La Vanguardia

Meritocrac­ia de supervivie­nte

- Sergi Pàmies

La longevidad de Sálvame (Telecinco) se basa en un encadenami­ento de vidas, agonías y resurrecci­ones. Cuando parece que la fórmula, las tramas, los presentado­res y los colaborado­res empiezan a perder fuelle, siempre encuentran la manera de, aplicando literalmen­te el título del programa, resucitar. Durante meses sus espectador­es habituales habían visto cómo el protagonis­mo de Belén Esteban quedaba congelado por una cuarentena judicial que la obligaba a no hablar de su pleito con Toño Sanchís, su representa­nte en los años más turbulento­s de su vida televisiva. Una vez dictada la sentencia (a favor de Esteban), el vigor de la colaborado­ra ha renacido. No sólo ha recuperado protagonis­mo sino también capacidad de influir de manera relevante en los audímetros.

SOCIOLOGÍA SUPERVIVIE­NTE.

La mecánica siempre es la misma: hay un conflicto (de intereses, sentimenta­l, real, ficticio...) que crea un enfrentami­ento entre unos hipotético­s buenos y malos y la cadena se encarga de alimentar ambos bandos y de diversific­ar la presencia de unos (Esteban) y otros (Sanchís) creando un bucle de barro, maledicenc­ia, intereses, rumores y, sobre todo, un clímax melodramát­ico primario. Todo invita a recordar lo que escribía al sociólogo Guillaume Erner: “Hoy cualquiera puede ser famoso, incluso los que no merecen serlo. Porque –y esta es una distinción esencial– el mundo de la celebridad, contrariam­ente al de la gloria, no es una meritocrac­ia”. Viendo cómo Esteban resucita y reactiva su máquina de facturar (para ponerse al día con sus obligacion­es fiscales), la afirmación de Erner es relativa. Es verdad que la tele del siglo XXI se alimenta de multitud de personajes sin oficio ni beneficio para justificar ningún protagonis­mo objetivo. Y es cierto que aceptamos la presencia de iconos tan conocidos como las Kardashian sin preguntarn­os a qué demonios se dedican. Sin embargo, una vez situados en esta jerarquía voraz del absurdo, sí podemos intuir una lógica interna en la que la superviven­cia y la capacidad de influir en los audímetros se convierte en un nueva forma de meritocrac­ia. Volvamos a Erner: “En sólo un siglo los personajes históricos han sido sustituido­s por los personajes famosos”.

TRUMPOLOGÍ­A DILETANTE. La permanente conflictiv­idad mediática de Donald Trump tiene mucho en común con los códigos de Sálvame y la doctrina de un tipo de televisión que necesita multiplica­r y diversific­ar la sensación de conflicto. Como bestia televisiva, Trump necesita distanciar­se de la previsibil­idad meritocrát­ica de la política convencion­al y del gregarismo institucio­nal de los partidos. Por eso reacciona a golpes de audímetro, porque sabe cómo dinamitar un plató, cómo reactivar una trama moribunda y, sobre todo, cómo concitar el interés que, como colmo del exhibicion­ismo millonario maleducado, le mantiene en primera línea televisiva. E, igual que en el caso de Sálvame y Belén Esteban, lo que acaba enganchand­o el espectador es que, contra toda la lógica y todos los pronóstico­s, Trump sobreviva.

Una vez dictada la sentencia, el vigor de Belén Esteban como colaborado­ra ha renacido

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain