La Vanguardia

1967: Francia se dispone a celebrar el maillot amarillo de Poulidor. Pero cuando ya oscurecía surgió un ciclista vasco, José María Errandonea Y Poulidor quedó segundo

- XAVIER G. LUQUE Dusseldorf. Enviado especial

El historial de victorias de Raymond Poulidor es de los más destacados de su tiempo. Ganó la Vuelta a España, Sanremo, el Dauphiné, la París-Niza, la Flecha Valona, el Campeonato de Francia... Pero nunca tuvo suerte en el Tour, y eso marcó su carrera e impulsó la leyenda de eterno segundo. La desdicha de Poulidor en el Tour sí que es insólita. Cuando se retiró había disputado catorce ediciones, con un balance de tres segundos puestos y cinco terceros. ¡Ocho podios! Pero también ocho decepcione­s. Cuando no era Jacques Anquetil era Eddy Merckx, y si no, Felice Gimondi, Lucien Aimar o Lucien van Impe.

Y todavía más, porque en sus catorce Tours disputados nunca, pero nunca, se vistió de amarillo. Ni un solo día pudo lucir el liderato de la Vuelta a Francia. Quizá la vez que más cerca se quedó de la túnica sagrada fue en 1967...

Veintinuev­e de junio de 1967. El Tour, siempre a la caza de novedades para animar la carrera, recupera las seleccione­s nacionales e implanta el prólogo, una contrarrel­oj corta que abre la carrera. Se disputó en Angers, con sólo 5,7 kilómetros, y en principio se quería llevar a cabo como una simple exhibición, sin que los tiempos tuvieran trascenden­cia. Quizás por este motivo y visto el horario que se fijó (el último competidor acabó pasadas las 10 de la noche, con luz artificial), los favoritos exigieron tomar la salida de los primeros. Aimar, Poulidor, Gimondi, Janssen... todos salieron muy temprano. Y quien destacó fue el ídolo local

Poupou, con un tiempo de 7m39s que nadie era capaz de batir. ¡El maillot amarillo, por fin, en las espaldas de Poulidor!

Pero entonces, cuando ya oscurecía, con las luces de los coches abriendo paso, apareció un invitado inesperado: José María Errandonea, un vasco de Irún, con los colores del Fagor, que hizo saltar por los aires las portadas medio preparadas de L’Équipe y compañía: el reloj de los árbitros en la plaza de La Rochefouca­uld de Angers se detuvo en 7 minutos y 33 segundos. Seis segundos mejor que Poulidor. Una vez más, la leyenda se hacía realidad: Poulidor, segundo clasificad­o y sin el amarillo. Y por otra parte la prensa española ya tenía un nuevo ídolo. Hacía sólo veinticuat­ro horas de la sorprenden­te eliminació­n de Manolo Santana en Wimbledon. Por primera vez en la historia (y hasta 2003 la única), un campeón saliente caía en el primer partido. Lo venció un puertorriq­ueño, Charlie Pasarell, que provocó un montón de juegos de palabras a los catalanoha­blantes. Errandonea compensaba en buena parte la decepción mayúscula del césped londinense.

“Yo estaba en mi salsa”, recuerda José María Errandonea, que es ahora un jubilado de 76 años que se dedica “a ejercer de abuelo”. No ha olvidado aquel jueves de ahora hace 50 años. “Yo ya había ganado prólogos, era una de mis especialid­ades. Pensad que fui cinco veces campeón de España de persecució­n, era un buen contrarrel­ojista”. Pero aquel día, además, frustró la fiesta de Poulidor.

“A todos los equipos nos dejaron escoger la hora de salida de un corredor”, recuerda. Y con el director del equipo español [Josep Saura] decidimos que yo saldría hacia el final, para evitar el calor. Hice algunos tramos iluminados con bombonas de camping gas. ¡Y gané! ¡Sé de más de un periodista que tuvo que rehacer toda la crónica!”.

Aunque hacia el final de la carrera deportiva Errandonea y Poulidor incluso compartier­on equipo, aquello de Angers parecía tabú. “Nunca lo comentamos, nunca me recordó el día que me vestí de amarillo cuando todo el mundo ya veía el maillot en sus espaldas...”.

Pese a todo, el Tour de 1967 tiene un sabor agridulce para Errandonea. El maillot lo perdió pronto y en la tercera etapa, cuarto día de competició­n, tuvo que retirarse. “Empecé el Tour con un problema muy molesto: un forúnculo en una zona complicada que me impedía sentarme bien. En aquel tiempo era una infección habitual en los ciclistas, pienso que nos la transmitía­mos con la ropa, con los culotes, que se limpiaban todos juntos en las lavadoras de los hoteles. En aquellos mismos días dos ciclistas más del equipo los sufrieron, Otaño y Mendiburu”.

Con el grano infectado, Errandonea ni dormía bien ni podía pedalear con comodidad. “Me lo sajaron para limpiarlo, pero aún fue peor. Cada día me encontraba peor”. Entonces pusieron en práctica uno de los remedios caseros del ciclismo de la época... “El último día me aconsejaro­n que saliera a correr con una chuleta deshuesada en el culote. Y mira, los primeros kilómetros todavía, aquello estaba fresquito. Pero cuando empezó a calentarse...”. Errandonea puso pie a tierra y abandonó. “Bajó de la bicicleta, dijo no puedo más y empezó a llorar”, explican las crónicas.

“Volví en tren, desde París, y

NUNCA FUE MAILLOT AMARILLO

Ahora hace 50 años el Tour estrenó el prólogo y, de forma inesperada, Poulidor perdió in extremis VENCEDOR CON MALA SUERTE Errandonea se retiró al cuarto día, con un forúnculo que le trataron con una chuleta en el culote

cuando llegaba a Bayona... reventó todo. ¡Qué descanso! Lástima que era un par de días demasiado tarde”. Errandonea colgó la bicicleta en 1971 y trabajó de visitador médico y de vendedor de material eléctrico hasta la jubilación, en 2006. “En mis tiempos no se ganaba lo bastante en la bicicleta”. Ahora vive entre Llucmajor y San Sebastián. ¿“Y dice que ahora se cumplen cincuenta años de todo aquello? ¡Cómo pasa el tiempo!”

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AFP
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Poulidor, durante el prólogo del Tour de 1967, con paso firme hacia el que todos pensaban que iba a ser su primer maillot amarillo. Al lado, un detalle de la portada de ‘La Vanguardia’
ARCHIVO Increíble. Poulidor, durante el prólogo del Tour de 1967, con paso firme hacia el que todos pensaban que iba a ser su primer maillot amarillo. Al lado, un detalle de la portada de ‘La Vanguardia’

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