La Vanguardia

Memorias de harina y carbón

Tres generacion­es mantienen la pasión por el pan en el centenario Forn Elias, de Sant Martí

- CRISTINA JOLONCH Barcelona

Alos 5 años, Enric Badia ya había decidido lo que sería de mayor. “Mi madre y mi abuelo se hicieron panaderos por circunstan­cias, para echar una mano en casa. Yo lo soy por vocación; lo de estudiar no me gustaba y siempre me imaginé trabajando en el obrador. Pero fueron ellos quienes me enseñaron a darlo todo por este oficio, a poner sentimient­o en lo que hago”. Ahora, con 21 años, asegura que es feliz y que le obsesiona hacer un buen pan :”Un error me fastidia el día entero, de verdad”. Su sueño es poder contribuir a dignificar una profesión a la que, explica, “ha perjudicad­o la mala costumbre de aprovechar que vas a poner gasolina para llevarte una barra de pan a casa. O permitir que en el restaurant­e te pongan un pan seco o industrial y nadie diga nada cuando sí se es exigente con lo que te sirven en el plato o en la copa”.

Sus primeros recuerdos en el Forn Elias, que acaba de celebrar su centenario, son de muy pequeño, jugando en el obrador, haciendo los deberes en el despacho de la planta de arriba. O de la madre, Anna Elias, llevando un cesto de bapollo, rras a su colegio, las Escolàpies de Sant Martí, donde también estudió de niña. Los primeros recuerdos de ella, “recoger los cestos llenos y ordenar los panes cuidadosam­ente en las estantería­s de la tienda, donde su madre, que murió el año pasado, despachaba más por amor al marido que al trabajo de dependient­a. Ella, lo confiesa, sí tiene pasión por atender. Conoce los nombres de los clientes y la vida del barrio y se alegra de recibir de vez en cuando la visita de gente que con los años se fue a vivir a otra zona . “A veces entra un joven y nada más verlo me digo ‘a este yo le he dado bastones cuando era niño”.

Sigue haciéndolo con los pequeños, como siguen recibiendo, en Navidad, a los vecinos que traen su

Los primeros recuerdos del horno, que ha cumplido cien años, son de niño, jugando en el obrador

su capón o su lechal para que los asen en el viejo horno giratorio de piedra refractari­a. “Aquí se ha hecho toda la vida, y la gente deja la voluntad, que siempre fue el aguinaldo de los nietos”.

Anna Elias quería estudiar Psicología. “Me apasionan las personas y aquí me nutro cada día de sus historias”. Las vidas de Camila, todo un personaje en el barrio; de la señorita Roser, como la llamábamos, del señor Antonio y tantos otros. Se nutre de historias reales y de lo que le gusta imaginar, como el romance entre sus abuelos: “Ella, Eulàlia Brossa, era lavandera de Horta, donde se mantenía los lavaderos y las mujeres lavaban la ropa de las casas del Eixample. El abuelo, Jaume Elias, hacía baldosas, y yo imagino el carro que bajaba al centro cargado de aquel material y volvía con la ropa sucia”. En esa ruta de las lavanderas pasaban por el negocio que un día se traspasó y los Elias decidieron quedárselo. “Ahora con el centenario hemos descubiert­o que ya había sido horno, cuando acudió a la celebració­n la nieta del anterior dueño”.

Jaume Elias, abuelo de Enric y padre de Anna, mantiene la ilusión de bajar cada día al obrador y ver trabajar a la hija y al chaval, ahora desde su silla de ruedas. Durante la república, cuenta, el horno lo socializar­on y a cada hermano, así como al padre, los mandaron a una panadería de la ciudad. Él aún era demasiado pequeño. Sus primeros recuerdos, más que de harina, son de sirenas y carreras hacia el refugio, junto a la plaza que tienen en frente, conocida en el barrio como la plaza de las Tortugas. Luego volvieron a trabajar, aunque la harina se vendía con cuentagota­s y era mala. “Con Franco, en el 39 reabrimos y la gente se buscó la vida a través del Sindicato Vertical. La cosa cambió cuando se firmó un acuerdo diplomátic­o con Argentina y empezó a llegar una harina tan buena que al principio no sabíamos ni cómo trabajar”.

El hereu era uno de sus hermanos, Josep, padre de la actriz Carme Elias (quien ha dado fama al pan de los Elias en el mundillo del teatro), pero el hombre desarrolló una reacción asmática al polvo de la harina y a Jaume le tocó hacerse responsabl­e del negocio que en un futuro regentará su nieto. No hay nada, explica Anna, que le haga más feliz que ver a su padre buscar ese pan nuevo que la noche anterior preparó el chico. Nunca, cuenta el abuelo, se había trabajado con tan buenas harinas”. A ella le gusta oler las masas fermentand­o. “El pan es un ser vivo que va a parar al horno”. Y para que salga bueno, no lo duda, hay que hacerlo con amor. “Siempre fue así”.

Después de la guerra la harina era mala y se vendía con cuentagota­s, hasta que empezó a llegar de Argentina

 ?? XAVIER GÓMEZ ?? Enric Badia, de 21 años, aprendió de su madre y de su abuelo Jaume Elias los secretos de un oficio que quiere defender con calidad y pasión
XAVIER GÓMEZ Enric Badia, de 21 años, aprendió de su madre y de su abuelo Jaume Elias los secretos de un oficio que quiere defender con calidad y pasión
 ??  ?? La historia El Forn Elias en una imagen antigua del barrio de Sant Martí, en la falda del Guinardó
La historia El Forn Elias en una imagen antigua del barrio de Sant Martí, en la falda del Guinardó
 ?? XAVIER GÓMEZ ?? A Anna Elias le gusta oler las masas fermentand­o en los cajones
XAVIER GÓMEZ A Anna Elias le gusta oler las masas fermentand­o en los cajones

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