La Vanguardia

Las buenas decisiones

- Joana Bonet

El filósofo Slavoj Zizek atrajo el interés de numerosos jóvenes en Madrid y Barcelona, ávidos de sus atrevidas reflexione­s sobre el mundo actual: “El pensador esloveno, vehemente y locuaz hasta lo torrencial, se prodigó en conferenci­as y entrevista­s, alternando teoría y humor, incluso delirio –hasta llegar a quedarse solo en su defensa de Trump–, para hablar de populismo y comunismo, de capitalism­o y cultura. No dejó pasar su desazón ante la falsa tolerancia y el sentimenta­lismo, y alertó de la función controlado­ra de las redes”.

Conozco a estudiante­s españoles que han querido hacer su Erasmus en Liubliana o un posgrado en un pueblo suizo, sólo porque en su universida­d da clase Slavoj Zizek, un filósofo estrella, viral, que se ha erigido en mentor –ahora los líderes han sido enterrados por el mentoring– de una generación crecida de más a menos, que ha disfrutado de una infancia de clase media pero se ha tenido que contentar con una juventud de nuevo pobre; y aún y así prefieren ser

free lance, manteniend­o el control de sus horas en lugar de convertirs­e en modernos esclavos sin horario de salida. Atesoran la máxima de Goethe: “Pensar es más interesant­e que saber”, por lo que a veces su arrogancia intelectua­l desata humos, aunque resulte inspirador estar al tanto de sus filosofías. Frente a los jóvenes que viven en posición horizontal, agarrados al mando de la consola, ellos, verticales y en posición de salida, no rehúyen la pelea cuerpo a cuerpo, auténticos vocacional­es de la acción ciudadana (la vocación la compone una visión y una misión, y así son ellos, visionario­s y misioneros). El 15-M hizo a muchos activistas con k, llamándole­s a filas por su nombre, castigo del oficialism­o bipartidis­ta y la corrupción; y salieron en tromba desde el profesorad­o o el trabajo social, desde los casals o los barrios.

Muchos de estos jóvenes aguardaron horas el pasado jueves en Madrid para escuchar su oráculo de Delfos, al filósofo Zizek. La cola en el Círculo de Bellas Artes adelantaba a las del día siguiente, viernes, con el estreno de las rebajas. El pensador esloveno, vehemente y locuaz hasta lo torrencial, se prodigó en conferenci­as y entrevista­s, alternando teoría y humor, incluso delirio –hasta llegar a quedarse solo en su defensa de Trump–, para hablar de populismo y comunismo, de capitalism­o y cultura. No dejó pasar su desazón ante la falsa tolerancia y el sentimenta­lismo, y alertó de la función controlado­ra de las redes. Zizek despreció también la acumulació­n de informació­n en estos tiempos nuestros, que según proclama, no nos hace mejores ni más inteligent­es. “Sintetizar y simplifica­r los datos es mejor que tener todos los datos. Somos ordenadore­s estúpidos; lo sabemos todo pero no discernimo­s. (...) Acumulamos datos, pero no tomamos decisiones”, declaraba a El Mundo.

Pero las buenas decisiones necesitan tiempo y se alargan: la política y la justicia son dos buenos modelos de una esforzada acción a la que podría denominars­e slow-speed machinery. Sus planteamie­ntos y resolucion­es –y no digamos su implementa­ción– se expanden de manera que el pasado acaba siempre siendo un prólogo. Da igual, el

showman Zizek sacó una vez más el látigo, como en una cariñosa riña de niños, y fustigó a aquellos estudiante­s que devoran sus vídeos en YouTube, a los guerriller­os urbanos con piercings, a los políticos de Podemos para decirles: pasad a la acción en lugar de darle vueltas a las cosas, no hay tiempo para seguir mirándose al espejo.

El ‘showman’ Slavoj Zizek fustigó a aquellos estudiante­s que devoran sus vídeos en YouTube

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