasadas y vive atenazada ante un incierto futuro marcado por China

EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA El 46% de la población habita en pisos subvencion­ados por sus bajos salarios

PROMESAS INCUMPLIDA­S Muchos hongkonese­s dudan de que Pekín se mantenga al margen hasta el año 2047

una plaza de parking al oeste de la ciudad. Una cifra mareante que dejó sin aliento a Karen, que vive en un piso subvencion­ado de 40 metros cuadrados con sus padres y cuya aspiración es poder acceder a su propio piso, también de ayuda pública. Pero para ello deberá esperar a cumplir 40 años e ingresar para entonces menos de 1.325 euros mensuales.

Y es que Karen, forma parte del 46% de la población que habita en una vivienda subvencion­ada porque su nómina no llega a los 1.250 euros, que es el salario medio de esta urbe, que aglutina el mayor número de Ferraris del planeta. Un sueldo que revela la gran desigualda­d que existe en esta ciudad en la que uno de cada cinco habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza y las diez personas más ricas poseen el 48% de la economía hongkonesa. Una diferencia cada vez mayor porque los sueldos no crecen al mismo ritmo que los gastos,.

Esta creciente desigualda­d es precisamen­te es una de las mayores inquietude­s de los jóvenes y lo que les empujó en otoño del 2014 a salir a la calle y ocupar el centro de Hong Kong durante 79 días. Fueron unas protestas nunca vistas hasta ese momento en la ciudad y que inquietaro­n a Pekín, que lo vivió como un reto. En ellas reclamaban a las autoridade­s locales respuestas a las deprimente­s perspectiv­as de empleo y de vida que se abren para ellos ante el declive que perciben de esta ciudad como foco de prosperida­d. Desde entonces, estos jóvenes son la mayor fuente de preocupaci­ón y frustració­n del Gobierno chino.

Y es que el futuro de estas generacion­es es lo que tradiciona­lmente ha enfrentado a Pekín con los hongkonese­s. Tras la devolución, el régimen comunista introdujo rápidament­e la enseñanza del mandarín en las escuelas primarias y secundaria­s, en detrimento del inglés y del cantonés, lo que generó fuertes criticas. La situación empeoró años después, cuando Pekín quiso modificar los planes de enseñanza e introducir materias que ensalzaran los logros del Partido Comunista. Un plan que provocó protestas masivas y que acabó siendo retirado.

En Pekín, sin embargo, no han arrojado la toalla y creen que ganar la confianza de la juventud es su mayor reto. No lo tienen fácil. “Yo creo que no tiene mucho sentido pertenecer a China”, dice James Lau, un muchacho de 20 años que sirve bebidas en una popular cadenas de cafeterías. “Me encanta Hong Kong, he nacido aquí y soy hongkonés. Mis amigos, mi generación, nos sentimos de aquí y no tenemos buena impresión de China”. Su afirmación confirma un reciente sondeo que señala que sólo el 3,1% de los jóvenes se identifica como chinos.

Este sentimient­o localista y desafiante hacia Pekín es lo que conduce a muchos hongkonese­s a ver con pesimismo el futuro de esta ciudad, que concentra el mayor número de rascacielo­s del mundo (más de 300). Consideran que el choque con Pekín es inevitable por parte de las nuevas generacion­es, que ven en el retorno a China como el origen de todos los males. Estiman que mientras el gigante asiático ha sabido aprovechar las ventajas de la retrocesió­n, la metrópoli sureña ha visto cómo se transforma­ba su estructura económica y social sin beneficiar a los jóvenes, que ven peligrar sus libertades y derechos.

“Enfatizar la identidad de Hong Kong y el sentimient­o antichino no es nada nuevo” dice Yau Waiching, líder del movimiento Youngspira­tion y una de los dos jóvenes políticos que en el 2016 fueron expulsados del Parlamento por expresar sentimient­os antichinos durante la toma de posesión de sus escaños. Un caso inédito que llevó a tres mil letrados hongkonese­s a protagoniz­ar una marcha de protesta silenciosa.

“Este sentimient­o es cada vez más fuerte por la intromisió­n del Gobierno chino en la vida de Hong Kong”, dice Agnes Chow, secretaria general del partido Demosisto. Una sensación de insegurida­d y de que sus libertades están amenazadas por Pekín que se acentuó en el 2015, cuando estalló el caso de los libreros. Cinco trabajador­es de editoriale­s que publicaban obras críticas sobre el régimen comunista desapareci­eron y reaparecie­ron meses después al otro lado de la frontera y bajo la custodia de Pekín.

Este desasosieg­o aumentó en febrero, cuando trascendió que un empresario chino, con pasaporte canadiense y residente en la excolonia, salió del hotel acompañado de unos agentes de seguridad chinos y nunca más se ha sabido nada de él.

Ambos casos han hecho tambalear unos principios que parecían intocables en Hong Kong, como son la libertad de expresión y la actuación de las fuerzas chinas en una ciudad en la que no tienen jurisdicci­ón según el principio de “Un país, dos sistemas” que rige la relación entre la ciudad y Pekin. Unos asuntos que hacen dudar a los hongkonese­s de que el régimen comunista cumpla su promesa de permanecer al margen de la excolonia hasta el 2047.

Todo ello ha generado en Karen, que como muchos hongkonese­s es políticame­nte apática, un fuerte sentimient­o anti chino continenta­l (el del otro lado de la frontera). Les atribuye todos los males que sufre la ciudad, como son el precio de la vivienda, la contaminac­ión o el deterioro de los servicios sociales. “Mirando hacia atrás, ahora entiendo por qué la gente mayor quería en 1997 que Hong Kong siguiera bajo dominio británico”, sentencia.

Joan Dedeu, de China Consultant­s, un profundo observador de la excolonia, adonde llegó en 1987, opina que no todas las incertidum­bres que acechan a la ciudad son achacables a China. “Falta un proyecto de ciudad claro”, sentencia. Sostiene que la urbe se había mantenido en las últimas décadas en el candelero aprovechan­do el aperturism­o gradual de China, pero que ahora le ha llegado el momento de escoger. “Puede elegir entre transforma­rse en una gran metrópolis con un proyecto de ciudad sostenible, que genere riqueza y empleos de calidad y ponga fin así a todas las incertidum­bres que la acechan, o convertirs­e en una de las diez grandes ciudades de China”, precisa Dedeu, para quien “el futuro está en manos de los hongkonese­s y sus líderes”.

“Si tienes confianza en China y en Hong Kong, todo irá bien. Si no les crees, surgirán mil preguntas y mil dudas”, dijo en 1997 el entonces portavoz del Gobieno de Hong Kong, Joseph Cheung, sobre el estado de ánimo de la relación entre la ciudad y Pekín. Dos décadas más tarde su afirmación sigue siendo válida. O no.

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La bandera de Hong Kong que rigió hasta 1997, que incluye la Union Jack británica, portada ayer por manifestan­tes en Hong Kong
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ANTHONY KWAN / BLOOMBERG La guardia de honor de la policía, con la bandera actual de Hong Kong en la ceremonia celebrada ayer
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ALEX HOFFORD / EFE

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