Las olas de calor, más intensas
El cambio climático hace las rachas cálidas más frecuentes y duraderas
Las olas y rachas de calor se repiten ahora de manera más frecuente que hace 40 años en España. Los expertos no pueden atribuir exclusivamente cada uno de estos episodios al calentamiento global, pero sí afirman que el cambio climático intensifica tanto estos sucesos de climatología extrema como sus efectos.
Los estudios científicos destacan que, en los últimos 40 años, España ha registrado un incremento de las rachas de días cálidos y episodios de calor extrema, componentes básicos de las olas de calor. La mayor frecuencia de este tipo de sucesos es especialmente destacable en el verano. Así lo indica, por ejemplo, una investigación efectuada por varios expertos (Long-term changes in extreme temperatures and precipitation in Spain. Contributions to Science) en 2007. Entonces, se detectó que las rachas cálidas han registrado un aumento de cuatro días por década, lo que significa una prolongación de estos episodios de algo más de 16 días en cuatro décadas.
“La probabilidad de que se produzca una ola de calor y de que ésta tenga mayor duración se ha incrementado en más de medio mes en el presente”, sentencia Manola Brunet, directora del Centro en Cambio Climático (C3) de la Universitat Rovira Virgili. “Los episodios de calor extrema en la España peninsular son ahora más intensos, más frecuentes y más duraderos de lo que lo eran en el pasado. Además, es de esperar que estos se intensifiquen aún más, se hagan más persistentes y duraderas en el futuro próximo”, agrega esta especialista.
Un primer aviso, grave por la sobremortalidad que produjo en la Europa occidental, fue la ola de calor del verano de 2003. Más recientemente, en 2015, una larga ola de calor, entre San Juan y Santiago, pulverizó récords de temperaturas máximas absolutas. “Las olas de calor son uno de los riesgos meteorológicos más importantes en las próximas décadas en España, y también para el Nordeste peninsular”, ratifica Javier Martín Vide, catedrático de Geografía Física de la UB y coordinador del Tercer Informe sobre el Canvi Climàtic a Catalunya. “Las olas de calor nos visitarán con más frecuencia y serán más intensas”, añade.
Es la conclusión que se extrae al observar la concordancia existente entre la evolución de los datos ya observados y la prevista por los modelos climáticos para un futuro cercano, y a medio y largo plazo. En estos modelos se apunta a un incremento más rápido de las temperaturas (especialmente de las extre-
Sin el calentamiento global, no son explicables las repetidas rachas cálidas El 30% de la población mundial vive en zonas sobreexpuestas al menos 20 días al año
mas) en la parte cálida del año. “Las olas de calor en la Península se intensificarán más, serán más largas y más persistentes debido al fuerte incremento general de temperaturas observado y al previsto para el futuro de las temperaturas en la parte cálida del año para el conjunto peninsular”, añade Brunet.
Todo esto encaja con los hallazgos del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU, en cuyos últimos informes se afirma que es “virtualmente cierto” el incremento en la frecuencia y magnitud de los extremos cálidos; a la vez, se proyecta un “muy probable” crecimiento de su duración, frecuencia e intensidad.
El último episodio de calor extremo, registrado el pasado junio en España, se debió sobre todo a la situación atmosférica. “No podríamos afirmar que ha sido fruto único del cambio climático, sino de las específicas condiciones atmosféricas en este periodo”, dice Brunet. Sin embargo, la sucesión de olas de calor a lo largo de un periodo tan largo “no se habría producido ni con la misma intensidad ni con la misma duración si el cambio climático no actuara”. El cambio climático intensifica y alarga las olas calor observadas en la Península. “Aunque el cambio climático no dispara estos acontecimientos extremos, sí actúa intensificándolos o haciéndolos más severos y duraderos en la península Ibérica”, señala. Por ello, la probabilidad de ocurrencia se ha duplicado e, incluso, triplicado. El cambio climático es, además, “responsable indirecto” de al menos algunos de sus efectos más indeseables. El incremento de las temperaturas medias hace que el calor extremo sea aún mucho más probable.
De hecho, el 30% de la población mundial vive actualmente en zonas del planeta en donde la temperatura o la humedad crean condiciones climáticas mortales al menos 20 días al año. La acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera hace que sea “casi inevitable” que vastas áreas del planeta afronten el riesgo de sufrir muertes debido a las altas temperaturas. Así lo indica una investigación aparecida en la revista Nature
Climate Change. El cambio climático ha incrementado el riesgo de que se produzcan olas de calor en todo el mundo. El porcentaje de personas expuesta a este riesgo crecerá hasta el 48% para el año 2100, incluso si las emisiones de gases se reducen drásticamente, mientras que alrededor de tres cuartas partes de la población mundial estará amenazada si no se pone freno a esos gases para entonces.
“Las expectativas para el futuro son malas o terribles”, resume Camilo Mora, académico de la Universidad de Hawái y autor principal del estudio, al comentar este resultado. El estudio analizó informes publicados entre 1980 y 2014, y halló 1.900 casos de muerte asociadas a olas de calor en 164 ciudades de 36 países. Al observar el calor y la humedad de estos episodios letales, los investigadores calcularon un umbral de riesgo. A partir de 37 grados, el cuerpo acumula un exceso de calor peligroso para la salud –que no puede se disipado tan fácilmente en el medio ambiente–; y, además, sudar se convierte en un mecanismo ineficiente en condiciones de alta humedad relativa. La distribución geográfica de estos impactos señala que las zonas más afectadas en los peores escenarios futuros se sitúan en latitudes ecuatoriales.
Investigadores médicos como Jordi Sunyer y Xavier Basagaña han observado que las noches con temperaturas elevadas producen un apreciable aumento de la morbilidad y la mortalidad, concentrada en personas de la tercera edad o con enfermedades preexistentes o crónicas. El mal descanso nocturno debilita el organismo, que, en personas de edad avanzada o con enfermedades de base, puede desembocar en su muerte.