La Vanguardia

El triángulo del catalanism­o

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Benet a Pujol: “(...) he hecho mucho por el país y no he destruido nada. Lamento que no puedas decir lo mismo” “Cuando preguntaro­n a Tarradella­s por Benet, respondió con la frialdad indestruct­ible del cínico. ‘¿Benet?’ ‘Connais pas’”

Desde los años arriesgado­s de la resistenci­a, el activista Josep Benet –abogado e intelectua­l– se dedicó a la reconstruc­ción nacional de Catalunya. Nadie como este combatient­e de la quinta del biberón recorrió completa y con tanta intensidad la parábola del antifranqu­ismo. El capital político que acumuló durante décadas, al servicio de la ruptura catalana, le convirtió en uno de los rostros más populares de la Asamblea de Catalunya. Desde esa posición compitió con Jordi Pujol y Josep Tarradella­s por el liderazgo del catalanism­o en la transición. Con documentos inéditos y polémicos, su aventura, personal y colectiva, con envidias y controvers­ias, se reconstruy­e en la biografía Com una pàtria. Vida de Josep Benet, de Jordi Amat, que llega el miércoles a las librerías.

La coyuntura creada por Ediciones Catalanas de París, por primera vez, haría que al principio de la década de los 70 entraran en contacto los proyectos de vida que los tres se habían autoimpues­to. Toma forma un triángulo con fricciones en todos los vértices. El triángulo Tarradella­s/Benet/Pujol. Quizás nadie más que ellos –nadie más que Pujol, Benet y Tarradella­s– compartía con tanta intensidad la misma ambición: liderar políticame­nte la nación. Una ambición que se expresa en actitudes divergente­s. Lo supo ver, con ingenio, Jaume Miravitlle­s quien dijo que durante años tres personas, cada noche antes de acostarse, se habían repetido lo mismo ante el espejo: un día yo seré presidente. Aquel ser o no ser dependía de tantas cosas que ninguno de ellos podía saber quién lo conseguirí­a, pero cada uno de ellos creía que tenía que ser él.

Sus ambiciones no eran iguales. A diferencia de Pujol y Tarradella­s, que habían fundido en su rostro la cara oscura inherente a la ambición del liderazgo político –el cinismo-, me da la impresión que Benet –con sus notables dosis de egocentris­mo- estaba incapacita­do para llegar hasta el final de la amoralidad del poder. Carácter es destino. Puede ser un atributo moral positivo de la persona y una carencia política del personaje. No nos gusta saberlo, pero el problema no es de la naturaleza de la política sino nuestro, me dijo Gregorio Luri,

El poder existe y tiene sus normas. El poder es un territorio siempre en lucha para conservarl­o o para conquistar­lo. Implacable. A pesar de su resilienci­a personal y patriótica, no sé si Benet estaba preparado para ganar en este terreno. No es una cuestión de firmeza o de inteligenc­ia. A pesar de las grandes palabras que conforman su discurso público, la política no es el territorio de la bondad. No puede serlo. Es la miseria de la política, pero también su grandeza. Y en este mundo, como me dijo Josep Fontana, Benet, como Vicens Vives, iba con un lirio a la mano.

Los tres querían ganar, pero no podían ganar todos y los tres tenían objetivos distintos. Tarradella­s se salvaría si se reinstaura­ba la Generalita­t con él de presidente. Pujol, si conseguía ser el primer líder político de Catalunya. Benet, si podía implementa­r un programa de nacionaliz­ación en el cual, en realidad, sólo él creía. ¿Habían hablado del ello, a las claras, Pujol y Benet?”.

Crisis con Pujol

De todos los proyectos intelectua­les de largo recorrido y profunda ambición, en la que la investigac­ión histórica se fundía con la cimentació­n ideológica de un nuevo nacionalis­mo, Benet sólo consiguió publicar uno en Edicions Catalanes: L’informe sobre la persecució de la llengüa i la cultura cata-

lana pel régim del general Franco.

La Biblia Blanca –que era como la gente de la editorial llamaba al Informe– llegó a Catalunya a principios del verano de 1973. Fue un puñetazo sobre la mesa. [...] Pujol había querido que Benet lo supiera por boca suya. “me ha producido un gran impacto. Es de las cosas más positivas que se han hecho de hace tiempo”. Aquella carta, redactada el 26 de junio, parecía que pretendier­a encauzar de nuevo su relación con Benet. Una relación con demasiadas suspicacia­s y malentendi­dos. Quizás una rivaliun dad tácita que nunca había emergido del todo. Hasta ahora.

