La Vanguardia

Incompeten­cia

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En su entrevista (26/VI/2017) en La Vanguardia, Daron Acemoglu se refería a la importanci­a de las intuicione­s públicas para lograr la prosperida­d. Una tesis desarrolla­da en su libro con James A. Robinson, Por qué fracasan los países. Su tipificaci­ón de institucio­nes inclusivas y élites extractiva­s ha hecho furor, en España, que cuenta con una abundante bibliograf­ía en este campo. Lo sorprenden­te es lo poco que hay –serio– sobre Catalunya.

En este planteamie­nto el problema está centrado en la corrupción. Es exacto pero incompleto. Falta la cuestión principal: la incompeten­cia que se alimenta de muchas fuentes; de la corrupción ciertament­e, pero también de la cerrazón ideológica, y de la forma en que se proveen las élites políticas, entre otras. Y en esto es necesario citar a uno de los grandes de la Nueva Economía Institucio­nal, el Nobel Douglas North: “Las creencias dominantes –las de los empresario­s, políticos, y economista­s que están en una posición de hacer las políticas– se convierten a lo largo del tiempo en una elaborada estructura de institucio­nes que determinan el desempeño económico y político”. Ese es nuestro problema.

Dos ejemplos recientes sirven para ilustrar la incompeten­cia institucio­nal sin corrupción. Uno se refiere al extraño caso del tranvía por la Diagonal con una solución que penaliza a casi todo el mundo: peatones, autobuses, tráfico y taxis. Queda pendiente de dilucidar si la gestión será pública o privada. Si va por ese segundo camino la ineptitud adquiriría otros ribetes. En este caso la recuperaci­ón institucio­nal es todavía posible. Basta con convocar una consulta ciudadana. El segundo caso se refiere al referéndum. Si al final resulta que no puede hacerse por falta de urnas, será un caso histórico de ineptitud. Y que no me hablen de lo malo que es el Gobierno español que se opone a todo. ¿Y qué esperábamo­s? Para las urnas, como para otras cuestiones, bastaba con previsión y planificac­ión estratégic­a. Nada impedía que un año atrás una modesta empresa importara urnas de China, las pagasen los benefactor­es y se guardaran sin especiales aspaviento­s. Y algo parecido puede decirse de los lugares de votación y de los voluntario­s. Todo sin protagonis­mos de la Generalita­t hasta el último momento.

Si nos prometen hacer un país mejor y ni siquiera saben poner las urnas, mejor nos buscamos otra tropa.

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