Janggu de guerra
Manuel Castells alerta en este artículo del enfrentamiento entre EE.UU. y Corea del Norte. “El exitoso lanzamiento, por el ejército norcoreano, del misil balístico intercontinental Hwasong-14, precisamente el 4 de julio, para marcar el día de la Independencia de Estados Unidos, ha cruzado la línea roja de Trump. Es una nueva consecuencia de la tensión geopolítica originada por una estrategia de no proliferación nuclear claramente sesgada”.
Suenan tambores de guerra en la península coreana. Y el eco de sus redobles surca el Pacífico. Con tintes nucleares. El exitoso lanzamiento, por el ejército norcoreano, del misil balístico intercontinental Hwasong-14, precisamente el 4 de julio, para marcar el día de la Independencia de Estados Unidos, ha cruzado la línea roja de Trump. Es una nueva consecuencia de la tensión geopolítica originada por una estrategia de no proliferación nuclear claramente sesgada. A saber: hay países responsables que pueden tener el arma nuclear (por ejemplo Israel) y países a los que no se les puede permitir (léase Irán o Corea del Norte). Y estos países se miran en el espejo de Gadafi cuando aceptó desmantelar su programa nuclear a cambio de garantías de no agresión. Hoy está muerto. Irán aceptó finalmente la negociación mediante la elección de Rohani, un presidente moderado a quien Europa, Rusia, China y Obama dieron suficiente seguridad para optar por el desarme a pesar de la belicosidad de Israel. En cambio, la dictadura de Kim Jong Un no se fía de nadie y sabe que si no fuera por China ya lo habrían desestabilizado. Y además, la ideología del régimen no es realmente comunista (suprimieron la referencia en la Constitución en el 2009), sino basada en la Juche, a saber, la autosuficiencia. La idea de que la nación no puede depender del extranjero y el pueblo debe contar con sus propias fuerzas.
Claro que dependen de China, económica y diplomáticamente. Pero incluso los chinos saben que no pueden imponer demasiadas decisiones a los norcoreanos, so pena de una crisis en su frontera que no pueden aceptar. Estamos en un mundo en que, con excepciones, generalmente europeas, los estados tienden a seguir la lógica de la fuerza bruta, a pesar de las proclamas de los principios liberales. Recuerden siempre como Bush, Blair y Aznar metieron al mundo en la guerra de Irak, sin justificación alguna, mintiendo descaradamente sobre inexistentes armas de destrucción masiva y provocando así una desestabilización de Oriente Medio de la que ahora pagamos las consecuencias.
En ese contexto, es lógico, aunque peligroso, que la dictadura norcoreana trate de conseguir una capacidad nuclear que la ponga a salvo de imposiciones de EE.UU. Tanto más que no se ha perdido la esperanza de una reunificación coreana, alimentada ahora por la elección de Mun, un presidente pacifista, al que los acontecimientos arrastran en sentido contrario. Ni Japón ni China quieren ver resurgir una nueva Corea que, unificada, sería una potencia mundial. Por lo que mantener la tensión de una paz nunca firmada y los 28.000 soldados estadounidenses en el paralelo 38 les convienen a todos, menos a los coreanos, claro.
Se produce así una carrera contra el tiempo. Kim Jong Un, con la energía de sus 33 años, acelera el programa nuclear para mantener la autosuficiencia del país, aunque tiene claro que no puede ser ofensivo (sería un suicidio), sino disuasorio. Trump quiere reafirmar la “Gran América” que según él tiene que volver a imperar en el mundo, doblegando a un país que no se deja y que tiene escasa legitimidad en la escena internacional. Y ahí es donde los cálculos y las estrategias pueden derrapar al menor descuido, imprudencia o mala interpretación de señales de alarma. Tanto el temperamento como la arrogancia de Trump podrían inducir un ataque preventivo de precisión contra las instalaciones de lanzamiento de misiles de Corea del Norte. Sería de nuevo aprovechar la absoluta superioridad tecnológica-militar de Estados Unidos como argumento definitivo para regentar el orden mundial. En principio los llamados expertos descartan esta posibilidad por el alto riesgo que supondría, en primer lugar para Corea del Sur y las tropas estadounidenses. Señalan que hay 15.000 cañones de largo alcance cuyos proyectiles podrían caer en el centro de Seúl en 45 segundos. Además de la posibilidad de lanzamiento de misiles contra las bases estadounidenses en Okinawa y los buques de la Séptima Flota, objetivos relativamente fáciles por su cercanía, desde las baterías sobrevivientes del bombardeo. Sobre el papel, por tanto, la opción bélica debería ser descartada.
Pero, por otro lado, la creencia casi mágica de los políticos estadounidenses (mucho más que de los militares, más cautos y profesionales) en la invencibilidad de su tecnología puede llevar a la decisión contraria: a un ataque fulminante y decisivo. Si el margen de tiempo es de 45 segundos, hay que aniquilar toda capacidad ofensiva inmediata en menos segundos todavía. Porque de lo que no cabe duda es de que si hay un bombardeo limitado a una base de lanzamiento de misiles, Kim Jong Un responderá de inmediato: está en su ADN. Probablemente con un ataque a los navíos de EE.UU. y a las tropas en Corea del Sur en lugar de destruir Seúl de entrada. Y las condiciones de la escalada a partir de ese punto son impredecibles.
No estamos ahí todavía. Por muchas ganas de pelea que tenga Trump, aún es suficientemente realista como para no perturbar gravemente el próspero negocio en el Pacífico. Por lo que su apuesta principal sigue siendo presionar a China para que ejerza su influencia sobre Pyongyang. Habrá contactos hoy en la reunión del G-20 en Hamburgo. Pero Trump, en sus irresponsables tuits de insomnio imperial, ya ha expresado su impaciencia con Xi, al que poco antes admiraba. Y se da cuenta de que no basta retirar la amenaza contra el yuan para modificar la política china. Y por otro lado, aunque China siga intentándolo, no conseguirá el compromiso norcoreano de abandonar sus fuerzas nucleares. Porque en su ideología y estrategia la supervivencia de su régimen está ligada a su capacidad de disuasión nuclear contra EE.UU. Así pues, cualquier movimiento en falso puede provocar una guerra de incalculables consecuencias.
Suenan tambores
de guerra en la península coreana; si Trump ataca una base de lanzamiento
de misiles, Kim Jong Un responderá
de inmediato