Sobrevivir al éxito

ESTA semana el Financial Times publicó una foto impresionante de la Fontana di Trevi de Roma atestada de gente, como si se tratara del metro de Tokio en hora punta. El turismo ha pasado de ser percibido como un maná imprescindible a considerarse una plaga bíblica. Sobre todo en las ciudades de éxito –casi siempre capitales con una historia que las convierte en iconos globales– que temen la pérdida de su identidad, la expulsión de los vecinos y su deshumanización. El Consistorio de Barcelona ha intentado con prohibiciones (la concesión de licencias a nuevos hoteles), limitaciones (la congelación del presupuesto de Turisme de Barcelona) y trabas (tasas a los cruceristas que cobra la Generalitat) frenar el crecimiento turístico sin demasiado éxito. No es fácil abordar el problema, pero sobran discursos populistas y faltan estrategias inteligentes. Y se requieren consensos: el turismo es una industria y resulta evidente que todos los sectores deben sentarse a la mesa.

La cuestión es compleja, porque el turismo se ha hecho global y los ciudadanos piensan que moverse por el planeta forma parte de sus vidas. Incluso en el epicentro de la crisis, la gente viajaba y en las encuestas se comprobaba que el personal estaba dispuesto a prescindir de muchas cosas pero no de irse unos días de vacaciones. Hace veinte años se registraban poco más de 500 millones de viajes turísticos; el año pasado la cifra ascendió hasta los 1.235 millones, según la Organización Mundial de l Turismo. Venecia es ejemplo de una ciudad que ha muerto de éxito, porque se ha quedado sin venecianos. En Barcelona estamos a tiempo de buscar soluciones para hacer el turismo sostenible, reforzar la identidad de la ciudad, hacer que la tasa turística redunde en los vecinos e invertir en cultura para conseguir disponer de un viajero de calidad. Más difícil será cuando incluso tengamos a los robots haciendo turismo, como en la última novela futurista de Pablo Tusset (Sakamura y los turistas sin karma).