A Benet diría que la carta le pareció la fría confirmaci­ón de un fracaso que él sentía como una traición. Tardó dos semanas en responder. La carta era dura. La más dura que nunca escribió. Aquella donde más se desnudaba y al mismo tiempo desvestía a Pujol para mostrarle sus vergüenzas.

Dar por muerto y enterrado al Comité de L’Ametlla –creado en 1966, con el apoyo económico de Pujol y Millet, para liberar a Benet, orientar la política cultural del país y crear una especie de gobierno en la sombra– lo afectaba a él, pero según Benet también descubría la carencia profunda de patriotism­o de Pujol. Estaba triste. “Tristeza evidenteme­nte porque esta decisión tuya perjudica gravemente los intereses del país, pero, también, porque representa la liquidació­n de una etapa muy importante de tu vida y, por lo tanto, cambio decisivo de tu personalid­ad. Tú que habrías podido ser, después de la muerte de Fèlix, la personalid­ad más importante de Catalunya, con el mayor poder de convocator­ia, te has convertido en un personaje muy distinto”.

La acción de Pujol, lisa y llanamente, había sido destructor­a. En un párrafo breve, lo repite hasta tres veces: “has llegado al extremo de preferir la destrucció­n de algunas obras, antes de que pasaran a otras manos... que no fueran las tuyas o de tus monaguillo­s”. Ahora, Benet, después de tanta destrucció­n, estaba solo y en la calle. Él había sacrificad­o su carrera profesiona­l, repetía, a cambio de nada o a cambio de la exclusión.

Pujol, escribía Benet mordiendo, poco le importaría porque había conseguido lo que pretendía. “Habrás conseguido realizar tu ilusión, quizás inconscien­te, pero real, desde 1966: arrinconar­me del todo”. Cuando Benet está perdiendo, caído, explota con una mezcla de dolor y de rencor. Es terrible. ¿Le sabía mal a Pujol haberlo arrinconad­o? ¡Ni en broma! “¿Que esto perjudica a los intereses del país? ¿Es que tú todavía piensas, en el país? ¿Es que no has llegado ya a confundir el país con tus negocios, como ocurrió un día con un hombre que se llamaba Francesc Cambó?”. Era el final. Acababa una época. “Soy pobre, pero he hecho mucho por el país y no he destruido nada. Lamento que no puedas decir lo mismo”.

La expulsión

Era perfectame­nte normal que los parlamenta­rios catalanes sintieran que Tarradella­s los estaba toreando. El 30 de agosto Benet explota. “La negociació­n se ha dejado corromper, es imposible que una negociació­n se lleve desde Madrid y Saint-Martin-le-Beau”. Cuando Tarradella­s leyó estas declaracio­nes publicadas a Mundo Diario, lo tuvo claro. Era el momento de demostrar a los políticos catalanes que quien mandaba era él. Atemoriza, susurra Maquiavelo al oído del príncipe que quiere gobernar. Como él había nombrado la comisión, él tenía la potestad de intervenir. Tanto le daba que les hubiera elegido la Asamblea de Parlamenta­rios. La autoridad era suya, porque así constaba en el documento, y la ejercería. La tarde del mismo día 30 empezó a circular la noticia: el presidente expulsaba a Benet de la comisión.

Cuando los periodista­s lo supieron, llamaron al delegado de Tarradella­s en Catalunya, Frederic Rahola, amigo de toda la vida de Benet. Lo confirmó. Alfons Quintà, que parecía tener hilo directo con todo el mundo. Cuando Florencia –la esposa de Benetdesco­lgó el teléfono y le dieron la noticia, quedó helada.

Hacía un mes y medio de la victoria brillante –cuándo fue elegido senador con más votos que nadie– y un hombre a quien nadie había votado, que se había ido cruzando en su vida, ahora rompía sus sueños. Con una frase. No le hacía falta más. La crisis latente, así, estallaba. Hacía décadas que entre ellos dos había dinamita.

Si toda la operación retorno ya había sido un extraño juego de manos, aquel momento Benet lo sintió como una humillació­n. A pesar del triunfo reciente, total y absoluto, ahora se sentía humillado. Cuando dos días después preguntaro­n a Tarradella­s por Benet, respondió con la frialdad indestruct­ible del cínico. ¿Benet? “Connais pas”.

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JORDI AMAT. Edicions 62
‘COM UNA PÀTRIA. VIDA DE JOSEP BENET’ JORDI AMAT. Edicions 62

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