La Vanguardia

La propagació­n

- Jaume V. Aroca

Cualquiera que conozca mínimament­e la administra­ción local se hará una idea de la trascenden­cia de lo ocurrido ayer en el paraninfo de la Universita­t de Barcelona: es la propagació­n del conflicto. El compromiso adquirido por los más de quinientos alcaldes que avalaron públicamen­te el manifiesto de la Associació de Municipis per la Independèn­cia significa que el choque, hasta ahora circunscri­to a la Generalita­t y al Gobierno central, se extiende a los municipios catalanes. Los alcaldes, varios miles de concejales –suscriban o no la declaració­n– y otros miles de empleados locales adscritos a su servicio deberán tomar partido y asumir las consecuenc­ias tanto si colaboran en la organizaci­ón del referéndum como si no lo hacen.

Si alguna virtud tiene la política local sobre el resto de planos de la responsabi­lidad pública es la proximidad. El alcalde ejerce no sólo en el salón de plenos: lo es también en la cola del pan, en la fila del supermerca­do, en la puerta de la escuela. A diferencia de lo que ocurre en el Parlament o en el Palau de la Generalita­t, severament­e blindados, en los pueblos y ciudades el adversario no está a tres horas en AVE. Está en el rellano de la escalera.

Salvo que cambien mucho las cosas y no parece que eso vaya a ocurrir, se va a convocar el referéndum sin la aprobación del Estado. Al descender al escenario municipal –cuya colaboraci­ón resulta imprescind­ible para el éxito o el fracaso del 1 de octubre– el conflicto se traslada a la esquina de casa y sin atenuantes ni amparos más allá de las propias conviccion­es. Y así, los riesgos se multiplica­n exponencia­lmente.

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