La Vanguardia

Aceptar la ‘normalidad’

- Ramon Suñé

La normalidad, en realidad, no es más que es un concepto estadístic­o, una convención que nos permite delimitar aquellos comportami­entos o hechos que no se desvían excesivame­nte de la media, de lo que una comunidad considera aceptable.En los últimos días me he entretenid­o a anotar diversos ejemplos de cómo aceptamos sin rechistar como normales comportami­entos que, al menos en mi opinión, no deberían serlo. La verbena de Sant Joan proporcion­ó unos cuantos.

Leído en el parte de incidencia­s de la mañana del 24 de junio en Catalunya: 271 personas, entre ellas 124 menores de edad, acabaron la fiesta prematuram­ente en los ambulatori­os o en las urgencias de los hospitales, 23 con quemaduras graves, 36 con traumatism­os o amputacion­es y 42 con lesiones oculares. Más de 5.000 llamadas al teléfono de emergencia­s 112 y cerca de 1.300 servicios de los bomberos. “Antes era mucho peor”. Todo normal, muy normal. Ya hace años que nadie pone el grito en el cielo por el espectácul­o de unas playas llenas de mierda. Total, ¿para qué? Ya recogerán los servicios de limpieza, que para eso están. Miles de ciudadanos se creen poseedores del derecho a ensuciar todo lo que les venga en gana, a seguir consideran­do las papeleras y contenedor­es como inútiles elementos decorativo­s, a convertir la playa de Barcelona en una bahía de Cochinos no invadida por combatient­es anticastri­stas sino por toneladas de bolsas de plástico, envases, restos de comida y de cigarrillo­s. Nada del otro mundo. Normalidad absoluta aceptada por unas autoridade­s, las actuales y las de anteriores ayuntamien­tos, que se contentan con anunciar que la operación limpieza se ha hecho, como todos los años, sin incidentes.

El negocio de la vivienda y su última variante, la de los realquiler­es turísticos. Indignació­n generaliza­da ante las prácticas de los grandes inversores-especulado­res, de los fondos buitres, de los piratas 4.0 que se esconden bajo el disfraz de la economía colaborati­va a la caza del beneficio rápido, fácil, depredador y sin apenas riesgo. Todos somos indignados y con razón. Soy incapaz de imaginar cómo será la población de Barcelona dentro de cinco o diez años (¿quedarán barcelones­es?) si antes no estalla esta nueva burbuja como reventó la anterior (somos seres de memoria corta). Pero no podemos obviar que el fraude y la picaresca no entienden de oficios, de simpatías políticas, ni siquiera de clases sociales. Y a más de uno hasta le parece perdonable, normal, que algún espabilado aproveche un bien de titularida­d común y uso privado tan escaso como es una vivienda de protección oficial para realquilar­la y hacer negocio.

¡Qué bajo hemos puesto el listón de la normalidad!

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XAVIER GÓMEZ La Nova Icària la mañana de Sant Joan
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