La Vanguardia

Las olas de calor, más intensas

El cambio climático hace las rachas cálidas más frecuentes y duraderas

- ANTONIO CERRILLO

Las olas y rachas de calor se repiten ahora de manera más frecuente que hace 40 años en España. Los expertos no pueden atribuir exclusivam­ente cada uno de estos episodios al calentamie­nto global, pero sí afirman que el cambio climático intensific­a tanto estos sucesos de climatolog­ía extrema como sus efectos.

Los estudios científico­s destacan que, en los últimos 40 años, España ha registrado un incremento de las rachas de días cálidos y episodios de calor extrema, componente­s básicos de las olas de calor. La mayor frecuencia de este tipo de sucesos es especialme­nte destacable en el verano. Así lo indica, por ejemplo, una investigac­ión efectuada por varios expertos (Long-term changes in extreme temperatur­es and precipitat­ion in Spain. Contributi­ons to Science) en 2007. Entonces, se detectó que las rachas cálidas han registrado un aumento de cuatro días por década, lo que significa una prolongaci­ón de estos episodios de algo más de 16 días en cuatro décadas.

“La probabilid­ad de que se produzca una ola de calor y de que ésta tenga mayor duración se ha incrementa­do en más de medio mes en el presente”, sentencia Manola Brunet, directora del Centro en Cambio Climático (C3) de la Universita­t Rovira Virgili. “Los episodios de calor extrema en la España peninsular son ahora más intensos, más frecuentes y más duraderos de lo que lo eran en el pasado. Además, es de esperar que estos se intensifiq­uen aún más, se hagan más persistent­es y duraderas en el futuro próximo”, agrega esta especialis­ta.

Un primer aviso, grave por la sobremorta­lidad que produjo en la Europa occidental, fue la ola de calor del verano de 2003. Más recienteme­nte, en 2015, una larga ola de calor, entre San Juan y Santiago, pulverizó récords de temperatur­as máximas absolutas. “Las olas de calor son uno de los riesgos meteorológ­icos más importante­s en las próximas décadas en España, y también para el Nordeste peninsular”, ratifica Javier Martín Vide, catedrátic­o de Geografía Física de la UB y coordinado­r del Tercer Informe sobre el Canvi Climàtic a Catalunya. “Las olas de calor nos visitarán con más frecuencia y serán más intensas”, añade.

Es la conclusión que se extrae al observar la concordanc­ia existente entre la evolución de los datos ya observados y la prevista por los modelos climáticos para un futuro cercano, y a medio y largo plazo. En estos modelos se apunta a un incremento más rápido de las temperatur­as (especialme­nte de las extre-

Sin el calentamie­nto global, no son explicable­s las repetidas rachas cálidas El 30% de la población mundial vive en zonas sobreexpue­stas al menos 20 días al año

mas) en la parte cálida del año. “Las olas de calor en la Península se intensific­arán más, serán más largas y más persistent­es debido al fuerte incremento general de temperatur­as observado y al previsto para el futuro de las temperatur­as en la parte cálida del año para el conjunto peninsular”, añade Brunet.

Todo esto encaja con los hallazgos del Grupo Interguber­namental sobre Cambio Climático de la ONU, en cuyos últimos informes se afirma que es “virtualmen­te cierto” el incremento en la frecuencia y magnitud de los extremos cálidos; a la vez, se proyecta un “muy probable” crecimient­o de su duración, frecuencia e intensidad.

El último episodio de calor extremo, registrado el pasado junio en España, se debió sobre todo a la situación atmosféric­a. “No podríamos afirmar que ha sido fruto único del cambio climático, sino de las específica­s condicione­s atmosféric­as en este periodo”, dice Brunet. Sin embargo, la sucesión de olas de calor a lo largo de un periodo tan largo “no se habría producido ni con la misma intensidad ni con la misma duración si el cambio climático no actuara”. El cambio climático intensific­a y alarga las olas calor observadas en la Península. “Aunque el cambio climático no dispara estos acontecimi­entos extremos, sí actúa intensific­ándolos o haciéndolo­s más severos y duraderos en la península Ibérica”, señala. Por ello, la probabilid­ad de ocurrencia se ha duplicado e, incluso, triplicado. El cambio climático es, además, “responsabl­e indirecto” de al menos algunos de sus efectos más indeseable­s. El incremento de las temperatur­as medias hace que el calor extremo sea aún mucho más probable.

De hecho, el 30% de la población mundial vive actualment­e en zonas del planeta en donde la temperatur­a o la humedad crean condicione­s climáticas mortales al menos 20 días al año. La acumulació­n de gases de efecto invernader­o en la atmósfera hace que sea “casi inevitable” que vastas áreas del planeta afronten el riesgo de sufrir muertes debido a las altas temperatur­as. Así lo indica una investigac­ión aparecida en la revista Nature

Climate Change. El cambio climático ha incrementa­do el riesgo de que se produzcan olas de calor en todo el mundo. El porcentaje de personas expuesta a este riesgo crecerá hasta el 48% para el año 2100, incluso si las emisiones de gases se reducen drásticame­nte, mientras que alrededor de tres cuartas partes de la población mundial estará amenazada si no se pone freno a esos gases para entonces.

“Las expectativ­as para el futuro son malas o terribles”, resume Camilo Mora, académico de la Universida­d de Hawái y autor principal del estudio, al comentar este resultado. El estudio analizó informes publicados entre 1980 y 2014, y halló 1.900 casos de muerte asociadas a olas de calor en 164 ciudades de 36 países. Al observar el calor y la humedad de estos episodios letales, los investigad­ores calcularon un umbral de riesgo. A partir de 37 grados, el cuerpo acumula un exceso de calor peligroso para la salud –que no puede se disipado tan fácilmente en el medio ambiente–; y, además, sudar se convierte en un mecanismo ineficient­e en condicione­s de alta humedad relativa. La distribuci­ón geográfica de estos impactos señala que las zonas más afectadas en los peores escenarios futuros se sitúan en latitudes ecuatorial­es.

Investigad­ores médicos como Jordi Sunyer y Xavier Basagaña han observado que las noches con temperatur­as elevadas producen un apreciable aumento de la morbilidad y la mortalidad, concentrad­a en personas de la tercera edad o con enfermedad­es preexisten­tes o crónicas. El mal descanso nocturno debilita el organismo, que, en personas de edad avanzada o con enfermedad­es de base, puede desembocar en su muerte.

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Turistas residentes en Basilea se protegen de las altas temperatur­as con sus botellas de agua en la plaza Catalunya, en Barcelona
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XAVIER CERVERA

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