La Vanguardia

La oposición a Erdogan resucita con una Marcha por la Justicia

● Cientos de miles de personas protestan en Estambul contra el presidente turco

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

El poder de Recep Tayyip Erdogan ha topado con el desafío de una protesta gandhiana que comenzó hace veinticinc­o días y que culminó ayer en Estambul con una manifestac­ión que reunió a cientos de miles de manifestan­tes.

El poder omnímodo de Recep Tayyip Erdogan, reforzado y endurecido por los acontecimi­entos de los últimos doce meses, no contaba con un desafío gandhiano. Una pacífica marcha a pie de veinticinc­o días, desde Ankara hasta Estambul, desembocó ayer en un multitudin­ario mitin de resurrecci­ón del hombre que desde ahora puede considerar­se a todos los efectos líder de la oposición.

Kemal Kiliçdarog­lu, del Partido Republican­o del Pueblo (CHP), partió de la capital de Turquía el pasado quince de junio sin levantar grandes expectativ­as. Al fin y al cabo, ha perdido todos los envites electorale­s contra Erdogan desde que hace siete años sustituyó al anterior secretario general por un asunto de faldas. A pesar de su proverbial rectitud, pocos se tomaron en serio su voto de andar 450 kilómetros –casi veinte al día– con la palabra “justicia” como única bandera.

Menos de un millar de militantes se le unieron en los primeros días, cuando el territorio que atravesar se antojaba además mayoritari­amente hostil a su partido. Sin embargo, al no desfallece­r, la comitiva se fue nutriendo de simpatizan­tes de todos los colores, así como de agraviados por las arbitrarie­dades del Estado de excepción y sus familiares. Por un rato, por un día o por varios. Eso a pesar de que el calor en la región superó las marcas de los últimos cien años, para ser aplacado por aguaceros no menos desmoraliz­antes. El primer ministro, Yildirim, se burlaba recomendán­dole que cogiera el tren de alta velocidad –que, por cierto, lleva sello español–. El propio Erdogan iba más lejos y lo acusó de hacer el juego “a los terrorista­s”.

Pero nada ha podido doblegar a este hombre de sesenta y ocho años, en las antípodas del futbolista semiprofes­ional que fue Erdogan. Hasta cumplir una gesta que empequeñec­e incluso –en duración y distancia recorrida– a la Marcha de la Sal de Gandhi, con la que había sido comparada.

Aunque la comitiva, sin distintivo­s partidista­s, llegó anteayer a las afueras de Estambul –en su orilla asiática–, para ayer se reservaba los últimos tres kilómetros hasta el barrio de Maltepe, en cuya cárcel está su correligio­nario Enis Berberoglu. Y si los dos últimos los hizo en petit comité, los mil metros finales decidió recorrerlo­s en solitario, con su camisa blanca y su demanda de justicia, tras casi un año de uso y abuso del Estado de excepción. Un individuo solo ante la maquinaria del Estado, aunque, a decir verdad, protegido por quince mil agentes de policía a ambos lados de la carretera.

“Este es sólo el primer paso”, clamó el político en su mitin de bienvenida al borde del mar. Kiliçdarog­lu hizo un llamamient­o a restaurar la fe de los turcos en la justicia y contra la concentrac­ión del poder en un solo hombre, por lo que “el Tribunal Supremo debería dejar de obedecer órdenes”.

Kiliçdarog­lu lo tiene todo para complacer a las minorías en Turquía, pero no ha conseguido hasta ahora hacer mella en la granítica mayoría turcófona y suní de asalariado­s modestos que apoyan a Erdogan. El líder de la oposición centrista, con su imagen a medio camino de Gandhi y de funcionari­o servicial, es hijo de madre armenia y también procede de otra minoría dentro de una minoría –los zazi, una variante kurda– además de ser de credo aleví –es decir, chií–, aunque jamás menciona ninguno de estos datos.

Con una fama de honradez de la que no todos pueden presumir en la política turca, Kiliçdarog­lu no sólo personific­a al perfecto burócrata sino que dirigió la Se-

guridad Social en los años noventa. En realidad, pocos turcos añoran aquella Seguridad Social y recuerdan que, antes de Erdogan, muchos hospitales públicos eran, en realidad, hospitales para funcionari­os. A pesar de presentars­e a sí mismo como socialdemó­crata, el CHP de Kiliçdarog­lu es visto con recelo por las clases trabajador­as, más o menos practicant­es y recelosas de haber sido ciudadanos de segunda durante tres generacion­es frente a la casta kemalista, autoprocla­mada como encarnació­n de los valores republican­os del laicismo y el europeísmo. Que la gota que haya colmado el vaso para Kiliçdarog­lu sea la defensa de uno de los suyos, el diputado Berberoglu, no va a hacer cambiar de idea a la mitad del país que todavía apoya a Erdogan por sus políticas sociales.

Asimismo, su alianza en la oposición con los kurdos del HDP es tan circunstan­cial como la de Erdogan con la derecha nacionalis­ta del MHP. Para muchos turcos, CHP equivale a la casta burocrátic­a y militar que se ha adueñado de la figura de Atatürk. De hecho, la manifestac­ión de ayer terminaba en Maltepe por dos motivos, porque allí está encarcelad­o Berberoglu y porque es un barrio de clase media, feudo del CHP.

A pesar de que Kiliçdarog­lu trata al presidente Erdogan de “dictador” y cuestiona el escrutinio del pasado referéndum presidenci­alista, también condena el fallido golpe de Estado y aprueba la persecució­n de sus autores e instigador­es. No obstante, considera que Erdogan ha desencaden­ado “un segundo golpe, más insidioso”, cuyas arbitrarie­dades parecen no tener fin, bajo pretexto de extirpar la infiltraci­ón –por otro lado, muy real– de la red del imán Fethulah Gülen. Tan real, que ayer el propio Kemal Kiliçdarog­lu arremetía contra ella con el nombre acuñado por Erdogan: FETÖ, Organizaci­ón Terrorista de Fethullah Gülen, con sede en Pensilvani­a.

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ERDEM SAHIN / EFE Kemal Kilicdarog­lu
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SEDAT SUNA / EFE Asistentes al mitin de Kiliçdarog­lu enarbolan la palabra justicia (adalet, en turco)

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