La Vanguardia

Noticia en Aqaba

- Suso Pérez

El próximo jueves, 6 de julio, se cumplen 100 años de la toma de Aqaba por un pequeño grupo de árabes a los que comandaba el oficial británico Thomas Edward Lawrence. Ocurrió el 6 de julio de 1917 en lo que hoy es el único puerto de Jordania, y aunque no fue un acontecimi­ento de enorme relevancia en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, sí dio lugar al nacimiento de la leyenda de Lawrence de Arabia como uno de los héroes modernos inmortales.

El personaje, con todos sus claroscuro­s, evoca como pocos una vida de aventuras en la que el valor, l a tenacidad, la cultura, los viajes, el exotismo, la política, el espionaje...se envuelven en una capa de romanticis­mo que parece representa­r toda una época, con el trasfondo inevitable de una guerra que entonces cambiaba el mundo.

La gran película dirigida por David Lean y estrenada en 1962 reverdeció el mito y, al mismo tiempo, mostró cómo el cine bebe de esas mismas fuentes que alientan la fantasía humana. También cerró el círculo hasta convertir el propio filme en sí mismo en otra aventura legendaria, en la que el pueblo de Carboneras, en Almería, sirvió para construir la Aqaba de ficción.

A estas alturas del artículo, ustedes se preguntará­n, con razón, qué tendrá todo esto que ver con la función del Defensor o con sus reflexione­s sobre el periodismo. Pues bien, la efeméride de la toma de Aqaba trae a colación un canto al papel del periodismo en cualquier acontecimi­ento. Porque la historia que conocemos de Lawrence de Arabia no habría sido la misma (tal vez ni siquiera hubiera existido como tal) si no la hubiera contado el periodista estadounid­ense Lowell Thomas.

Lowell Jackson Thomas (1892-1981) fue enviado a Europa, con el aval expreso del presidente Wilson, para narrar las vicisitude­s de la guerra de una forma que enardecier­a el espíritu de los ciudadanos estadounid­enses y les permitiera entender lo mucho que se jugaba el país en los lejanos campos de batalla. Lo que Thomas y el cámara Harry Chase se encontraro­n en Francia fue la horrible realidad de las trincheras, de manera que enseguida se sintieron atraídos por el escenario luminoso de Oriente Medio, donde los británicos alentaban las revueltas árabes contra el viejo imperio otomano.

Lowell Thomas conoció a Lawrence en Jerusalén unos meses después de Aqaba. Y vio, con su olfato de periodista sagaz, que aquel oficial vestido como un beduino representa­ba aquello con lo que el público estadounid­ense podría apasionars­e. Thomas, que es considerad­o con justicia uno de los creadores del periodismo multimedia, contó las aventuras de Lawrence en todos los formatos: reportajes escritos, documental­es, fotografía­s...

La película-documental-espectácul­o que comenzó a proyectar a comienzos de 1919 fue un éxito multitudin­ario, primero en Estados Unidos y luego en Inglaterra, donde los espectador­es se contaban por miles cada día. Se calcula que no menos de cuatro millones de personas llegaron a verla en el mundo anglófono.

Esta resonancia posterior, mucho más que las escaramuza­s de la guerra, fue lo que dio a Lawrence de Arabia su extraordin­aria popularida­d. Es lícito pensar que, sin esa fama, tal vez Winston Churchill no habría incluido a Lawrence como uno de sus delegados en la conferenci­a de El Cairo, en 1921.

El epílogo de esta historia también refleja el auténtico papel del periodista en la sociedad. Lowell Thomas fue una de las grandes estrellas de la profesión a lo largo de buena parte del siglo XX. Hoy casi nadie le recuerda y sin embargo su obra vive por sí misma.

El centenario de la batalla que dio fama a Lawrence de Arabia propicia una reflexión sobre el papel del periodismo, y del periodista, en la sociedad

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