Tumbar a copas a una señora
Una noche de estas, me acerco al punto de información antimachista abierto por el Ayuntamiento de Barcelona en el Front Marítim –de once de la noche a cinco de la madrugada– y deslizo, como el que no quiere, una duda de género.
¿Es machista en pleno 2017 tumbar a copas a una mujer que libremente va camino de la cogorza?
El cronista quiere estar al día e incluso reinventarse pero le urge doctrina social. Supongamos que me sale una cita con una mujer. Pactamos un bar siempre y cuando tenga bartender. –Hola Lolita, ¿qué tomas? –Un Dry Martini, Facundo. Yo me las doy de metropolitano y le digo al bartender. –¿Qué cóctel me recomienda? –¿Le gusta andar cachondo? –¡Perfecto! Un andar cachondo. Elogiamos los cócteles y me regala la aceituna de su Dry Martini por lo que correspondo e invito a otra ronda. –¿Lo mismo caballero? –Acepto sugerencias. –¿Malas intenciones? –¡Perfecto! Un malas intenciones.
Lolita se pasa al gin-tonic y me quedo sin aceituna. La bebida le está subiendo. Mis malas intenciones, también. Yo tomaría un tercer cóctel.
–¿Ha probado el vamos a la cama? Lleva toques oníricos, es identitario y muy apropiado para la tercera ronda.
Aquí quería yo llegar. ¿Es aceptable animarla a probar el “vamos a la cama” o hay que descansar?
En el siglo XX, el hombre solía insistir en invitar a otra ronda, con fines ulteriores. Al parecer, se trataba de una táctica machista del todo vale practicado desde la adolescencia en unas reuniones llamadas guateques –fiestas con música donde no se fornicaba– en las que se disolvía alguna aspirina a fin de doblegar la voluntad de las jóvenes (una sandez sin resultados).
¿Es ético invitar a tomar la tercera o la cuarta? El asunto es complejo si la señora dice que sí. Sí es sí. ¿Hay que tutelar su libertad y llevarle la contraria? Yo no sabría qué hacer si esta mujer da signos de alegría excepcionales como vítores al turismo o al colectivo de bartenders. ¿Debería pedirle moderación o un taxi?
Tumbar a copas a una mujer era muy feo en tiempos preconstitucionales aunque se llevaba bastante, pero hacerlo ahora no debería suponer ningún cargo de conciencia y, sin embargo, uno tiene sus dudas.
Una noches de estas, me acerco al punto de información antimachista de la Barceloneta y hago como aquel joven estadounidense corto de luces y buen ciudadano que telefoneó a la policía federal para saber si su plantación doméstica de marihuana excedía los límites legales.
–Esto no es un servicio de información. Aquí sólo atendemos delitos.
El joven insistió: quizás cometía un delito sin saberlo. Al final, una patrulla se acercó a la casa. La plantación excedía el límite y el bobo fue detenido.
Si una cita femenina va camino de la cogorza y quiere otra copa... ¿debo tutelarla en plan machista?