La Vanguardia

Un tiempo llamado tarde

- Fernando Ónega

El partido (¿combate?) entre Catalunya y el Estado español se está jugando en dos estadios distintos, con lo cual todo es imposible. Es imposible que haya un árbitro, que se puedan medir las alineacion­es e incluso que reine la lógica en el ataque y en la defensa. Lo visto esta semana es que cada equipo marca los goles que quiere y cuando quiere porque tiene la portería libre para él. Los penaltis que se ejecutan en Barcelona son juzgados en Madrid como fueras de juego y las paradas que hacen los guardameta­s de Madrid son entendidas en Barcelona como juego sucio. Así se viene desarrolla­ndo el partido desde que se inició, y pueden ustedes poner la fecha que quieran: los últimos cinco años de Rajoy, como pretenden hacernos creer los socialista­s hispanos, o los últimos tres siglos, como pregona la leyenda soberanist­a.

Y eso es lo que ocurrió también esta semana de sobresalto­s. El martes los miembros del equipo de Junts pel Sí y la CUP salieron en tropel hacia la portería del 1-O y cantaron gol con toda solemnidad teatral: el día 1, todos a las urnas, y dos días después la República Catalana. ¡Hale! En 48 horas, todo resuelto. La unidad de medio milenio, destrozada en unas horas. Perdón, independen­tistas: la cadena de la opresión de tres siglos, rota en unas horas por el impulso del pueblo catalán, pacíficame­nte rebelado contra el avasallami­ento y la sumisión. Dice Miquel Iceta que la ley que hará posible esa hazaña está pensada para ser prohibida y quizá sea verdad: una ley de urnas prohibida por los dictadores de Madrid corona muy bien la lista de agravios.

Y dos días después (aquí todo va por dos días), se intenta formar el equipo Rajoy-Sánchez. Y ánimo, independen­tistas: o muy grande ha sido el compromiso de secreto, o lo único que han demostrado los dos grandes líderes es que saben qué es un gol (el referéndum es “inaceptabl­e”), pero no la forma de impedir sus efectos el 2 de octubre. De Rajoy no hay constancia de que se haya movido, lo cual le vino bien a Margarita Robles para hacer discurso de oposición. De Sánchez supimos que piensa “iniciativa­s legislativ­as”, pero se desconoce cuáles serán, salvo su idea de reformar la Constituci­ón. El resto debe estar en laboratori­o.

Al terminar la semana, la cuestión catalana deja así dividida a España entre quienes quieren ley y solo ley, quienes quieren referéndum pactado como salida, quienes propugnan reformas inconcreta­s para asegurar el encaje de Catalunya en el Estado y los propios soberanist­as catalanes. Al fondo quedamos los escépticos. ¿Y qué pensamos los escépticos? Tres modestísim­as cosas: primera, que no se habló cuando se podía hablar y ahora cualquier diálogo suena a rendición, palabra que no figura en el diccionari­o de Rajoy ni de Puigdemont; segunda, que el paso dado por el independen­tismo lleva a la confrontac­ión cuyo alcance nadie puede prever; y tercera, que los mecanismos de defensa del Estado son legalmente, incluso históricam­ente inevitable­s, pero no cierran el conflicto. Faltó política. Faltó osadía. Faltó intuición. Y quizá sea tarde para la política, la osadía y la intuición.

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DANI DUCH Rajoy y Sánchez se vieron esta semana
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