Mosul, liberada y devastada.
El primer ministro visita la segunda ciudad tras nueve meses de ofensiva
El primer ministro iraquí proclamó ayer la liberación de Mosul tres años después de caer en manos del Estado Islámico. Nueve meses de combate urbano han sido necesarios para expulsar a los yihadistas.
El ejército de Irak ha recuperado de las garras del Estado Islámico (EI) la segunda ciudad del país, Mosul. Una victoria capital para Bagdad, que hace añicos el sueño yihadista de establecer algo parecido a un Estado viable en un territorio establecido. Aunque se espera un anuncio oficial en breve, ayer mismo el primer ministro, Haider al Abadi, hizo acto de presencia en la martirizada urbe petrolera del norte y felicitó a sus tropas. Mientras tanto, los milicianos del EI –que el sábado todavía prometían luchar hasta la muerte– se lanzaban al río Tigris en su huida. Una treintena de ellos habrían muerto acribillados o ahogados en sus aguas. Culmina así la ofensiva iniciada hace nueve meses por las fuerzas armadas iraquíes con el apoyo aéreo de Estados Unidos, Francia y otros países aliados.
Aunque a principios de año parte de Mosul les había sido ya arrebatada por las tropas gubernamentales –el este en enero y el oeste en febrero–, los yihadistas se mantenían atrincherados en la ciudad vieja de Mosul, que en su día dio nombre a los paños de muselina, pero que ayer aparecía como un guiñapo ensangrentado, cubierto de cascotes.
Aunque a última de ayer todavía se oían disparos esporádicos, el EI ha perdido ya del todo el control de su pieza más codiciada, no sólo por ser la mayor y más prestigiosa de sus ciudades –Raimprobable qa, en Siria, no tiene punto de comparación– sino también por su valor económico. Sólo le queda la guerra de guerrillas o fundirse con la población civil, algo menos en Irak que en Siria, donde el grueso del Estado Islámico procede de yihadistas extranjeros, en no pocos casos nacidos en Europa. En su cuna iraquí, en cambio, el Estado Islámico se nutre –y sobre todo, se nutría– también de elementos suníes autóctonos, inclusive exmiembros del ejército de Sadam Husein y cuadros de la administración baasista, completamente desmantelada por los estadounidense al inicio de su invasión.
Cuando se asiente la polvareda del combate, empezará el problema de la reconstrucción, no sólo física, sino también del tejido social de una ciudad que siempre fue muy diversa –mayoritariamente árabe y suní, en una región mayoritariamente kurda, aunque con presencia de turcomanos, cristianos o chiíes–. Una diversidad ya dañada por tantos años de guerra y a la que la barbarie sectaria del Estado Islámico puede haber asestado el golpe de gracia.
Mientras tanto, la suerte del autoproclamado califa del Estado Islámico, Abu Bakr al Bagdadi, sigue siendo una incógnita. Aunque Moscú reconoce que no ha
La pérdida de Mosul desbarata al Estado Islámico tanto como refuerza al Estado iraquí